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basado en las condiciones generales intersubjetivas del concepto de lenguaje (un “arte social”) y de la adquisición del lenguaje, de las que desprende como consecuencia su tesis de la inescrutabilidad de la referencia. Pero Orayen (1989: cap. III) también ha desplegado razones en contra de este argumento. Afortunadamente, no es este el lugar para examinar esta compleja disputa sino solo para señalar que no está resuelta.

      Un intento por saltar fuera de este laberinto, para resolverlo, se esboza si se comienza por atender la cuestión suscitada por la crítica del segundo criterio quineano de compromiso óntico ofrecida en FLRS: la cuestión del establecimiento del significado de las palabras lógicas y, de ese modo, el de las expresiones lingüísticas en general. Si al hacerlo se privilegia un enfoque sintáctico-inferencial del significado, en desmedro del veritativo-referencial, puede esperarse que la distancia entre lenguaje regimentado y lenguaje común se acorte apropiadamente. En el regimentado, búsquese definir verdad lógica sin usar la noción de verdad sino, por ejemplo, la de prueba. En el común, procúrese fundar la idea de significado (cognitivo) en los nexos inferenciales (memento Frege) caracterizándolos o bien (i) con recurso a la teoría de modelos, o bien (ii) a la manera sintáctico-inferencialista (una línea presente en la serie Frege-Wittgenstein II-Sellars-Brandom). Pero no es sencillo.

      En algunos trabajos de comienzos de los ochenta (1982, 1984), Gregorio Klimovsky argumentó contra el concepto sintacticista de significado y contra el emparentado enfoque lógico-semántico “universalista” (anticipando, por otra parte, la tesis de Hintikka sobre la fabilidad aunque inexhaustividad de la explicación del significado) y, como consecuencia, en contra de la vía (ii) del párrafo anterior y a favor de la posibilidad de una adecuada teoría referencialista o modelística del significado, aun en versión inferencialista (la vía (i) anterior).

      Pero, por otra parte, en varias intervenciones entre 1986 y 1992, Orayen hizo notar que la teoría de modelos (clave en la vía (i)) se construye sobre la base de teorías de conjuntos y/o clases, pero los lenguajes de esas teorías no pueden entenderse o recibir significados modelísticamente sino sobre la base de teorías de conjuntos o clases de mayor poder expresivo. Por tanto, para dar significado a cada uno de esos lenguajes mediante el empleo de una teoría de modelos, o bien debe admitirse una serie infinita de tales teorías y de lenguajes para ellas, o bien debe adoptarse de modo acrítico un lenguaje de fondo. En este punto podemos observar que, a los efectos de establecer cada una de esas teorías de conjuntos, la existencia de esa serie potencialmente infinita es suficiente; pero la afirmación o la mera suposición de su existencia requiere un lenguaje cuya significación no puede venir dada por alguna teoría de modelos. Así pues, la teoría de modelos no es la forma general de concebir la significación. Por otra parte, el segundo término de la disyuntiva de Orayen tampoco ofrece una respuesta satisfactoria a quien busque una teoría general, porque la adopción acrítica de un lenguaje implica que su teoría semántica no existe o es trivial (no explica los significados ni los explicita de modo informativo).

      Estos trabajos de Klimovsky y Orayen arrojan serias dudas sobre la viabilidad de las propuestas anteriores para la solución de los problemas planteados en FLRS (resumidos al final de la sección anterior). Problemas que, entonces, siguen conservando su hondura inicial y de este modo muestran la perspicacia de haberlos identificado y puesto de relieve.

      Tal vez por esas dificultades, alguno quiera intentar un abordaje de cierta tonalidad kantiana. Pretendiendo que los análisis y sistemas sintácticos o lógico-semánticos, en su uso más ambicioso (es decir, en relación con la cuestión general del nexo entre lenguaje y realidad) no tienen el estatuto de teorías, al menos no en el sentido normal ejemplificado por las teorías empíricas. En esa perspectiva global, y precisamente por su fracaso cuando se los considera en esa perspectiva, solo pueden verse como indicadores de que el concepto de la relación entre lenguaje y realidad es un modo de señalar la constitución “simultánea y recíproca” de un mundo experimentable y una práctica de hablar acerca de ese mundo. Un modo de señalar condiciones que hacen posible que para nosotros haya mundo y lenguaje en lugar de no haberlos. Esas personas dirán, tal vez, que cualquier formulación lingüística de un asunto presupone que hay algo hablante (alguien) ante quien la cuestión existe (se plantea) y que se reconoce como hablante (por ejemplo, porque distingue ruidos de oraciones y de otros hablantes). Agregarán que para que haya entidades (individuales o universales) como asuntos, cambios o palabras ante un hablante tiene que haber una relación de diferencia o propiedades que distingan una entidad de otra. También querrán decir cosas como: un ente (algo, concreto o abstracto) es lo referible por un término singular, un término singular es una expresión que puede sustituir una variable cuantificable respetando reglas lógicas, y una relación entre entes es lo que puede ser aludido por un predicado que se emplea también respetando reglas lógicas. Las categorías de entidad y relación, manifiestas en los principios lógicos que dan sentido a los tipos léxicos que los integran y que estructuran el lenguaje (en predicaciones, cuantificaciones, conexiones oracionales de diversas fuerzas), son también estructurantes del mundo. Admitirán que tal vez ningún término singular o predicado sea necesario para pensar la realidad (tal vez ni espacio, ni tiempo, ni continuo n-dimensional). Pero que es constitutivo (del logos y del mundo) que hay algunos. Que tal vez ningún principio lógico específico sea necesario (tal vez ni el modus ponens), que ninguno sea constitutivo de todo mundo posible y cualquiera pueda ser olvidado o sustituido (sobre la base de razonamientos o experiencias, esto es, por los mismos motivos que se usan para desechar teorías empíricas, aunque, seguramente, con mucha menor probabilidad). Pero que es constitutivo (del logos y del mundo) que hay algunos. Y verán en esta multiplicidad de sistemas de predicados categoriales y principios constituyentes el meollo de la idea de que el mundo real es independiente de la mente.

      Referencias bibliográficas

      Klimovsky, G. (1982), “Metalenguaje, jerarquía de lenguajes”, en: Klimovsky, G. (1984), Epistemología y psicoanálisis, Vol. I, Buenos Aires: Biebel, pp. 71-90.

      —. (1984), “Significación, lenguaje y metalenguaje”, en Klimovsky, G. (1984), Epistemología y psicoanálisis, Vol. I, Buenos Aires: Biebel, pp. 91-99.

      Moretti, A. (2013), “La lógica y la trama de las cosas”, aparecerá en Ideas y valores.

      Orayen, R. (1986-1992), “Una paradoja en la semántica de la teoría de conjuntos”, en: Moretti, A. y G. Hurtado (comps.) (2003), La paradoja de Orayen, Buenos Aires: Eudeba, pp. 35-59.

      —. (1989), Lógica, significado y ontología, Méxido D. F.: UNAM.

      Quine, W. (1982), “Respuesta a Orayen”, Análisis filosófico II (1-2), pp. 72-76.

      Simpson, T. M. (19641, 19752), Formas lógicas, realidad y significado, Buenos Aires: Eudeba.

      —. (2017), La mano necesaria. Poemas y cavilaciones, Buenos Aires: Editorial Antigua.

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