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una y otra vez.

      Durante esas dos horas, me hizo todo tipo de preguntas sobre mi vida personal y mis sueños para el futuro. Me pidió que cantara una segunda canción y, luego, la primera una vez más, hasta que finalmente me dijo:

      –No puedo fingir más. He estado yendo y viniendo hablando por teléfono con la presidente de la firma.

      Podía sentir cómo mi corazón retumbaba en mi pecho.

      –Ella está en una exhibición en este momento –me dijo, inclinándose sobre su escritorio–; pero la he estado instando a venir para conocerte. Por esa razón, estuve tratando de hacerte quedar aquí por tanto tiempo.

      La oficina quedó en silencio durante un par de segundos, mientras absorbía lo que me acababa de decir. Mi mamá estaba sentada al lado mío y, aunque no la estaba mirando, sentía su entusiasmo.

      –No hay nada más que pueda hacer hoy –concluyó Dave–. ¿Estarás aquí mañana?

      Había un problema con decir que sí: uno de ellos era que mi mamá y yo teníamos un vuelo reservado para el día siguiente; y el segundo era que mis padres no podían costear este viaje, sin contar el dinero que se requeriría para otro día de hotel y las tarifas de cambio de vuelo.

      –Puede ser –dije–, pero tendría que haber un cambio en mi vuelo y el hotel. Todo está reservado para viajar por la mañana.

      Más tarde, me di cuenta de que el dinero no era un problema para Sony Records. Pero, en ese momento de mi vida, mi familia estaba en “las últimas” y estrujando los últimos centavos que habíamos gastado en mi carrera. No había más dinero.

      –Dame los datos de tu vuelo –respondió, levantándose de su silla–, y haremos los cambios necesarios. Puedes ver a mi asistente a la salida, y ella te dará información sobre un nuevo hotel y los detalles del vuelo. Un automóvil las estará esperando abajo, y el chofer las llevará a su hotel, para que busquen sus cosas y las lleve al nuevo hotel.

      Y así de fácil se hicieron los arreglos. Me dijeron que me relajara y que esperara una llamada a la mañana siguiente, en la cual me darían los detalles para una reunión con Dave y ¡la presidente de Sony Records!

      El deseo de mi corazón

      Luego de estrechar la mano de Dave, mi madre y yo salimos del edificio en Madison Avenue, y di mis primeros pasos en una nueva vida que se estaba desplegando ante mí. Era una tarde fresca de febrero; el sol ya se había puesto, pero yo no sentía frío bajo la emoción y el abrigo de piel beige, que mi mamá y yo habíamos comprado en una tienda de segunda mano la semana anterior.

      –Si quieres ser una estrella –me había dicho–, tienes que vestirte como tal.

      Y así fue que mi mamá y mi papá sacrificaron sus deseos para nutrir mis sueños de todas las maneras posibles. Mi mamá se había convertido en mi estilista, peluquera y asistente; y con mi papá compartían la posición de consejeros espirituales, mentores y mejores amigos.

      Mis padres habían decidido hacía mucho tiempo que podían sentarse en su casa, una granja en el medio de la nada, y envejecer; o podían invertir su tiempo y dinero en mi futuro. Y así fue que se dieron a sí mismos vez tras vez, nutriéndome física, mental y espiritualmente de la mejor manera que podían.

      Sé que les debo mucho a las raíces espirituales firmemente arraigadas de mi padre, y a la mente creativa, gozosa e inquisitiva de mi madre. Las ideas y las preguntas que me presentaban cada día me posibilitaron un equilibrio entre ambos. Yo era hija de padres misioneros que habían decidido que ella buscaría una carrera y un estilo de vida en la música pop; una elección de carrera contra la cual la mayoría de los padres cristianos advierten a sus hijos; un lugar lleno de “pecado, drogas y rock&roll”.

      Si bien quería cantar música comercial, también sentía el fuerte deseo de servir a Dios y compartir su Palabra. Yo era así, y ese era mi plan. En lo profundo de mi corazón, creía que Dios y mis padres apreciarían mi plan, aunque había explicado, más que preguntado o escuchado, sus detalles.

