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que cantara una canción distinta? ¿O si ni siquiera me pedía que cantara?

      Llegó la hora

      Mis pensamientos se hicieron realidad en el momento en que volvimos a la habitación. Había una llamada telefónica de Sony: tenía una reunión con ellos a la una de la tarde. “Esto tiene que ser el final”, pensé. “Hoy voy a conseguir mi álbum”. Cada músculo de mi cuerpo estuvo tenso hasta la tardecita.

      No existía la posibilidad de equivocarme. Tenía que ser exactamente lo que estaban buscando. Mi coraje y determinación me convencieron de que lo era, y no dejaría que un momento de duda me limitara. Simplemente, no había otra opción luego de todo lo que había hecho mi familia para que yo llegara hasta aquí. Me había estado preparando para este día, para este momento, de manera constante, durante cuatro años intensos. Estoy hablando de Epic Records. Representaban a The Jacksons, ABBA, Céline Dion, Aerosmith, Jennifer López, Mariah Carey, Barbra Streisand... y ¿Naomi Striemer? Estaban buscando la siguiente estrella, y yo tenía que probar que era “ESO”.

      Volvimos a la entrada del edificio en la avenida Madison al 550, donde informé de mi llegada en la recepción más cercana del segundo piso. El edificio era extraordinario, con paredes interiores de nueve metros, cubiertas de cuadros de seis metros. Pero, eso no era tan impresionante como los artistas que estaban allí. Era común ver una o dos caras conocidas caminando por allí. Esa misma mañana vimos a tres: Patrick Monahan, Jimmy Srafford y Scott Underwood, del grupo Train, se estaban registrando a unos pasos de donde estábamos. Llegaría a aprender que nadie ponía un pie en esos ascensores sin primero registrarse para una confirmación de reunión, un nombre y un pase con fotografía, sin importar si eras una estrella o no.

      Ante la presidente

      Al salir del ascensor en el vigesimosegundo piso, un asistente nos llevó, a mi mamá y a mí, por un largo pasillo pasando docenas de cubículos y puertas abiertas. Nos llevaron a la oficina de Polly Anthony, y por el tamaño, su oficina pudo haber sido de todo el ancho de ese piso. Estaba diseñada de manera bellísima, con un ligero toque femenino.

      Yo esperaba una recepción acogedora por parte de la presidente de Epic Records, pero me encontré con una invitación directa, amigable, pero firme.

      –Toma asiento –me dijo.

      Había tres opciones: la pared del fondo, donde mi mamá eligió sentarse; el área del medio de la oficina, donde estaba sentado el señor Massey, el vi­cepre­si­den­te; y otras dos sillas cerca de su escritorio. Me adelanté y me senté sola en una de esas dos sillas.

      Luego de ladrarle a su asistente sobre un pedido de almuerzo errado, me dirigió una sonrisa cortés y se acomodó contra el respaldo de su silla.

      –Cántame el tema que le cantaste ayer a Dave.

      Mientras tanto, se colocó una ensalada sobre su escritorio, una ofrenda de paz por el error del almuerzo.

      –Espera– me detuvo antes de poder comenzar.

      Tomó su ensalada y se sentó en la sección del medio, junto al señor Massey.

      Me puse de pie, y me di vuelta para estar de frente a ellos. Canté como lo había hecho el día anterior, pero esta vez bajaron el volumen de la pista de acompañamiento, al punto que apenas podía oírla. Ya era incómodo cantarle a una mujer con un rostro de piedra y contacto visual ininterrumpido, como para que además un problema técnico de la música me confundiera.

      Tenía que presentarme a mí misma de la mejor manera que pudiera, así que, me detuve y pregunté si podían subir el volumen de la música un poco.

      –No, está a este volumen a propósito –dijo ella, apoyando su tenedor en la ensalada.

      Comencé de nuevo, determinada a darles la mejor presentación de mi vida. No podía darme por vencida.

      Un punto anaranjado en la pared

      Al segundo de terminar la canción, una sonrisa cruzó el rostro de Polly Anthony, seguida por aplausos y algunas aclaraciones.

      –Bajé el volumen de la música porque quería asegurarme de que no había ningún truco –me dijo–. Quería asegurarme de que lo que oía era tu voz, y nada más.

      Mi cabeza daba vueltas ante esa respuesta. Estaba sentada con la presidente de Epic Records y, por lo que podía ver, ella estaba complacida con mi voz. Nunca antes había sentido una euforia así. Estaba entumecida de la alegría, pero ¿qué quería decir su respuesta? ¿Qué se venía?... Si es que se venía algo al final. Una mezcla de preguntas, esperanza y miedos se agolpaban en mi mente. Tenía que detener mis pensamientos para poder escuchar...

      –¿Cómo te ves a ti misma como artista? –preguntó Polly.

      –Bueno –respondí, sonriendo–, si toda la música que existe fuera gris, quiero ser el punto anaranjado en la pared. ¡Quiero resaltar y ser diferente!

      Estaba muy contenta con lo que pensaba que era una respuesta inteligente pero, al parecer, no lo era.

      –Querida –dijo ella–, teniendo en cuenta que producimos la mayoría de esa música “gris”, ¿por qué no apuntas a un tono más oscuro o diferente de gris? Si intentas ser tan diferente, no encajarás en ninguna estación radial que conozco.

      Cuando lo mirabas desde ese punto de vista, la mía no había sido una respuesta tan genial. Mientras estaba tratando de descifrar cómo recuperarme de ese golpe, ella redirigió la conversación en una mejor dirección.

      Uniéndose a la familia

      No recuerdo mucho de lo que ella dijo después de eso; si hablamos sobre mi familia, mis responsabilidades actuales, o de qué otras firmas había visitado en este viaje. Solo recuerdo lo que dijo después de unos 35 minutos de conversación.

      –¿Te gustaría unirte a la familia de Sony? –preguntó.

      No estaba segura de cómo responder a eso porque no estaba segura de a qué se refería. ¿Acaba de preguntarme si quiero unirme a Sony? No me había preguntado si quería grabar un álbum. ¿Era esta una pregunta hipotética, o una oferta?

      Me había preparado para hacer lo mejor posible, pero no estaba preparada para la pregunta que cambiaría mi vida como la conocía.

      Esperando que fuesen las palabras adecuadas, respondí:

      –¡Me encantaría!

      Con la experiencia que ella tenía, sabía qué decir:

      –Creo que es hora de llamar a tu abogado, Peter Lewit, para contarle las buenas noticias.

      Y mientras ella marcaba el número, yo intentaba procesar lo que estaba sucediendo.

      Peter Lewit era un abogado prominente y muy actualizado de Nueva York. Parecía una estrella de rock, con su cabello entrecano que le llegaba a los hombros. Sabía muy bien cómo manejar todo lo relativo a la industria, incluyendo una oferta de Sony. Peter reconoció el número.

      –¿Cómo está yendo? –fue lo primero que dijo por el altavoz.

      –Bueno, pensamos que ella es genial, Peter. ¡Queremos firmar con tu chica!

      –¡Felicitaciones, Naomi! ¡Has hecho un gran trabajo!

      Su voz sonaba calma y confiada, y escuchaba la satisfacción en su tono de voz. Él y Polly hablaron solo unos pocos minutos más, ya que Peter dijo que había sido un largo día y sugirió que comenzaran los arreglos al día siguiente.

      Nos levantamos, estrechamos las manos, y terminó la reunión. No habíamos caminado más que unos metros, cuando comenzaron a sonar los teléfonos. Peter me estaba llamando al celular para felicitarme de nuevo, mientras me notificaban que tenía otra llamada en espera.

      –¿Hola?

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