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en homenaje a Gregorio Klimovsky (1922-2009), en las XX Jornadas de Epistemología e Historia de la Ciencia, organizadas por la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba. Apareció después en Análisis Filosófico, Vol. XXXI, Nº 1, Buenos Aires, mayo 2011.

      1 Sobre todo si la explicación incluyese como componente no trivial un procedimiento sistemático para generar todas esas casi-trivialidades.

      2 Porque pueden contribuir a consolidar cierto modo de comportarse lingüísticamente. En particular, “trivialidades” vinculadas con palabras semánticas como ‘refiere’ o ‘es verdadera’ gravitarán en el afianzamiento o modificación del aspecto normativo de esa práctica. Por otra parte, las “reglas semánticas” han de formar un sistema y el sistema no tendrá el mismo grado de “evidencia”, ni el intento de explicitarlo el mismo grado de “trivialidad”, que algunos de sus componentes (cfr., por ejemplo, las semánticas tarskianas). Además, que una explicitación de la semántica de L tenga peso en la conformación de la práctica de hablar acerca del mundo muestra que contribuye a ver (el lenguaje y el mundo), y eso permitiría decir, con algo de etimología, que tiene cierto tipo de valor teórico.

      3 Esta referencia a la práctica no implica un convencionalismo contingente acerca de la estructura abstracta de los lenguajes históricos.

      4 Hay un sentido común para el cual tenemos pruebas (ya excesivas) de que la mente/cerebro progresa en su autoconocimiento. Pero si resultara que el sentido importante de ‘comprensión lingüística’ no determinase hecho o ente alguno (por ejemplo porque su función fuese la de propiciar la experiencia de la posibilidad de un hecho o de una enunciación, y esta posibilidad no fuese algo en el mundo), resultaría también que esta primera y equívoca aparición del comprender, en términos de hechos, explicaría la tendencia a elaborar discursos con pretensiones de verdad acerca de las condiciones de significación. Discursos que, al tiempo que contribuyesen a facilitar nuestros intercambios, obstaculizarían la advertencia de aquella posibilidad y su poder constituyente del sujeto hablante, del lenguaje y del mundo.

      5 No habrá que confundir este tipo de condición necesaria “constituyente” con otro tipo de condiciones necesarias del hablar, como la presencia de oxígeno en la atmósfera.

      6 Para algunos, el interés de abordar el habla de este modo estará ligado con que tal tarea involucre la elaboración y examen de conjeturas alternativas acerca de cuáles enunciados pueden aproximarnos mejor a una caracterización o manejo correctos de la sintaxis. Conjeturas que incluso permitan desbaratar como pseudoproblemas algunas preguntas filosóficas (como hizo Russell con la cuestión de la subsistencia de los objetos meramente posibles). Lo que otros llamarían: construcción de teorías semánticas alternativas.

      7 ¿Qué status tienen esas “observaciones”? Decir que hay usos oracionales que son pseudoenunciados (por ejemplo: ‘Sócrates cae bajo el ser griego’) o que hay palabras que son pseudonombres de conceptos (por ejemplo: ‘x es verdadera’) ¿es realizar uno de esos usos o es una afirmación teórica? Si es lo segundo entonces forma parte de una teoría semántica. Si no lo es, al enunciar esa oración, más que creer algo lo que hacemos es dejar de creer algo y retirar la idea de creencia para entender lo que sigue a la comprensión de esos usos. Pero ¿por qué no es lo segundo? Si luego de entenderla creemos que no hay que usar la noción de creencia para entender lo que hacemos al aceptarla, ¿por qué diríamos que no es un enunciado teórico o con pretensiones de verdad? Y parece más difícil dejar de usarla que empezar a creer que no deberíamos usarla.

      8 Como continuidad de ese estado reflexivo pueden redactarse textos teóricos para representarlo o textos poéticos para invocarlo. Variaciones del fracaso.

      9 Lo que sigue es una modificación del argumento examinado en Klimovsky (1982).

      10 El uso efectivo de las estructuras sintácticas puede describirse sin apelar explícitamente a “relaciones semánticas”, y esta descripción puede permitir inferencias hacia usos posibles de esas estructuras sin recurrir tampoco a esas relaciones.

      11 Klimovsky (1984).

      12 Dado que ese teorema no vale en órdenes superiores, es de suponer que la incompleción de la lógica de segundo orden le parecía suficiente razón para privilegiar los lenguajes de primer orden.

      13 Es de suponer también que la sola posibilidad de permutaciones en el dominio de discurso que preservan el conjunto de oraciones verdaderas manteniendo isomorfía le habría parecido suficiente motivo, en nombre de los significados intuitivos, para rechazar el enfoque sintacticista.

      14 Más que regresos ominosos, lo que en estos asuntos preocupa y atrae son los círculos, posiblemente viciosos, que aspiran a ser iluminadores y se arriesgan a la sencilla futilidad. (¿O eran sutiles espirales vistas desde abajo?).

      15 Klimovsky manifiesta cierto desconcierto ante esta tesis (la primera frase elidida en la cita anterior es “Wittgenstein agrega algo extraordinario, y es que”) y la inmediata posibilidad de la jerarquía de lenguajes refuerza su impresión. Se sentiría menos perplejo quien insistiese en que entender un decir algo no es decir su significado, es ver, tener o apropiarse de su significado. Entender P no es decir qué significa P, sino “experienciar” tanto su significado como que significa. “Experienciar” que P significa hace posible entender qué significa. Qué significa presupone que significa, que es posible su significado. Pero no como dudosa inferencia desde la comprensión de P hasta algo que fuese aquello que hace posible esa comprensión, ni siquiera como inferencia desde la comprensión de P hasta la posibilidad de comprender P, sino como el que comprender P muestra que P es comprensible. Por supuesto, para muchos, esto sólo es la sustitución de una perplejidad por otra mayor.

      16 Puede tratarse de una asociación ilícita producto de una semejanza superficial entre diferentes casos de limitación expresiva que sugiere, discutiblemente, que la idea de jerarquía de lenguajes brinda una solución común. Si para alcanzar los resultados citados se necesita pasar a un afuera del sistema, es dudoso que esos resultados brinden apoyo a la tesis de que no hay un afuera de cierto sistema notablemente abarcador.

      17 Posición cuyo origen contemporáneo se sitúa, seguramente, en la introducción que Russell escribiera en 1921 para el Tractatus. Una de cuyas fuentes pudo haber sido la sencilla pregunta: ¿cómo pueden verse en la práctica de habla, e inscribirse luego en la propia sintaxis, las condiciones de uso significativo (o siquiera ver que ha de haber condiciones tales) de un modo que impida decir lo que se ve? Claro que Wittgenstein creyó ver, y dijo, que todo esto es producto de una horrenda incomprensión de su pensamiento.

      18 Van Heijenoort (1967).

      19 La oposición entre ambos enfoques del lenguaje aparece

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