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primariamente por ser lasallista, sino por ética social; el lasallismo solo viene a hacer más apremiante esa obligación. En un país atrasado, afectado por la marginación, la pobreza extrema y los desequilibrios socioeconómicos, el compromiso de la Universidad con los pobres es, fundamentalmente, un compromiso de justicia.

      Además, ese compromiso tiene que realizarse, no como un añadido al quehacer de la Universidad, sino como parte constitutiva de su quehacer específico y de su modalidad característica. En su función docente, a la Universidad le compete desarrollar en los estudiantes la sensibilidad social, el criterio cultural sobre las causas alternativas de servicio profesional ante el problema social; pero también le compete promover el compromiso de los estudiantes con las necesidades más urgentes de los sectores pobres de la sociedad.

      En su función investigativa como alimento para la docencia, a la Universidad le corresponde adelantar investigaciones diagnósticas, pronósticas y técnicas sobre los problemas sociales y promover a los organismos encargados de atenderlos, y darles alternativas y modelos de solución. En su función de servicio, la Universidad, como institución, tiene la obligación de contribuir a su nivel con programas específicos a la solución de los problemas sociales.

      El lasallismo constituye no solo una razón mayor para hacer apremiante esta obligación, sino una modalidad para cumplirla. Esa modalidad se caracteriza por buscar la liberación y la promoción personal de los pobres, a los que se buscar “servir” (contrariamente a todo enfoque paternalista o masificador); en hacerlo de manera “integral” y no en forma parcializada o reduccionista, economicista, colectivista, espiritualista, y en hacerlo dentro de un empeño educativo, es decir, conduce a que los beneficiados asuman finalmente la responsabilidad de su autosuperación personal y comunitaria.

      También es un valor lasallista el compromiso, en el que se pueden establecer varios aspectos: por una parte se trata del rechazo de toda forma de apatía, de indiferencia o marginamiento voluntario de los procesos que vive la Universidad, salvo que se trate resistencias pasivas, estratégicas, en un momento o en una coyuntura pero, por otra parte, es participación activa: dedicación y entrega.

      Lo característico de la Universidad es: la cultura, la ciencia y la tecnología al servicio de la sociedad. Lo característico de la Universidad católica es la pastoral de la inteligencia, y lo característico de la Universidad de La Salle es “el lasallismo”. En la Universidad el compromiso se orienta hacia los procesos relacionados con esos aspectos característicos. Así, el compromiso del lasallismo en el campo universitario es antes que nada con la asimilación crítica, la trasmisión y la creación de la cultura, con la apropiación, la trasmisión y la producción de la ciencia y de la tecnología. Igualmente lo es con el diálogo entre la ciencia y la fe, con la síntesis ente la fe y la cultura, y con los demás valores de que se ocupa el presente estudio. La “cátedra universitaria” es el espacio natural para estos compromisos, siempre y cuando no se reduzca a “dictar clases” y se entienda como espacio para promover el aprendizaje y el descubrimiento.

      En todo ello hay, sin embargo, unas prioridades y, ante todo, un nivel de calidad exigible. No son, ciertamente, prioridades del quehacer universitario el adiestramiento profesional de carácter repetitivo, ni una “formación general” inespecífica. La Universidad no puede ser una “formación general” inespecífica. La Universidad no puede ser ni un politécnico “superior”, ni una prolongación disfuncional de la educación secundaria. La modalidad específica del quehacer universitario lasallista está en el carácter investigativo, en la fundamentación teórica y en la creación tanto de la cultura, como de la ciencia y de la tecnología (ciencia de la técnica);{8} pero también pastoral de la inteligencia, por medio de la síntesis entre fe y cultura, y del diálogo entre ciencia y fe al servicio de la sociedad. Hay malas teorías y buenas teorías; el deber de la Universidad no está simplemente en hacer teorías, sino en tratar de hacerlas “buenas” (explicativas, claras, válidas, capaces de orientar el quehacer social), para cimentar sólidamente en estas, la creación y orientación de la cultura, de la técnica y de las profesiones, y los procesos de cambio social. A este respecto, es necesario distinguir el “qué” hacer, del “cómo” hacerlo, para no caer en la confusión de los fines con los medios, ni de lo esencial con lo accidental, o de lo fundamental con lo coyuntural.

