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peregrina bajo la dirección espiritual de Abraham. Mas un día Dios probó la devoción del patriarca (Gn 22,1). Otra vez debía levantar un altar, solo que ahora su hijo Isaac sería el sacrificio. “Y dijo [Dios]: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gn 22,2).

      De este relato conmovedor, se derivan al menos tres principios que hacen a una teología de la adoración.

      Una estructura de revelación y respuesta

      Es fundamental comprender que en la adoración bíblica Dios habla y el hombre responde. El relato del Génesis muestra que Abraham conocía la voz de Dios, que estaba habituado a oírla. Dios le había hablado antes por lo menos en siete ocasiones: (a) cuando lo llamó a salir de Ur (Hch 7,2-4), (b) cuando lo instó a continuar el camino desde Harán a Canaán (Gn 12,1-5), (c) luego de su separación de Lot (Gn 13,14-17), (d) al prometerle protección y recompensa (Gn 15,1-6), (e) a sus 99 años (Gn 17,1-4), (f) a la entrada de su tienda (Gn 18,1-15), y (g) cuando la promesa del hijo se cumplió (Gn 21,12). Entre la primera y la séptima vez habían pasado 25 años, desde la promesa de un hijo hasta que el hijo llegó. Ahora Isaac era un muchacho fuerte y hermoso, objeto de la más profunda devoción familiar. Entonces Dios le habló por última vez cuando le pidió la entrega de su hijo en sacrificio (Gn 22,1-18). Dios había hablado y una vez más el patriarca estuvo dispuesto a dar una respuesta positiva.

      En eso consiste la adoración, en una revelación de Dios (Gn 22,1-2) que despierta en el hombre una respuesta positiva (Gn 22,3). La iniciativa es siempre divina; la respuesta es humana. Algo similar ocurrió con otros patriarcas a los que Dios se manifestó: Isaac (Gn 26,24), Jacob (Gn 28,10; 32,25; 48,3), José (Gn 37,5) y sus hermanos (Gn 50,24-25). Por tanto, es posible concluir que en este sentido

      "la adoración es una respuesta a la revelación de Dios."

      Al desplazar el concepto teológico hacia el terreno litúrgico, surge con claridad la importancia de la Palabra de Dios en el servicio de culto. La adoración en comunidad ha de responder también a la Palabra leída, enseñada, predicada, cantada y citada en la plegaria. Como resultado, se impone la necesidad de retornar a la lectura regular e intencional de la Biblia, a la enseñanza organizada y sistemática de los grandes temas y textos de la Escritura, a la centralidad de la predicación de la Palabra como parte significativa del diálogo cúltico, como texto frecuente de los cánticos litúrgicos y como apoyo inevitable de las oraciones de la comunidad. Del mismo modo, la respuesta de adoración será orientada y enmarcada por los parámetros de la revelación objetiva de Dios.

      Una dinámica de solicitud y entrega

      En la narrativa apasionante del Génesis se encuentra claramente expresada la secuencia de solicitud y entrega. Es decir, Dios solicita algo del hombre y el hombre entrega aquello que el Señor le está solicitando.

      “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos” (Gn 22,1-6).

      Al requerir la entrega de Isaac, Dios hizo una demanda suprema y Abraham estuvo dispuesto a hacer una entrega también suprema. Al hacerlo, reconoció que el Señor tenía derecho de pedir aquello que primero había dado. La entrega del patriarca requirió fe en una posible resurrección sin antecedentes, como se lee en Hebreos:

      “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Heb 11,17-19).

      Abraham no se resistió e Isaac no rehusó, porque ambos comprendieron el significado de la verdadera adoración:

      una entrega sin reservas, sin cavilaciones, sin excusas.

      Conviene también pensar en la adoración como entrega de la vida a Dios, donación voluntaria, sin mezquindades ni reservas. No se limita a las expresiones de alabanza y gratitud, sino que se extiende

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