      ¿Por qué música comercial? Esta era una pregunta que me habían planteado, y que parecía que había estado respondiendo por años.

      Lo primero que venía a mi mente era Céline Dion. Su voz, esa voz magnífica, controlada y poderosa, fue lo que me atrajo, como hipnotizada, a la industria. Pero, eso era solo la punta de un iceberg gigante que respondía la pregunta. Pensé que tenía mi futuro planificado y que, por el momento, Dios estaba dejando que me dirigiera en la dirección que yo quería.

      El país de las maravillas

      La entrada del nuevo hotel mostraba un profundo contraste con el que habíamos dejado, con espejos añejados en cada pared, que daban la ilusión de que era mucho más grande de lo que en realidad era. Este hotel parecía un festival de arte abstracto, con detalles del País de las Maravillas en cada rincón, y cada huésped tenía el rol de “Alicia”. Tenía una decoración levemente osada pero preciosa, con sillas y sillones de distintos tipos cubriendo la superficie de la gran entrada, iluminada muy suavemente con pequeñas velas encendidas por todos lados.

      Algunas sillas eran enormes y hacían que una se viera pequeña, mientras que otras eran pequeñas y una se veía grande. Algunas eran delgadas, y otras, anchas. Había sillas esculpidas de troncos de árboles exóticos y sillas de metal con ramas retorcidas saliendo del respaldo; otras mostraban estampados y botones que no uno hubiera imaginado ver en forma individual y, mucho menos, combinados. Al lado de los ascensores, había un jarrón enorme con ramas florecidas, iluminadas por luces que cambiaban de color. Parecía demasiado hermoso como para ser real, pero lo era. Las flores parecían simbolizar la hermosura natural, mientras personas totalmente enfrascadas en sus propias vidas pasaban demasiado rápido para entender su significado. Este hotel no se parecía a nada que hubiésemos visto antes, y era donde pasaríamos la noche.

      A la mañana siguiente, mi mamá y yo nos dirigimos al restaurante del hotel, para comer algo. Yo habría estado feliz de quedarme en la blanca habitación del hotel para estudiar el cuadro que formaba el respaldo de mi cama, y revivir cada momento de lo que estaba sucediendo. Pero, mamá insistió en que desayunáramos, ya que todo estaba pago (incluyendo las nueces de nueve dólares del mini bar, que la reté por comerlas la noche anterior).

      Lo cierto es que la comida era lo último en mis pensamientos. Tenía que prepararme mentalmente. No podía relajarme ahora; no después de haber trabajado tanto por llegar aquí. Además, no quería que Sony pensara que me estaba aprovechando de ellos, haciéndolos pagar una cuenta significativa. No tenía idea de que la única persona que alguna vez vería esa cuenta sería una asistente a la cual le importarían muy poco dos desayunos y unas nueces.

      Eran las 9:38 de la mañana. Lo sé, porque me acuerdo que miraba el reloj cada dos minutos. El olor a panqueques permeaba el aire, pero eran de mi mamá. Yo había optado por avena y frutas. No podía dejar de lado mi rutina en el día más importante de mi vida. Ni siquiera estaba segura de que la avena me sentaría bien en el estómago, con toda la expectativa y la ansiedad que sentía. Mi madre estaba tomando su jugo de naranja sin ningún apuro y tomando algunas vitaminas, mientras yo no dejaba de moverme en mi silla, tratando de enviar el mensaje de que no teníamos tiempo que perder, que realmente teníamos que volver a la habitación.

      Todo lo que llenaba mi mente era la llamada telefónica que me habían dicho que esperara. ¿A qué hora sería la reunión? ¿Y si tenía poco tiempo para prepararme? ¿Y si estaban tratando de llamar mientras estábamos en el restaurante? El Sr. Dave Massey me había dicho que estarían en contacto a la mañana siguiente; el tiempo estaba pasando rápidamente, y yo tenía un millón de cosas parar hacer antes de poder estar lista mentalmente. Tenía que imaginar la reunión, y cada respuesta a cada posible pregunta que pudieran hacer; tenía que crear un mapa para mi voz, para presentar la canción de la mejor manera: la melodía de la cual sacaría más sentimiento, las secciones tiernas en que dejaría que mi voz se quebrara

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