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se proponen al menos dos criterios independientes para determinar los compromisos ónticos de una oración o, en general, de un discurso con pretensiones cognoscitivas (para simplificar: una teoría). Según el primero, una teoría T presupone la existencia de una entidad b (y quien afirma T se compromete con la afirmación de la existencia de b) cuando T implica una oración O y una condición necesaria de la verdad de O es que b esté en el dominio de una variable ligada en O. Según el segundo, no se requiere nada especial en la estructura de O: si el lenguaje al que pertenece T tiene cuantificadores, es el significado de estos signos lo que compromete con afirmaciones de existencia, puesto que este significado se determina mediante la asignación de dominios no vacíos a las variables cuantificables, de donde, si b pertenece al dominio del caso, T compromete con b.

      El primer criterio es problemático. Simpson nota que de acuerdo con este criterio no todo uso de variables ligadas compromete ónticamente. Por ejemplo, la verdad de ‘Toda mujer es mortal’ regimentada como ‘∀x (x es mujer ⊃ x es mortal)’ no requiere que exista cosa alguna (suponiendo que las oraciones mismas no sean tema de T). Solo el uso de expresiones como ‘hay alguna’, transcriptas como ‘∃x’, lo hace. Pero esto abre la discusión acerca de si todo uso de ‘existe una’ y frases similares del lenguaje común tiene el mismo significado (al menos parcial) en todo contexto, y de si ese significado queda bien representado por el cuantificador existencial. Esto es parte de una discusión más general, fundamental y de resultado incierto, en torno a las condiciones de una regimentación adecuada de un lenguaje común. El objetivo no puede ser meramente el de uniformar la sintaxis o resolver ambigüedades: se requiere la clarificación del significado de las palabras lógicas. Esto nos lleva al segundo criterio de compromiso óntico, que se apoya precisamente en la determinación del significado de todos los cuantificadores.

      El sentido de una variable es su concepto determinante (puede ser el concepto general de Individuo, o de Número, Objeto físico, etc.), y lo que corresponde a la denotación es el conjunto no vacío de objetos a los que se aplica el concepto determinante. Pero así como un nombre puede tener sentido y carecer de denotación, una variable queda perfectamente definida por su concepto determinante, aunque no existan objetos que sean sus valores. (Simpson, 1964: p. 254; 1975: pp. 181-182).

      Este recurso podría simplificarse aún más si postergáramos el compromiso con entidades equivalentes a los sentidos fregeanos (como resultan aquí los conceptos determinantes) y, como medio de especificar el significado de las variables, solo acudiésemos a predicados del lenguaje común como ‘es individuo’, ‘es número’, ‘es objeto físico’, etc. Desde cierto punto de vista, esta opción, que también socava el interés del segundo criterio de Quine, está en línea con otras ideas quineanas: las que lo conducen a privilegiar la interpretación sustitutiva de los esquemas lógicos en la caracterización de las verdades lógicas. Para sostener el valor del criterio hay que acercarse a la idea de que la teoría de modelos puede servir en general para determinar el significado de los lenguajes de las teorías. Pero entre las teorías que deben considerarse están las teorías semánticas y respecto de ellas, veremos enseguida, la teoría de modelos no puede ser interpretativa.

      El examen del primer criterio nos trajo, entre otros problemas, el de cómo establecer la adecuación de una regimentación de un lenguaje común, producida cuando nos interesa la cuestión de qué compromisos ónticos llegan con la afirmación de una teoría. En particular, la pregunta de si los sistemas extensionales son adecuados en general para esa tarea. El examen del segundo criterio condujo a la pregunta por el establecimiento del significado de los cuantificadores y de los signos lógicos en general. Y el carácter ubicuo de las frases lógicas y su potencial para la sistematización de lo que puede ser dicho conduce rápidamente desde la cuestión de su significación a la cuestión de la significación lingüística en general.

      Veremos ahora un ejemplo de cómo una parte importante de la indagación lógico-semántica realizada en nuestro medio puede verse como una continuación del examen de problemas y líneas críticas expuestas y desarrolladas en Formas lógicas, realidad y significado.

      II

      Como si retomara la cuestión planteada por Simpson en relación con su examen del primer criterio quineano de compromiso óntico, Raúl Orayen, en un texto de 1982 complementado en el capítulo II de su libro de 1989, argumentó en contra de la suficiencia de la regimentación propiciada por Quine. Sostuvo que (i) para establecer la vinculación entre un lenguaje común y el lenguaje extensional de primer orden, es esencial la aplicabilidad al lenguaje común de la noción de verdad lógica definida para ese lenguaje formal; (ii) para definir verdad lógica en un lenguaje de sintaxis regimentada pueden usarse métodos tarskianos, pero no en el caso de los lenguajes comunes; (iii) en estos casos se requiere un criterio basado en consideraciones lingüísticas que permita asegurar mismidad de significado (o semejanza suficiente) entre oraciones regimentadas y comunes; (iv) con el concepto intensional de sinonimia cognitiva global se satisface este último requisito y, dado que las mismas construcciones gramaticales deben interpretarse de modos distintos de acuerdo con los contextos de uso, no se conoce un modo no intensional de satisfacerlo. De aquí se sigue que las teorías semánticas no podrían ser regimentadas en un lenguaje puramente extensional. Algo que tiene consecuencias muy generales, porque estas teorías están involucradas en la justificación de la regimentación de cualquier teoría.

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