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del terror! —contestó sin inmutarse—. Armen el relato, busquen un chivo expiatorio. —Hizo una pausa, pero solo tardó segundos en encontrarlo—. El campo —dijo lentamente saboreando cada sílaba—. ¡Que el campo sea culpado de la suba de precios por guardar sus malditos granos! —Peinaba sus cabellos mientras elucubraba—. Y, por qué no, que también se lo culpe de “endicar” los ríos y generar el colapso del sistema eléctrico... ¡Busquen y encontrarán! Liquiden a los primeros que se quejen y ¡ya no habrá más quejas! No bien instrumenten lo de los chicos... todos se calmarán, ¡ellos serán nuestros rehenes! No se debe saber dónde los tenemos, pero deben ser adoctrinados en el amor al régimen y educados para ser nuestros futuros dirigentes. De la industria y las cuentas me encargo yo...

      —Ahora, ¿qué pasó con mi cartera? ¡¡Dónde está mi cartera!!

       La historia, cruel como es, debe recordar a pocos dirigentes que hayan instrumentado semejante plan. Probablemente Hitler, Stalin y Mao sean los primeros que nos vienen a la cabeza. Seguramente debe haber otros, pero definitivamente la Señora estaba por ingresar en la ilustre nómina y no podía hacerlo sin su cartera. Uno podía ser malo, pero ¡nunca un descamisado! No hace falta aclarar que la cartera, traída mediante avión presidencial directamente desde Francia, estaba donde debía estar.

      En la sala contigua, junto a su hijo, había cinco ilustres visitantes. Seleccionados entre un selecto menú de indeseables del mundo, ellos constituirían la base de su proyecto económico. Dos líderes de los más peligrosos carteles de México, un mesiánico dictador oriental, un poderoso traficante de armas inglés y dos camaradas tercermundistas conformaban un extraño grupo. Luego de las formalidades de las presentaciones, ella fue directamente al grano.

      —Tengo unos 2 780 400 km², de tierra... Es el país hispanohablante más extenso del planeta, el segundo Estado más grande de América Latina. El cuarto en el continente americano y octavo en el mundo —aclaró como para enfatizar sus dimensiones—. Tengo unos cuarenta millones de habitantes... Tengo infraestructura y servicios de un país del primer mundo y tengo una idea para hacer de nosotros —remarcó el “nosotros” con una pausa mientras miraba a cada uno a los ojos— la potencia que siempre soñamos ser.

      Sus interlocutores eran hombres duros y no eran fáciles de seducir...

      —Disculpe, señora presidenta, pero su país es un desastre que se desbarranca a pasos acelerados. ¿Qué puede tener que nos interese?

      —¡Tengo los huevos que se necesitan para desafiar al mundo! —dijo golpeando abruptamente la mesa.

      Solo le tomó dos horas convencer a semejantes “nenes” de que tenía mucho para ofrecer. Así, en una reunión íntima de gabinete, junto a sus “incondicionales” y a unos “locos globales”, se decretó el fin de la república y el nacimiento del régimen. Las leyes, aunque no hacían falta, salieron una tras otra:

       Está prohibido salir del país, salvo con expresa autorización de la autoridad competente. Para ello se crea la Honorable Cámara de Solicitudes de Salida (HCSS).

       Se prohíbe agremiarse, asociarse, quejarse y cualquier otro acto que pueda disgustar a nuestra excelentísima presidenta.

       No hay más propiedad privada. Todo pertenece y será administrado por el Estado.

       Con objeto de reducir la tasa de criminalidad y el accionar del narcotráfico, se libera la producción, comercialización y consumo de cualquier tipo de droga o estupefaciente. La producción y comercialización serán licitadas por el Estado entre players destacados en este “nuevo” mercado.

       Con objeto de erradicar la trata de blancas queda liberado, a partir de la fecha, el ejercicio de la prostitución como actividad legal. Se decreta la creación del Honorable Putis Club.

      El listado se completaba con una serie de medidas y leyes ya conocidas por los argentinos.

       Se suspende la actividad política y los derechos de los trabajadores.

