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Una universidad humanista. Milton Molano Camargo
Читать онлайн.Название Una universidad humanista
Год выпуска 0
isbn 9789588844008
Автор произведения Milton Molano Camargo
Жанр Документальная литература
Серия Pensamiento Lasallista
Издательство Bookwire
Entendida la fe como la respuesta vital (adhesión integral) de la persona al amor de Dios, es algo que trasciende la razón, pero a la vez que la abarca. La fe es un don gratuito del propio Dios, que respeta irrestrictamente la libertad de la persona; y el amor de Dios se ha manifestado de muchas maneras: se ha manifestado en las cosas de la naturaleza, en el hombre, en la sociedad y en la historia, pero, ante todo, se manifiesta en la persona de Jesucristo, “teofanía máxima de Dios”, y en sus enseñanzas, consignadas en el Evangelio y transmitidas por el magisterio de la Iglesia.
Si a lo anterior se agrega que “en realidad el misterio del hombre solo aclara en el misterio del Verbo Encarnado”,{23} el camino del evangelio conduce al corazón de lo humano y el camino del corazón de lo humano conduce a Jesucristo.
De allí se desprende que el objetivo propuesto por el papa para la pastoral universitaria de “la evangelización de la inteligencia”{24} y sus modalidades de “síntesis entre fe y vida”, “síntesis entre fe y cultura”, “diálogo entre ciencia y fe”, no se puede “reducir” a pronunciar una plegaria formal o a una homilía al comienzo de una reunión, de una clase o de una actividad. Es algo más trascendental, exige profunda oración, mucha sabiduría y ciencia, y mucha vida, es decir, mucha acción.
Verlo todo con la óptica de la fe no es —como ya se dijo— “sacralizar” todas las cosas, la cultura, las ciencias y la técnica, irrespetando la autonomía de lo temporal, sino consagrarlas a Dios. El problema no es de rótulos, ni de adoctrinamientos irrespetuosos o de integraciones acomodaticias, es algo más hondo. Recordemos la propia enseñanza oficial de la Iglesia:
El hombre, en efecto —enseña el Concilio— cuando cultiva la tierra con sus manos o ayudándose de los recursos de la técnica y del arte para hacerla producir sus frutos, y convertirla en digna morada suya, y cuando conscientemente asume su papel en la vida de los grupos sociales, sigue el plan de Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y así el hombre se educa a sí mismo; al mismo tiempo, obedece el gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de sus hermanos.{25}
A la vez, “cuando se entrega a estudios variados de filosofía, de historia, ciencia matemática y natural, o se ocupa en el arte, puede contribuir mucho a que la familia humana se eleve a los conceptos sublimes de verdad, bondad, belleza y a juicios de valor universal, y así se deja iluminar más claramente por la admirable sabiduría que desde la eternidad estaba con Dios [...]”.{26}
La simple realización de los valores propios y autónomos del saber científico —sin posturas absolutas— equivale de alguna manera a una “preparación para la aceptación del mensaje evangélico”.{27}
Como se ve, la Iglesia no propone otras restricciones o limitaciones a la investigación científica y tecnológica, y a la creación de cultura, distintas a la honestidad intelectual, a la rectitud de intención y a las que dimanan de una ética fundamental objetiva y de una “ética profesional específica”.