      En estos aspectos, la Universidad de La Salle ya lleva recorrida una trayectoria de varias décadas. Y a través de esa trayectoria, se ha ido vinculando a la milenaria tradición universitaria universal, pero a su vez, ha ido configurando su propia tradición peculiar. ¿Cuál es el contenido de esta tradición? Un conjunto de pautas de comportamiento y de valores colectivos, que le dan identidad, y que van configurando una mentalidad característica.{9}

      La dinámica de toda tradición tiene también vigencia en nuestro claustro. Hablando en sentido propio, tradición no es “acumulación de cosas pasadas”, sino trasmisión o “entrega”; ese es un significado etimológico.{10} La tradición universitaria lasallista es la entrega que vamos haciendo a las nuevas generaciones, o al personal nuevo, de una mentalidad que la institución ha ido forjando a lo largo de su historia.

      Pero ese contenido que entregamos, también nos ha ido configurando en cuanto personas: lo hemos “interiorizado”, asimilado, modificado o perpetuado (al menos debería ser así) y, ante todo, nos ha ido dando nuevas capacidades que han abierto nuevas posibilidades para la vida universitaria por venir (este es un primer sentido básico de pertenencia). Piénsese, a manera de ejemplo, en lo que han significado los cursos de pedagogía y lasallismo, la franja cultural, la elaboración de los perfiles profesionales, el Centro de Investigaciones Lasallistas (CILA) y el Área de Informática. También para nuestra Universidad, la historia ha sido un proceso de “capacitación”. La experiencia universitaria no se improvisa, se aprende.

      En este compromiso, el lasallismo demanda —eso sí— un nivel de calidad: la excelencia. Esta es el resultado obvio del espíritu de “celo”, o sea, de cuidado, de seriedad, que enseña el señor de La Salle, y de “no hacer distinción entre los deberes del propio estado y los de la propia perfección”; como también lo es de “descubrir y realizar el plan de Dios en el interior del trabajo académico, investigativo, profesional y manual”.

      El compromiso universitario lasallista se materializa en la identificación, en el análisis y en la atención a las necesidades de grupos y áreas específicas de la sociedad, pero consideradas dentro del enfoque universitario, dentro de su contexto social real y en el nivel histórico adecuado.

      La fraternidad es otro de los valores característicos del lasallismo, sin embargo, hoy por hoy fácilmente se confunde con “relaciones humanas”, o con sentimientos naturales de “filantropía”. La fraternidad lasallista está lejos de estas cosas, por cuanto su fundamento es más radical. El fundamento de la fraternidad lasallista está en el reconocimiento de que todos tenemos un solo Padre, Dios, al cual nos parecemos porque fuimos creados a su imagen y semejanza, y tenemos por hermano mayor a Jesucristo, el hijo de Dios.

      Estos principios exigen una concepción especial de las relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria. Una asociación de personas, como la Universidad, se aglutina —como ya se indicó— en torno a una tradición que configura una mentalidad. En esa asociación cada quien está abierto, o “vertido” a los demás, y es afectado por ellos;{11} esta “versión hacia los demás” se puede dar, en general, por tres vías diferentes:

      a. Como una simple pluralidad de individuos que tienen una relación entre sí en virtud de pertenecer a una entidad, la Universidad de La Salle, con una figura legal y un perfil social definidos, y que constituye un espacio en el que todos pueden desarrollarse profesional o laboralmente, aunque de manera independiente.

      b. Como una colectividad{12} en la cual la relación interindividual adquiere “un carácter especial: uno depende del otro”, es decir, se da el fenómeno de la “solidaridad”. Esta forma implica un “proyecto de vida común”, y un tipo de organización y de administración acordes con este.

      c. Como institución, es decir, como una relación interindividual que tiene un sistema característico de pautas de comportamiento (usos, costumbres, normas) y una mentalidad, a través

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