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este homenaje que rinde la Universidad al doctor Luis Enrique Ruiz López tiene un carácter de memoria, en el sentido de conmemoración del itinerario intelectual de un pensador lasallista y su aporte a la construcción de los marcos filosóficos de la Universidad, y también en el sentido de anima mundi (Candau, 2002), de acción que interviene en el presente y da sentido a una tradición que se proyecta sobre el futuro.

      En ese sentido, se trata de una memoria activa a través de escritos significativos producto de la labor académica del doctor Ruiz, y que tienen en el lasallismo su objeto principal de reflexión. Sin embargo, para que esta memoria opere debemos tener en cuenta la recomendación de Sócrates en el diálogo del Fedro, refiriéndose al mito de la escritura por parte del dios Teut: “Sócrates: Este es, mi querido Fedro, el inconveniente, así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrógalas, y verás que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos: al oírlos o leerlos crees que piensan, pero pídeles alguna explicación sobre el objeto que contienen, y te responden siempre la misma cosa” (Platón).

      Los escritos en sí mismos son mudos y por eso deben ser interrogados desde la vida de quien los lee, debe establecerse un diálogo, una búsqueda del sentido desde el lugar existencial de quien accede a estos. Así, la memoria se actualiza y más allá de un vago recuerdo que muere con el tiempo, se convierte en una semilla que se va renovando según los ciclos naturales que permiten la muerte para que la vida vuelva a surgir. Entonces, al hablar de este homenaje como memoria, se trata de darle un lugar a ese “discurso vivo y animado, que reside en el alma del que está en posesión de la ciencia”, según las palabras de Fedro.

      Desde mis propias preguntas y diálogos, que pongo a consideración del lector, encuentro seis grandes elementos que atraviesan la obra escrita del doctor Ruiz: el primero es un permanente recurrir a la tradición y la historia como herramienta fundamental para encontrar sentido y continuidad a un carisma, a un proyecto. No existe en el ejercicio del doctor Ruiz, uno de los grandes pecados de algunos académicos actuales llamado el síndrome de Adán. Creer que con ellos todo es nuevo y que nada de lo que antes se hizo tiene valor ni sentido. Por lo general, quienes padecen de esta “enfermedad”, tienden a repetir errores y están convencidos de que todo tiempo pasado fue peor y no hay nada que retomar.

      El doctor Ruiz entiende la historia en el sentido zubiriano de traditio, como acto de entrega de unas generaciones a otras que con “esos universos y prácticas configuran sobre todo, ‘maneras de estar en la realidad’, que inicialmente alimentan a las nuevas generaciones, luego estas las interiorizan autónomamente, disciernen y deciden si las perpetúan, las abandonan, las modifican parcialmente o las superan”.

      Por esa razón es común encontrar en sus textos un valioso contexto histórico de los procesos y las dinámicas universitarias, de los protagonistas, de las tendencias y de las tensiones que se han vivido. De modo que este libro es un compendio que se convierte en referente obligado de consulta para comprender la configuración en la construcción de la identidad lasallista de la Universidad de La Salle.

      Un segundo elemento es la capacidad que el doctor Ruiz tiene para establecer diálogos fecundos del lasallismo con perspectivas pedagógicas y filosóficas contemporáneas. Podría asegurar con certeza que el doctor Ruiz es uno de los pioneros en hacer investigación lasallista, más allá de la que los expertos en los archivos originales de los tiempos del fundador han hecho. Su trabajo ha consistido en retomar esos estudios y los documentos originales y ponerlos a dialogar para encontrar respuestas al mundo contemporáneo y, sobre todo, al mundo universitario.

      Y lo hace con maestría, sin forzar ahistóricamente los escritos del fundador para que digan cosas fuera de su contexto, sin sacralizarlos tampoco y hacerlos inaccesibles. En su investigación lasallista hay una profunda hermenéutica que produce un nuevo conocimiento, que actualiza el mensaje lasallista y lo libera del peligro de la “fosilización”. Es todo un banquete para el espíritu la urdimbre que teje en los diálogos con el filósofo canadiense Bernard Lonergan y sus implicaciones para la formación universitaria.

