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me había llamado el viernes de tarde, horas después de la reunión original, para preguntarme si podía volver a Sony para reunirme con Dave Massey el lunes. Ya era martes. Este hombre se convertiría en mi A&R (artista y repertorio) dentro de la firma. Básicamente, se convirtió en mi representante dentro de Sony, y se encargaba de todo lo relacionado a la música por mí.

      Jim me estaba felicitando mientras admitía su confusión.

      –Todos están conteniendo el aliento –me dijo–, y Polly se está preguntando si nos va a hacer competir con otras firmas.

      Lo que yo había querido transmitir como un “Sí” absoluto y definitivo, Polly lo había entendido como un “Quizás”. No había nada que yo quisiese más que firmar con Epic Records, y la oportunidad finalmente había llegado.

      El mundo dejó de girar por un momento, y todo parecía suceder en cámara lenta. Los empleados me estaban abrazando, estrechando mi mano, dándome palmadas en la espalda, y diciéndome cuántas ganas tenías de trabajar conmigo.

      La gracia incomparable de Dios

      “Así se siente el éxito”, pensé al escuchar a mi mamá conversar animadamente con algunas personas, mientras se acercaba y me envolvía en un abrazo.

      Un automóvil nos estaba esperando abajo para llevarnos al aeropuerto. Pero, antes de irnos de Nueva York, mi mamá hizo una parada en una florería. Era el Día de San Valentín, y la persona que había estado conmigo a través de todo lo que había enfrentado en mi vida volvió con un arreglo de rosas para mí.

      Luego, tomé el celular y llamé a casa.

      –Papá –dije–, ¡conseguí el contrato con Sony! –Y juntos alabamos a Dios por su gracia incomparable.

      Cuando comencé ese viaje, había prometido a mi papá que no me iría de la ciudad de Nueva York sin un contrato discográfico. Todos los que conocía en la industria me dijeron que era imposible y que no podía suceder en una semana. Pero aquí estaba, habiendo alcanzado esa oportunidad de uno en un millón.

      Sentía que me amaba un Dios que no solo me había dado el don de la música, sino también mi sueño de trabajar con Sony Records. En realidad, no me había tomado el tiempo de preguntar a Dios si esto era lo que él quería para mi vida. Desde que tenía trece años, me había decidido a ser un buen ejemplo y a ser la influencia positiva que faltaba en la música comercial. Había recibido ofertas de sellos discográficos cristianos cuando era más joven, pero había tomado la decisión consciente de dedicarme a la música comercial, y creía que llegaría a los que no habían sido alcanzados. Simplemente, separaría mi carrera de mis creencias.

      Había trabajado por mi sueño. Tenía un plan. Tenía una lista de cosas que quería hacer. Y sin pensar en el deseo del corazón de mi Salvador, seguí el mío.

      Vista desde la cima

      Los siguientes dos meses fueron época de planificación y de aprendizaje. El contrato era tan largo que parecía una guía telefónica, y tenía que leerlo. Además de mi abogado, debía que conseguir un administrador de fondos, y prácticamente podía elegir el representante que quisiera.

      Las cosas comenzaron a moverse rápidamente. Al firmar el contrato, depositaron cien mil dólares en mi cuenta bancaria, y se comprometieron a gastar, como mínimo, setecientos cincuenta mil dólares en el álbum.

      Me subieron a un vuelo de siete horas a Londres, donde estaría trabajando con los productores más importantes del mundo. Podía llevar una persona conmigo, y elegí a mi mamá. Parecíamos dos colegialas, riendo y jugando con los elementos que la aerolínea proveía para nuestro vuelo. Hay algo muy gracioso en antifaces, frazadas y medias, cuando estás demasiado cansada y emocionada más allá de las palabras.

      A los once mil metros de altura, nos quedamos dormidas, felices de haberlo logrado y emocionadas por lo que se venía. Tenía una vista desde la cima del mundo, de pie en lo más alto de una montaña... que estaba a punto de derrumbarse.

