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principal en el desenvolvimiento de toda la filosofía analítica contemporánea. En los cambios que la práctica del análisis fue produciendo en esos modelos (y que la teoría trató de fundamentar después) pueden verse indicadores fiables de importantes cambios en el hipotético método analítico. Estas modificaciones, en conjunto, muestran una primera etapa de confiada univocidad metódica, una segunda etapa de surgimiento de alternativas razonables, y una etapa final de confiado desinterés por cuestiones de método. En lo que sigue, intentaremos identificar, sumariamente, rasgos “metódicos” que han caracterizado buena parte de los esfuerzos realizados por los filósofos analíticos desde fines del siglo XIX.

      II. Preguntar

      En el comienzo, preguntar. Cualquier asombro, angustia, calma o desconcierto, ingresa plenamente a la esfera pública, donde habitan el lenguaje y la filosofía, cuando motiva preguntas. Formular preguntas remite a una práctica más amplia y, con eso, ya es el comienzo de alguna comprensión de lo que inquieta. Entre analíticos, mucho circulan las siguientes: ¿qué (tipos de) entidades hay?, ¿qué relaciones hay entre entidades?, ¿qué principios lógicos rigen nuestro pensar y hablar?, ¿qué es una lógica?, ¿hay relación entre las relaciones entre entidades y los principios lógicos?

      Preguntar y responder, como hablar en general, involucra restricciones en la formación de conjuntos de creencias y propósitos, lingüísticamente caracterizables, que normalmente aluden a relaciones entre entidades y presuponen la participación en una comunidad de hablantes. Estos constreñimientos establecen normas para la generación y admisión de los conjuntos de proferencias, oraciones y proposiciones que expresen creencias y propósitos. Tales restricciones constitutivas se manifiestan especialmente en las evaluaciones intersubjetivas de la corrección de lo que se dice. Dado cierto estadio de la práctica dialógica común, las restricciones que allí tengan mayor arraigo, junto con el propósito de mejorar esa práctica (al menos respecto de lo que pase por ser una mejor comprensión de, o participación en, la realidad), contribuyen a generar la idea de corrección deductiva y a dotarla de contenidos específicos.

      Un lenguaje común es un objeto abstracto que se postula para comprender la práctica intersubjetiva concreta de hablar y comunicarse hablando. Una parte importante de esa práctica, la subpráctica de producir y evaluar razonamientos, está directamente relacionada con la adquisición y cambio de creencias y pone claramente en juego las restricciones recién mencionadas. Las creencias, junto con los deseos, son postulaciones habituales para la comprensión en general y, fundamentalmente, para explicitar motivos para actuar y justificar las acciones. (Explicar las acciones es un asunto, en general, diferente). Qué sean o qué no sean las creencias y deseos dependerá de análisis específicos; ahora solo tenemos en cuenta el uso habitual de estas palabras (uso que será un dato para esos análisis específicos). Tener creencias y propósitos se vincula con la capacidad de hacer una cantidad indefinida de afirmaciones y con la capacidad de evaluar los subsistemas que esas afirmaciones forman (diálogos y razonamientos, por ejemplo). Una afirmación es, primariamente, un decir algo acerca de algo, y es un acto sujeto a condiciones de aceptabilidad intersubjetiva.

      Relativamente a estas especificaciones, el lenguaje puede representarse como un conjunto potencialmente infinito de oraciones declarativas, sistemáticamente relacionadas por relaciones de diversos grados de necesidad. Entre estas, la más decisiva es la relación de consecuencia lógica. Para comprender esta relación, se postulan ciertas entidades abstractas, propiedades de las oraciones: las formas lógicas. Estas formas encapsulan los rasgos que gobiernan el papel inferencial de las oraciones y, con eso, el núcleo sistemático de su contenido o significado cognitivo. En camino hacia este análisis oracional surgirán los elementos para el análisis de nuestros conceptos fundamentales.

