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lo que quería hacer con el resto de mi vida.

      Las primeras grabaciones

      Tenía nueve años. Recuerdo esperar a mis padres afuera de la iglesia, luego de un servicio. Era un día de comienzos de verano, y una adolescente a quien no conocía muy bien comenzó a hablarme. Caminamos hacia el automóvil de sus padres; ella abrió la puerta, se sentó y me preguntó qué cantantes me gustaban. Ella seguía nombrando artistas, y yo continuaba sacudiendo la cabeza. Entonces, buscó en esa “cosa” que llamaba “radio”, y de repente comenzó a sonar música. Ella gritó de felicidad: ¡estaban pasando su canción preferida!

      Esa fue la primera vez que escuché la radio.

      Muchas cosas estaban por cambiar en mi vida, y escuchar la radio fue solo el comienzo. Mi vida simple, pacífica y completa se estaba terminando.

      Dejar la granja

      Estaba al final del pasillo mirando por la ventana a mis padres, quienes estaban teniendo una conversación acalorada. Las manos de mi madre se elevaban, y se dirigió hacia el granero. Un tráiler se acercó, y comenzaron a cargar animales. Uno por uno, día tras día, se fueron: ovejas, cabras, vacas, gallinas, patos y, finalmente, los caballos.

      Nunca olvidaré la mirada de mi mamá cuando el último tráiler se llenó con los animales que ella había rescatado, y algunos que había criado de nacimiento, y se fue.

      Nos estábamos mudando del único hogar que había conocido, y la vida nunca volvería a ser la misma.

      Nuestra nueva casa en Manitoba era pequeña, y estaba rodeada de campos. Fue aquí, en esta pequeña comunidad rural, que comencé a cantar en iglesias. Extrañaba desesperadamente las prácticas de coro de los lunes de noche, los conciertos de Navidad; y más que todo, las obras de teatro. Para llenar este vacío, comencé a rogar a mi papá por oportunidades de cantar en las ciudades más grandes en las cercanías.

      Una cosa llevó a otra: descubrir la televisión llevó al cable; reproducir casetes, a elegir la radio en el automóvil; la música folclórica llevó a la música pop. Miré películas por primera vez, celebré mis décimo y undécimo cumpleaños; y me encontré camino a un estudio de grabación.

      Mi corazón estaba lleno de emoción; y pensamientos de gozo y de un futuro como cantante embargaban mi mente. Y entonces todo se desvaneció, al llegar a una pequeña cabaña rodeada de un metro y medio de nieve a cada lado de la entrada. Pensé: “¿Dónde está el estudio de grabación?”

      Escuché la voz de mi padre:

      –¡Aquí estamos! Vamos.

      –No voy a entrar ahí –declaré–. ¡”Eso” no es un estudio!

      –Naomi, no seas así. Estas son personas muy buenas y nos están esperando; así que, vamos.

      Abrió la puerta y salió del automóvil. Yo me quedé sentada firmemente en mi asiento.

      Yo era una niña tímida en general pero, a los once y doce años, ya había desarrollado ideas propias y tenía expectativas más altas. Un pequeño hogar que improvisaba un estudio de grabación no era lo que yo consideraba un estudio de grabación “real”. “Qué vergonzoso es entrar en la casa de un extraño para cantar”, pensé. Parecía tan incómodo y humillante. No tenía idea de que, para avanzar en mi carrera, poco tiempo después, estaría grabando en armarios, baños, salas de estar y pasillos.

      Luego de estar sentada sola en la camioneta por diez minutos, pensando en mi decisión, estuve lista para darle una oportunidad. Fue entonces que mi padre volvió a aparecer en la puerta. Cruzamos juntos la calle y entramos en la casita.

      Cuatro horas después, salimos orgullosos con una copia de mi grabación en la mano. Ocho canciones, y dos piezas para piano que había creado en el momento. Apenas recordaba mis dudas para este entonces. Estaba demasiado emocionada mirando hacia mi futuro.

