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tradición evolucionó desde un momento inicial metódicamente nítido y ambicioso hasta desembocar en una multiplicidad difusa más emparentada por su pasado procedimental que por su presente disperso. En los tiempos recientes, los recursos discursivos empleados por los analíticos son múltiples y muchas veces contrapuestos. Hemos advertido sus proximidades “metodológicas” con las filosofías antiguas y medievales (búsqueda de definiciones, axiomática y atención al lenguaje común). De la filosofía moderna la separa el interés inmediato por el lenguaje, pero la acerca su consideración atenta de las ciencias empíricas y la matemática. Y quedó señalada su afinidad con algunas características de la fenomenología y la hermenéutica contemporáneas.

      Un rasgo está presente en todas las etapas, aunque no con igual fuerza en todos sus representantes: el recurso a la reflexión lógico-lingüística. Cuando se trata de evaluar razones a favor y en contra de tesis filosóficas, sobre cualquier tema y sin cuestionar la manera como pudo obtenérselas, es de práctica común entre analíticos la de recurrir a consideraciones de esa clase. Desde imaginar formalizaciones precisas y reconstruir argumentos, hasta descubrir implicaturas conversacionales. El rasgo tiene suficiente peso como para ocupar un sitio de privilegio en la tenue caracterización metódica de la filosofía “analítica”. Por los muchos que lo exhiben en alguna medida, y también por quienes se sienten obligados a rechazarlo explícitamente en sus versiones fuertes. Por otra parte, por razones esbozadas en la primera sección, el lenguaje y por tanto alguna lógica, inciden esencialmente en cualquier reflexión filosófica. Peculiaridad de los analíticos ha sido tematizar esta influencia, en la consideración de cualquier cuestión, mucho más empeñosamente que lo exhibido por otras modalidades filosóficas. Es cierto que se sabe de personas que parecen tan aprisionadas por la lógica que no alcanzan a ver las honduras filosóficas, pero un buen camino para reconducirlas hacia el pensar mejor es el de comprender qué es esta lógica cautivante, escuchando lo que dicen en general y lo que dicen sobre su lógica en particular. Tratando de advertir, claro, lo profundo que su decir esté ocultando. Como observó Heidegger respecto de cierta tesis sobre Feuerbach: ¿cómo saber que se ha superado algo que no se ha comprendido?

      Como lo ha mostrado la historia reciente del “movimiento” no son los temas ni las tesis lo que lo caracterizan. Aunque, de hecho, algunas preguntas no se formulen en ámbitos analíticos, ninguna que parezca gravitante en la historia de la filosofía queda excluida por razones de escuela. Por ejemplo, entre las preguntas ontológicas no tuvo lugar ‘¿Qué es que haya algo (en vez de nada)?’. Sin embargo, nada obsta para intentar comprender su estructura significativa, en el contexto de un examen del sistema de habla al que pertenece, sin el prejuicio de su carencia de sentido. No parece merecer menos respeto que la preocupación por el presunto sentido de ‘Esta oración no es verdadera’. Aunque, probablemente, su respuesta se incline hacia una reivindicación del trascendentalismo a priori y, de este modo, colisione con el naturalismo ahora predominante en estos ámbitos.

      En los últimos tiempos, la imagen de la filosofía analítica la presenta o bien muy cerca de querer ocupar las zonas más abstractas de las ciencias empíricas, o bien próxima a reeditar la especulación escolástica o hegeliana, sin ataduras científicas. Por un lado, la antigua filosofía del lenguaje aparece desplazada por la filosofía de la mente y esta, dominada por las ciencias cognitivas; la semántica filosófica parece ir transformándose en capítulo de la lingüística más o menos formal y la lógica en matemática. Por otro lado, la metafísica desinhibida recorre sin titubeos el universo de los mundos posibles, los objetos contradictorios y las relaciones de fundamentación, aparentemente libre de toda constricción lingüística o cognitiva. A quienes se llama analíticos se los ve lejos de las preocupaciones magnas (fundamentar el conocimiento o la vida buena), ocupándose de fragmentos de las grandes preguntas. Y lejos de los compromisos personales que perturbaron las carreras profesionales de los precursores (Bolzano y Frege, castigados o marginados por las academias; el círculo de Viena explicitando objetivos políticos en tiempos confusos; el desdeñoso y afligido Wittgenstein tratando de vivir lo que pensaba). Se los ve creando productos técnicos, de obsolescencia programada, para satisfacción de ciertos mercados académicos. Creando solo normalidad profesional y auditorios solícitos en regiones subordinadas. Pero una imagen es resultado del objeto, del que mira y del entorno. No alcanza para comprender ni para augurar. Y aunque no haya un método, y en parte por eso, con “la” filosofía analítica hay mas posibilidades de episteme y phrónesis que las soñadas por quienes (como numerosos analíticos) miran poco y se apresuran por creer y hablar.

      Bibliografía citada o directamente aludida

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      I

      Educados en el idealismo británico que predominaba en Cambridge, Bertrand Russell y George Edward Moore, con mucho talento y menos de treinta años se convencieron, poco antes de 1900, de que era necesario promover una reacción antidealista. Las líneas de ruptura aparecían nítidas en la consideración de un par de cuestiones: la realidad de las relaciones y la existencia de verdades completas

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