       Se intervienen los sindicatos y quedan prohibidas las huelgas.

       Se disuelven el Congreso, los partidos políticos y, por supuesto, la Corte Suprema de Justicia.

       Se interviene la CGT, la Confederación General Económica (CGE) y la vigencia del Estatuto del Docente.

       Se clausuran locales nocturnos, salvo aquellos con permisos especiales o que resulten necesarios para la nueva industria del putis club.

       Se ordena el corte de pelo para los hombres y el uso del uniforme y estandartes del régimen.

       Se ejecutará la quema de miles de libros y revistas considerados peligrosos. (Esta medida no fue necesaria porque ya no existían pero, por las dudas, advertían que se quemaría todo lo que no fuera del agrado del régimen.)

      La censura a los medios de comunicación tampoco fue necesario instrumentarla, ya no quedaba ninguno que no fuera oficial.

      Obviamente, no se dijo nada de lo que les esperaba a los que, con el tiempo, se denominaron “los niños robados”. El paquete se completaba con otras medidas económicas y sociales y culminaba con la instauración del régimen.

       Las medidas rindieron frutos y solo se necesitaron un par de años para que el país se posicionara como actor importante en el mapa mundial. Claramente, no en los términos que nuestros ilustres próceres soñaron, sino como una pieza clave del sistema. Todo lo que era malo y prohibido en el resto del mundo fue permitido en estos suelos. Así, no solo el consumo, sino la producción de drogas se liberó. El contrabando de armas encontró una tierra rica en la cual moverse a sus anchas. La trata de blancas, el juego, el turismo alternativo, todo valía. Por primera vez, desde la década de mil ochocientos ochenta, había gente pensando en el futuro y todo había sido minuciosamente programado. La región bolivariana se integró, al principio, con tres o cuatro países y, desde ella, se fue tomando al resto. Solo el gigante, siempre foráneo en suelos hispanos, se trató de despegar. Pero éramos su mercado principal y no tardó en caer. El mundo quiso detenerlo y aplicó sus tradicionales recetas. Boicots, cerrar sus mercados, cobrar sus deudas... Pero no fue posible. A los derrumbes financieros, producto de los defaults de los “viejos” mercados emergentes, les siguieron la crisis del dólar, del petróleo y el hambre, como resultado de la sequía del norte, y nada pudieron hacer. El mundo necesitaba lo que nosotros teníamos y eso les dimos: ¡PAN y CIRCO!

       4.

       Año V del Régimen. Navidad en Villa 121

      Guari tenía, en el rostro y en sus manos, la marca de su oficio. La piel curtida de nacimiento, y del sol de las obras. Las manos duras y grandes. Siempre se jactaba de que tenían la medida del ladrillo y la cuchara. Guari vivía desde hacía años en la villa. Había sabido tener su terrenito en las afueras de Garín. También supo tener una familia grande de hijos y nietos que trabajaban con él. ¡Cuántas casas habían construido con don Carlos! Aquella noche de Navidad estaba parado, junto al cura villero, en el altar. Miraba a sus vecinos. Nada había cambiado. Cuando de chico se vino de su Santiago natal, fue a vivir con sus padres a una de las villas que nacieron con la industrialización peronista. Al igual que entonces, no había agua, las calles eran de tierra y las casas de chapa. Pero, a diferencia de entonces, ahora no había esperanza. Eran parias viviendo en una miseria solo comparable con un leprosario.

      Entre los fieles asistentes al servicio estaban su hijo y su nieta. Junto a ellos, varios de los miembros de la resistencia villera. Era un grupo de vecinos que se habían organizado para mantener, si algo así es posible, el orden en su barrio. “... Basta con mantener al ‘paco’ lejos y a los chicos en la salita...”, decía el curita. Pero no había chicos para la salita y el paco estaba en todos lados. Le habían pedido a Guari que le hablara a la gente y su presencia había convocado una inusual cantidad de fieles. Guari era querido y respetado. Siempre ayudaba a reparar alguna vivienda, siempre enseñaba cómo hacer algo “según las reglas

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