      La práctica de discurrir y dialogar supone, además de una comunidad hablante y algo de que hablar, ciertas capacidades personales como las de discriminar, identificar, suponer, afirmar y concluir, cuya interacción es determinante de las normas evaluativas de lo que se dice. Capacidades que cuando logran representarse lingüísticamente dan lugar a expresiones lógicas (‘es …’, ‘es idéntico a’, ‘es’, ‘no’, ‘si …’, ‘por tanto’) y a tipos de expresiones de importancia lógica (oraciones, predicados, términos singulares, conectivos, cuantificadores). Sobre estas bases, ulteriormente y bajo el rótulo de ‘teoría lógica’, se procura dar precisión (no necesariamente de una sola manera) a la idea de conexiones proposicionales necesarias, formales, con consecuencias normativas y constituyentes básicos de un lenguaje común. Pero antes de cualquier teoría de esta clase, la práctica de hablar se asienta en la precomprensión de lo que será tema de esas teorías: alguna estructura lógica parcialmente determinada. De este modo, el preguntar filosófico, que promueve análisis conceptuales diversos, siempre demanda el análisis que cristaliza en alguna teoría lógica. No significa esto que el análisis lógico haya de ser primero o fundante. Ni que, producido alguno, deba ser el punto de partida indiscutido para los otros. En particular, las teorías lógicas estándar, centradas en proposiciones luego de que Bolzano expulsara a Kant de esa cátedra al sustituir las funciones racionales por los lektá estoicos, no parecen recoger adecuadamente el componente normativo y constituyente, que demanda una mejor consideración del papel de los sujetos hablantes y su autocomprensión. El hablar y su lógica están siempre en desarrollo. Por ende, es hablando en general y, especialmente, produciendo análisis filosóficos de los más diversos conceptos y cuerpos de creencias, como aprendemos a hablarnos y, de ese modo, vamos determinando la estructura lógica de un hablar que nos haga creer que mejoramos nuestro estar en el mundo.

      Resulta entonces que las estructuras lógicas son constitutivas de los lenguajes en los que pueden aparecer nuestras preguntas, creencias y propósitos característicos del conocimiento y la filosofía. Por esto es que ningún intento de pensar lingüísticamente o analizar creencias o conceptos, incluidos los de quienes, para hacerlo, rehúsan apoyarse en resultados científicos, puede evitar comprometerse con alguna estructura lógica (compromiso que incluye la voluntad de mejorarla). De este modo, tampoco la reflexión filosófica que busca explicitar estructuras lógicas puede evitar apoyarse en alguna estructura lógica (en general no totalmente determinada) aunque, obviamente, no lo hará en alguna teoría sobre ella. Aunque la “teoría” que como resultado de esa reflexión se ofrezca deberá legitimar el lenguaje de la reflexión efectuada (las comillas son porque esa “teoría” no es típicamente empírica, descriptiva, sino parcial, pero esencialmente, normativa).

      Así es que nuestro hablar involucra tanto una estructura fundamental (imperfectamente determinada) de la producción y evaluación de los discursos y diálogos, como una estructura fundamental (imperfectamente determinada) de aquello sobre lo que se habla. Por ejemplo: “aristotélicamente” no podemos creer ni decir significativamente que algo sea y no sea de cierta manera, o tenemos que creer o decir que eso es imposible. Pero “hegelianamente”, a veces podemos. De reflexiones como estas surgen preguntas como las recordadas al comienzo acerca de ontología y de lógica. Y surge también la creencia de que están íntimamente ligadas.

      III. Atender, interpretar, proyectar

      Hechas las preguntas (operación, vimos, para nada inocua) y empeñados en encontrar modalidades reflexivas, más o menos recurrentes o explícitas, en el trabajo que hacen los “filósofos analíticos” cuando intentan responderlas, es posible ofrecer el siguiente esbozo metódico de tres instancias.

      (1) Reunir datos presuntamente pertinentes respecto de las preguntas formuladas y suficientes en cantidad y diversidad. Buscados en las más diversas fuentes, cobrarán el aspecto de conjuntos de expresiones lingüísticas (aceptadas, rechazadas, dudosas) y actos de habla reales o posibles (aprobados, reprobados, incomodantes) en los que pueda reconocerse la presencia de los conceptos o de las realidades que se pretende analizar. Esta tarea es un primer paso en dirección a entender las propias preguntas, y está abierta en todas las etapas de la reflexión. El objetivo es ir delineando un núcleo suficientemente seguro que habrá que legitimar, un corpus, digamos, que permitirá elaborar criterios con los que juzgar los resultados del análisis que se haga. Y una serie de enigmas y misterios que lo rodean. Aguzando la imaginación, se pasará revista de experiencias, acciones y actitudes normales (esto es: pretendidamente típicas,

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