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su autoridad, se negaba a comprender el funcionamiento de los circuitos económicos y quería —y pensaba— controlar lo que no parecía más que una manifestación de anarquía social.

      El 21 de febrero de 1918, frente al avance fulminante de los ejércitos alemanes, posterior a la ruptura de las conversaciones de Brest-Litovsk, el Gobierno proclamó «la patria socialista en peligro». El llamamiento a la resistencia contra el invasor iba acompañado de una llamada al terror de masas: «Todo agente enemigo, especulador, gamberro, agitador contrarrevolucionario y espía alemán será fusilado sobre el terreno»25. Esta proclama venía a instaurar la ley marcial en la zona de operaciones militares. Con la firma de la paz, el 3 de marzo de 1918 en Brest-Litovsk, se convirtió en algo caduco. Legalmente, la pena de muerte no fue reestablecida en Rusia hasta el 16 de julio de 1918. No obstante, a partir de febrero de 1918, la Cheka procedió a realizar numerosas ejecuciones sumarias fuera de las zonas de operaciones militares.

      El 10 de marzo de 1918, el Gobierno abandonó Petrogrado en dirección a Moscú, que se había convertido en la capital. La Cheka se instaló cerca del Kremlin, en la calle Bolshaya-Lubianka, en los edificios de una compañía de seguros que ocuparía bajo sus siglas sucesivas —GPU, NKVD, MVD, KGB— hasta la caída del régimen soviético. De seiscientos efectivos en marzo, el número de chekistas que trabajaba en Moscú en la «Gran Casa» pasó en julio de 1918 a dos mil, sin contar las tropas especiales. Cifra considerable, cuando se sabe que ¡el comisariado del pueblo para el Interior, encargado de dirigir el inmenso aparato de los soviets locales del conjunto del país, no contaba en esa misma fecha más que con cuatrocientos funcionarios!

      La Cheka realizó su primera operación de envergadura durante la noche del 11 al 12 de abril de 1918: más de mil hombres de sus tropas especiales tomaron por asalto en Moscú una veintena de casas controladas por anarquistas. Al cabo de varias horas de combate encarnizado fueron detenidos quinientos veinte anarquistas y veinticinco de ellos fueron sumariamente ejecutados como «bandidos», una denominación que desde entonces iba a servir para designar a los obreros en huelga, a los desertores que huían del reclutamiento o a los campesinos sublevados contra las requisas26.

      Después de este primer éxito, seguido de otras operaciones «de pacificación» tanto en Moscú como en Petrogrado, Dzerzhinski reclamó en una carta dirigida al Comité Ejecutivo Central, el 29 de abril de 1918, un crecimiento considerable de los medios de la Cheka: «En la etapa actual, escribía, es inevitable que la actividad de la Cheka conozca un crecimiento exponencial, ante la multiplicación de las oposiciones contrarrevolucionarias de todo tipo»27.

      La «etapa actual» a la que Dzerzhinski hacía referencia aparecía, en efecto, como un período decisivo en la puesta en funcionamiento de la dictadura política y económica y en el reforzamiento de la represión contra una población cada vez más hostil hacia los bolcheviques. Desde octubre de 1917, no había ni mejorado su suerte cotidiana ni salvaguardado las libertades fundamentales conseguidas a lo largo del año 1917. De haber sido los únicos de entre todos los políticos que permitieron a los campesinos apoderarse de las tierras tan largamente codiciadas, los bolcheviques se habían transformado a sus ojos en «comunistas» que les arrebataban los frutos de su trabajo. ¿Eran los mismos, se interrogaban numerosos campesinos, que distinguían en sus quejas a los «bolcheviques que habían dado la tierra» y a los «comunistas que robaban al honrado trabajador, privándole hasta de su última camisa»?

      La primavera de 1918 fue, en realidad, un momento clave en el que las posiciones no estaban perfiladas del todo. Los soviets —que todavía no habían sido amordazados y transformados en simples órganos de la administración estatal— eran un espacio de verdaderos debates políticos entre los bolcheviques y los socialistas moderados. Los periódicos de oposición, aunque cotidianamente perseguidos, continuaban existiendo. La vida política local conocía una abundancia de instituciones concurrentes. Durante este período, marcado por la agravación de las condiciones de vida y por la ruptura total de los circuitos de intercambios económicos entre las ciudades y el campo, los socialistas revolucionarios y los mencheviques obtuvieron innegables éxitos políticos. En el curso de las elecciones para la renovación de los soviets, a pesar de las presiones y de las manipulaciones, triunfaron en diecinueve de las treinta capitales de provincia en que las elecciones tuvieron lugar y los resultados fueron publicados28.