      La escuela pública

      Cuando tenía doce años, tomé la decisión de ir a una escuela pública, en lugar de a una cristiana o privada, porque quería experimentar cómo era. Mis padres no se opusieron a mi decisión, porque significaba que estaría más cerca de casa. Mi hermano asistía a una escuela privada cristiana, pero eso significaba que vivía con una familia a unas horas de distancia, o en un dormitorio de internado, dependiendo del año que cursaba.

      Para cuando estuve en décimo año, tenía solo una cosa en mi mente: los Backstreet Boys. La banda acababa de lanzar su primer álbum, y recuerdo haberme enamorado instantáneamente: la música, las letras, los movimientos de danza y ¡esos rostros! Enseguida elegí mi integrante preferido: obviamente, era el más cercano a mi edad, rubio y de ojos azules. Pasaba horas escuchando y cantando su música.

      No pasó mucho tiempo antes de que hubiese leído y memorizado cada palabra del folleto del CD. Y comencé a mirar cada compositor, productor, estudio de grabación, representante, sello discográfico e, incluso, fabricantes.

      Mi mente no se detenía. Por descontado, iba a llegar a ser una cantante de pop famosa, y los Backstreet Boys y yo haríamos tours juntos por todo el mundo. Mi cantante preferido y yo seríamos novios, y podía despedirme del frío Canadá, sus campos y pequeños poblados, y vivir la vida para la cual estaba destinada: estrellato para siempre. O eso pensaba...

      Comencé a tener sueños vívidos de estar tras bastidores en grandes conciertos, de las conversaciones que tendría con esas estrellas del pop y de los estudios en los que grabaría.

      Mi peor pesadilla era estar encerrada en la vida que me rodeaba. Todas esas personas habían crecido, se habían casado, vivían y morían en el mismo lugar, haciendo las mismas cosas cada día, sin grandes sueños y sin salir de allí. Sentía que estaba hecha para algo más. Yo era especial, y no encajaba con todos los otros chicos de mi edad; nuestros objetivos e intereses eran diferentes. Según mi punto de vista, tenía que encontrar la manera de llegar a las personas correctas y hacerles ver esto.

      Un nuevo hogar

      Mis padres habían comprado un terreno a 45 minutos del pueblo más cercano. Tenía un granero, unos pocos cobertizos viejos, docenas de robles, algunos estanques y una casa realmente vieja. Pasaron un año renovando la casa, hasta que nos pudimos mudar: pisos nuevos, alfombras, cocina, baños... todo. Para cuando terminaron, no había ni una señal de lo que había sido antes. Lo único que faltaba eran las puertas de mi habitación y de la de mi hermano.

      Se instalaron unas separaciones para darnos privacidad, y cuando mi reproductor de CD comenzaba a reproducir a todo volumen a Céline Dion, Whitney Houston, Mariah Carey y, por supuesto, los Backstreet Boys, mi hermano me dejaba saber que no estaba contento.

      –¡Baja el volumen de eso! –me gritaba–. ¡Mamá!, ¿puedes decirle que saque eso?

      Como estaba en una edad en la que admiraba a mi hermano, rápidamente bajaba el volumen, sintiéndome avergonzada de que me hubiese escuchado cantando. A veces, respondía con un clásico:

      –¡No está tan fuerte!

      Pero sabía que, si quería seguir disfrutando de mi música, tenía que encontrar otro lugar para escucharla.

      Mi papá hizo una oficina en uno de los viejos cobertizos cercanos a la casa. Era estrecho y largo, y ambas paredes estabas repletas de cajas de libros. Estaba lo suficientemente aislado para que nadie en la casa pudiera escuchar lo que pasaba allí. ¡Había encontrado mi lugar!

      Cuando mi papá estaba trabajando en el patio o salía a vender libros, era perfecto. Llevaba mi reproductor de CD, lo ubicaba sobre una de las cajas, y escuchaba y cantaba mis temas preferidos al volumen que yo quería. Mi CD preferido para hacer esto era el de Céline Dion. Amaba su voz; ella cantaba con tanta perfección. Si tan solo algún día

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