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sociales. Este enfoque ha tenido un recorrido intelectual jalonado de diversos momentos teóricos en el siglo XX: por la identificación de los ciclos económicos y por visualizar al sistema capitalista como un proceso de desarrollo de fases de auge y de depresión, con Kondrátiev; por la asociación entre los ciclos y la renovación de los bienes de capital, con Garvy, Mandel y Keynes; por la identificación del rol del empresario y el impacto de las creaciones destructivas, con Schumpeter; por el agotamiento del impacto de los tipos de capitales tradicionales y el nacimiento de un residual explicativo, con Solow; por la teorización del capital humano como el factor determinante de la productividad, con Shultz; por la relación entre salarios y productividad dada por el aumento del capital humano, con Mincer; por el significado de la microelectrónica en la transformación productiva, con Freedman; por la dimensión de este proceso en el nacimiento de una sociedad postcapitalista, con Drucker; por las características del conocimiento desarrollado en la tercera ola en la organización de las sociedades y la transferencia de poder hacia los trabajadores simbólicos, con Toffler; por la forma que asume el nuevo escenario de los comercios en red en la galaxia Internet, con Castells; por la dimensión de los cambios en la tecno-estructura derivada de la generalización de la microelectrónica, con Pérez.

      Aunque para algunos el enfoque se apoye en la tercera ola, la larga duración o el quinto ciclo, todos coinciden en poner el acento en una nueva dinámica social y económica basada en la microelectrónica, la gestión informática, las innovaciones permanentes y el reemplazo de tecnologías tradicionales por nuevas técnicas de relación del hombre con la naturaleza, que remoldean las estructuras societales y generan amplias y complejas reingenierías sociales y productivas. Los análisis, sin embargo, han ido avanzando desde un cierto determinismo tecnológico, como muy simplemente lo hemos referido, hacia un marco analítico en el cual se retroalimentan los determinantes de la incorporación de tecnologías y las características de la propia sociedad, y bajo el cual es en el propio impacto social del nuevo modelo —y su grado de estandarización y de aceptación— donde se definen las bases de la efectiva reestructuración y transformación al interior de las diversas sociedades.

      Asociado a estas tecnologías y a las derivaciones de la competencia económica, se ha producido un rápido proceso de cambio en la composición de los mercados laborales. En tanto la producción se asocia a la densidad tecnológica y a la innovación, se han generado nuevas exigencias laborales por incremento de competencias específicas y generales. Hay un nuevo contexto global del empleo a escala mundial, en el cual se visualiza la desaparición del empleo industrial y la expansión del empleo en los servicios, el desarrollo de un empleo local que se asocia a la exportación y que se estructura como terminal de redes de empleos globales en función de densidades tecnológicas y de altas especializaciones dadas por la apertura de las economías. Los mercados laborales, por su parte, incrementan su flexibilidad e incertidumbre asociadas a una mayor volatilidad global y a permanentes cambios en la capacidad competitiva. En este escenario, el empleo se internacionaliza y la emigración profesional se comienza a articular con carácter permanente de flujo migratorio y los sectores de baja capacidad y alta formación también se movilizan rápidamente en función de las demandas laborales de otros países. La migración se torna estructural como forma de ajuste de los desequilibrios de los mercados laborales. En el sector formal, la productividad se asocia a la educación superior y la propia inserción en los mercados laborales globales se restringe a profesionales y técnicos. Así, los cambios en los mercados laborales promueven la conformación de un nuevo tipo de estudiante, de un nuevo demandante de conocimientos, y la conformación de mercados con alta dotación de profesionales y técnicos que permitan reducir las altas rentabilidades individuales de la educación superior y facilitar la competitividad de las empresas. Así también, la ampliación de la matrícula se constituye como una derivación de las exigencias laborales en mercados competitivos de alta densidad tecnológica y de complejización informática de su gestión. Para las personas, la educación se constituye como una inversión y como un requisito indispensable para posicionarse en el mercado laboral en puestos mejor remunerados. Las personas pasan a concebir a la educación como una inversión y a sacrificar rentas presentes por posibles salarios futuros. Es este además un proceso permanente, ya que la renovación de los procesos productivos impone la capacitación continua, que al ser de trabajadores en ejercicio refuerza una demanda de educación flexible, especializada, no presencial y actualizada, asociada al mejor uso de los tiempos libres. Sin embargo, como derivación, la masificación de los egresados y la restricción de los mercados laborales promueven una dinámica económica irracional que contribuye a abaratar las tradicionales altas remuneraciones salariales de los egresados universitarios.

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