      Frente a esa situación, el Gobierno bolchevique reaccionó endureciendo su dictadura tanto en el plano económico como en el político. Los circuitos de distribución económica estaban rotos a la vez en el área de los medios —en virtud de la degradación espectacular de las comunicaciones, fundamentalmente ferroviarias— y en la de las motivaciones, porque la ausencia de productos manufacturados no impulsaba al campesino a vender. El problema vital era, por lo tanto, asegurar el suministro del ejército y de las ciudades, lugar del poder y sede del «proletariado». A los bolcheviques se les ofrecían dos posibilidades: o bien restablecer una apariencia de mercado en una economía en ruinas, o bien utilizar la amenaza. Escogieron la segunda, persuadidos de la necesidad de avanzar en la lucha en pro de la destrucción del «orden antiguo».

      Tomando la palabra el 29 de abril de 1918 ante el Comité Ejecutivo Central de los soviets, Lenin declaró sin ambages: «Sí, los pequeños propietarios, los pequeños poseedores han estado a nuestro lado, el de los proletarios, cuando se ha tratado de derribar a los propietarios terratenientes y a los capitalistas. Pero ahora nuestros caminos se separan. Los pequeños propietarios sienten horror hacia la organización, hacia la disciplina. Ha llegado la hora de que llevemos a cabo una lucha despiadada, sin compasión, contra estos pequeños propietarios, estos pequeños pudientes»29. Algunos días más tarde, el comisario del pueblo para el suministro precisó ante la misma asamblea: «Lo digo abiertamente: es una cuestión de guerra, solo obtendremos los cereales utilizando los fusiles»30. Y Trotski se ocupó de remachar: «Nuestro partido está a favor de la guerra civil. La guerra civil es la lucha por el pan… ¡Viva la guerra civil!»31.

      Citemos un último texto, escrito en 1921 por otro dirigente bolchevique, Karl Radek, que aclara perfectamente la política bolchevique en la primavera de 1918, es decir, varios meses antes del desarrollo del conflicto armado que iba a enfrentar, durante dos años, a rojos y blancos: «El campesino acababa de recibir la tierra, acababa de regresar del frente a casa, había guardado sus armas, y su actitud hacia el Estado podía ser resumida de la siguiente manera: ¿Para qué sirve un Estado? ¡No tenía ninguna utilidad! Si hubiéramos decidido poner en funcionamiento un impuesto en especie, no habríamos logrado cobrarlo porque carecíamos de aparato del Estado. El antiguo había sido deshecho y los campesinos no nos habrían dado nada sin verse forzados a ello. Nuestra tarea, a inicios de 1918, era sencilla. Teníamos que hacer comprender a los campesinos dos cosas elementales: que el Estado tenía derechos sobre una parte de los productos del campesinado para satisfacer sus propias necesidades y que disponía de la fuerza para hacer valer sus derechos»32.

      En mayo-junio de 1918, el Gobierno bolchevique adoptó dos medidas decisivas que inauguraban el período de guerra civil que se denomina tradicionalmente como «comunismo de guerra». El 13 de mayo de 1918, un decreto atribuyó poderes extraordinarios al comisariado del pueblo para suministros, encargado de requisar los productos alimenticios y de poner en funcionamiento un verdadero «ejército de suministros». En julio de 1918, cerca de doce mil personas participaban ya en estos «destacamentos de suministros» que contarán, durante su apogeo en 1920, hasta con ochenta mil hombres, de los que la mitad pertenecían a los obreros de Petrogrado en situación de paro, que se vieron atraídos por un salario decente y una remuneración en especies proporcional a la cantidad de cereales confiscados. Segunda medida, el decreto de 11 de junio de 1918 que instituía comités de campesinos pobres, encargados de colaborar estrechamente con los destacamentos de suministros y requisar también, a cambio de una parte de las requisas, los excedentes agrícolas de los campesinos acomodados. Estos comités de campesinos pobres debían también reemplazar a los soviets rurales, considerados poco dignos de confianza por el poder, ya que estaban impregnados de la ideología socialista-revolucionaria. Dadas las tareas que se les pedía que ejecutaran —coger, por la fuerza, el fruto del trabajo de otro— y las motivaciones que se consideraban que los espolearían —el poder, el sentimiento de frustración y de

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