      Botas embarradas y cabras de ordeñe

      Vine al mundo el 6 de octubre de 1982, y me llamaron Naomi, un nombre hebreo que significa “hermosa, agradable, encantadora”. No hay palabras mejores que esas para describir mi niñez, aunque habría que agregar la palabra inusual.

      Los eventos relativos a mi nacimiento son un poco peculiares pero, para Glen y Lorraine Striemer, era la vida normal.

      Luego de mucho estudio y deliberación, mis padres decidieron que lo mejor para mí sería nacer en la casa: tranquilo, calmo, íntimo y, lo más importante, natural. No era específica­mente en nuestra casa, sino en una casa antigua en el medio del campo. Así que, viajaron con mi hermano, Nathan, al norte de Nueva York, donde se alojaron en la casa de la famosa partera Louise Dull hasta el momento de mi llegada.

      A la tardecita, mi madre escuchó los ruidos. Un grupo de caballos de una granja vecina se había escapado del potrero, en el cual se había roto un portón. Ahora, los caballos estaban corriendo por la ruta. Tan energética e intrépida como siempre, mi madre salió tras ellos sin dudarlo y, entre toda la conmoción, entró en trabajo de parto.

      Como el comienzo de las dolorosas contracciones y romper bolsa significaban que mi hora de nacer había llegado, volvió a la casa, para dar a luz a su hija.

      Misioneros del Monte

      Poco antes de que yo naciera, mis padres dejaron todo atrás y se unieron a una pequeña comunidad en la zona montañosa de New Hampshire, conocida como “Mount Missionary” [Misionero del Monte]. Allí fueron entrenados para compartir el evangelio y absorber una manera totalmente nueva de vivir, basada sobre los principios de simplicidad, salud y dedicación a Dios. Básicamente, eran hippies que iban en la dirección opuesta: la agricultura vegetariana; pusieron un freno a sus vidas, y dieron un giro adoptando un estilo de vida saludable y una fe profunda en Cristo. Sus convicciones eran tan profundas que eliminaron de su dieta elementos como la cafeína y el azúcar blanco, y agregaron hierbas, bayas y semillas.

      Los días de representar bandas de rock y vender publicidades para una revista de entretenimiento de Toronto habían quedado atrás, y eran felices sobreviviendo con poco y enfrentando las dificultades que llegaran. Aprendieron a plantar, a hacer trueques y a sobrevivir de la tierra.

      Mi introducción a la música

      Una mañana, algunas de las mujeres bajaron de la montaña para visitarnos. Estaban tan ansiosas por ver al nuevo bebé como nosotros estábamos de verlas. Cobijada en la tibieza de los brazos de mi madre, miré con ojos entrecerrados por sobre mi frazada blanca, demasiado joven para entender, pero lo suficientemente crecida para saber que era amada. Entre serenatas de canciones llenas de la Escritura que habían compuesto, como “La hija del Rey” y “Naomi”, volví a dormirme. Esto marcó la pauta de una sinfonía de música que duraría toda la vida.

      Mi llegada cambió los planes de mamá y de papá de ir a África. Como tenían un nuevo bebé, se decidió que el mejor lugar al que podían enviar a esta familia misionera era a Nueva Escocia, donde mi papá vendería Biblias y otros productos en las provincias marítimas. Nos mudamos cuando yo tenía dos años.

      Un hogar humilde en Nueva Escocia

      Con todas nuestras pertenencias ya acomodadas en nuestra vieja camioneta, mis padres, Nathan y yo dejamos nuestro hogar en Mount Missionary para comenzar una vida nueva en una pequeña granja en Nueva Escocia.

      Por tan solo cien dólares al mes, mis padres alquilaron una vieja y desvencijada granja a quince kilómetros de la ruta principal. Estaba ubicada en un punto rodeado por el océano en tres lados. Y eso habría sido imponente, si no hubiésemos encontrado la casa en tan mal estado. Sin embargo,

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