      Este ejercicio que hizo el doctor Ruiz necesita ser profundizado y consolidado por un equipo de trabajo que alimente interdisciplinariamente la reflexión y la producción. Más ahora que la II Asamblea Internacional de la Misión Lasallista, celebrada en Roma en mayo del 2013, ha planteado como un gran reto “la urgencia de renovar la Pedagogía Lasallista, a la luz de las corrientes pedagógicas actuales y del Evangelio, para crear nuestros propios criterios de excelencia que fortalezcan nuestra identidad y aseguren obras inclusivas que respondan a las necesidades educativas de todos, especialmente de los más vulnerables”.

      En este sentido, está el tercer elemento, y es su labor constante por hacer pedagogía con enfoque lasallista. Es muy interesante ver distintas facetas, por ejemplo, el abordaje de las preocupaciones propias de la década de los ochenta en torno al estatuto epistemológico de la pedagogía y las discusiones de fondo con la tecnología educativa y el conductismo, siempre en defensa de lo esencial en torno a la dignidad de las personas y la necesaria construcción comunitaria del saber pedagógico. También la elaboración práctica de la pedagogía en torno a un núcleo ético iluminado por el estilo lasallista, tema que ocupa gran parte de sus escritos y que lo convirtió en conferencista infaltable en todos los escenarios donde se necesitaba un maestro que supiera de pedagogía lasallista. Otra faceta es la que se ve en la primera década del siglo XXI, posicionando la categoría de estilo educativo lasallista que se va a ver reflejada en la elaboración del Enfoque Formativo Lasallista en remplazo del Modelo Formativo Lasallista, referente pedagógico de la Universidad durante más de diez años.

      Y en todos estos ejercicios hay un trabajo investigativo que le permite hacer pedagogía, no se para en lugares comunes, no es un repetidor de citas del fundador, sino que parte de la realidad, ilumina, aplica, revisa. El doctor Ruiz hizo academia desde el lasallismo, lo convirtió en objeto de indagación en el mundo de la educación superior. Es muy interesante ver los textos escritos con los estudiantes de la Maestría en Docencia, que son unos ejemplos maravillosos de lo que significa acompañar en el posgrado.

      El cuarto elemento que atraviesa su itinerario es una permanente capacidad de innovación, es evidente la búsqueda de nuevas respuestas, la lectura atenta de los signos de los tiempos para plantear alternativas pertinentes y también impertinentes. En ese sentido hay que leer la fundación del Centro de Investigaciones Lasallistas (CILA), como centro de investigaciones universitario, que llegó a ser referente en Latinoamérica. También sus tertulias lasallistas que convocaron a tantos profesores y directivos y fueron espacios privilegiados de formación lasallista. Igualmente, por supuesto, y en buena dupla con el hermano Fabio Humberto Coronado Padilla, la invención del Laboratorio Lasallista para las Maestrías de la Universidad, como ejercicio investigativo, como espacio de producción de conocimiento que lleva ya cerca de cinco años de trabajo y del que valdría la pena sistematizar la experiencia.

      El quinto elemento es su preocupación constante por la coherencia entre el horizonte institucional y el actuar de los miembros de la comunidad. “La cultura organizacional y el clima socioafectivo traducen una pedagogía de ambientes valorativos en la cual los valores se ‘sienten’, antes que se escuchan o se estudian”, afirma el doctor Ruiz, además lo hace con su vida, con su testimonio, con su talante. A este respecto, recomiendo de manera particular la lectura del último texto de este libro; se trata de un auténtico testamento intelectual del doctor Ruiz, una sabia transferencia del lasallismo a la vida administrativa, tiene el sugerente título de “El discreto encanto del poder”, y dice cosas como esta:

      Una concepción moderna del ejercicio del poder implica por el contrario: la modernización de la gestión, la capacidad de asumir la crítica positiva, un pluralismo en la asesoría y fluidez en el uso de los medios y canales de comunicación dentro de la organización (ascendente, descendente, horizontal y transversal); una capacidad de previsión, de coordinación y estímulo, una delegación de funciones, un respeto por el trabajo de cada quien; canalización de la experiencia y el conocimiento de los subordinados, así como de otras organizaciones; creatividad,

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