Y esto tiene, también, validez para la investigación sobre la propia fe o sobre el cristianismo: “[...] el hombre de fe en nada se ve limitado en razón de lo que cree —enseña Juan Pablo II—, al contrario, nuestra fe amplia nuestros horizontes de pensamiento y solicita nuestra reflexión exigente”.{28}
Investigar honestamente la realidad, con la recta intención de buscar la verdad; transformar el medio natural y social que nos rodea para buscar una mayor calidad de vida; desarrollar y crear cultura para lograr que el hombre se perfeccione es, de hecho, descubrir y realizar el plan de Dios, es “consagrar el mundo” a Él, y esta es la misión específica de los seglares;29 pero a la vez es la base primordial sobre la cual se puede realizar hoy la síntesis entre la fe y la cultura y el diálogo entre la ciencia y la fe. La Universidad —enseña Juan Pablo II— que por vocación debe ser una institución desinteresada y libre, se presenta como una de las instituciones de la sociedad moderna capaces de defender juntamente con la Iglesia, al hombre como tal, sin subterfugios, sin ningún otro pretexto y por la única razón de que el hombre tiene una dignidad única y merece ser estimado por sí mismo”.{30}
“No hacer nada sino con la mira puesta en Dios”
Esto es, hacerlo todo con la mira puesta en Dios, lo cual invita en primer lugar a la acción, a una acción respaldada por una visión de fe. Se podría decir que se trata de una contemplación activa o de una acción contemplativa.
En la Universidad, la acción es vida intelectual: investigativa, científico-cultural, pedagógica, de servicio a la comunidad y administrativa. Verlo todo con la mira puesta en Dios significa, en primer lugar, superar toda forma de quietismo o de pasividad, afirmar un particular dinamismo en todos y cada uno de esos campos; pero también significa superar toda forma de “activismo” ciego o de inmediatismo, es decir, no perder la perspectiva esencial.
En efecto, no se trata tampoco de desarrollar un especial dinamismo, investigativo, científico-cultural, pedagógico, social y administrativo por pruritos “de moda”, como pueden ser: el del espíritu empresarial, el crecimiento institucional o la imagen publicitaria de la Universidad (importantes sin duda), sino fundamentalmente por contribuir a la obra de Dios, a la extensión de su reino.
Al mismo tiempo, se trata otra vez de una acción que demanda una particular “calidad”. Al respecto, los hermanos Michel Sauvage y Miguel Campos nos previenen: “En algunos, el velo del ‘Espíritu de Fe’ ha podido utilizarse algunas veces para encubrir lagunas profesionales o para canonizar como ‘voluntad de Dios’ abusos manifiestos en el ejercicio de la autoridad”.{31} Conviene, entonces, evaluar la legitimidad de nuestros compromisos universitarios y del ejercicio de la autoridad, a la luz de estos principios, con el fin (al menos) de no convertir el lasallismo en una ideología que encubre con su poder las mediocridades o incapacidades, o justifica arbitrariedades y manipulaciones contrarias al espíritu del Evangelio.
La calidad que demanda “la mira puesta en Dios”, lejos de desconocer y menospreciar lo humano y lo temporal, es una invitación a darle a las cosas, a las personas y a los acontecimientos, una “sobredimensión” a la luz del paradigma de toda perfección y de toda realización: el propio Dios.
En realidad, de lo que se trata es de tornar en serio y a fondo la transformación de la naturaleza, de la sociedad y de la historia, la renovación educativa y la promoción del saber y de la cultura.
La fe es un principio dinámico de acción, pero no en forma determinista, ni mecánica; en cada opción concreta compromete nuestra libre decisión y exige una purificación constante de nuestra intención{32} para que esta no se motive por el mero capricho, la comodidad, el deber, las tendencias biológicas, la costumbre o la simple lógica, sino por ese afán de perfección que nace de la óptica de la fe.
También exige el desarrollo del “discernimiento evangélico”, es decir, una capacidad para analizar y evaluar alternativas a la luz de los valores cristianos, y para enfrentar las contradicciones y obstáculos que, usualmente, ofrece la sociedad ante esos valores. A la vez exige el cultivo de la iniciativa y de la creatividad —a imagen de Dios “creador”— para buscar las mejores respuestas a las necesidades y problemas del quehacer universitario.
El hacerlo todo con la mira puesta en Dios se manifiesta en actitudes de justicia y de caridad, de autoexigencia, de alegría y de servicio desinteresado, es decir, en un testimonio congruente con el ideal cristiano. Institucionalmente (en la coyuntura actual del