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asociada a la calidad, pertinencia, empleabilidad, productividad, o competitividad, sino también sobre la sustentabilidad social del futuro de la sociedad en el mundo del conocimiento, que es donde van a ejercer sus graduados. La educación es el puente de las sociedades entre el presente y su futuro. La construcción del futuro en nuestras sociedades es también la construcción de la sustentabilidad social, en tanto los proyectos societarios solo son viables si tienen durabilidad y legitimación, lo cual nos lleva a una reflexión sobre la equidad en la educación superior. Todos los indicadores muestran que se está construyendo un diferenciado sistema universitario latinoamericano masificado y con menos inequidad de acceso, pero basado en circuitos diferenciados de calidad y con una presencia dominante en cada uno de los sectores provenientes de distintos quintiles de ingresos, dentro de la nueva estructura jerarquizada. La expansión de la educación superior, si es superior al crecimiento poblacional, por ello mismo, reduce la desigualdad de acceso. Sin embargo, tiende a reproducir las estructuras de inequidad de las sociedades en las cuales está inmersa, si tiene diferencias de calidad y por ende no se constituye como un mecanismo de igualación de oportunidades. La diferenciación de los circuitos de escolarización terciarios como parte de esa jerarquización parece reproducir las estructuras sociales desiguales existentes. La búsqueda de criterios de equidad remite a la accesibilidad a una educación de igual calidad para los sectores excluidos, lo cual es altamente complejo dadas las sociedades actuales heterogéneas y desiguales y las demandas diferenciadas que emanan de la sociedad del conocimiento de alta calidad y estudios de postgrado, así como de la propia existencia de un sector privado financiado por el mercado.

      Las agencias bajo su episteme actual está proyectadas sobre el pasado: certifican la calidad que antes existió. Sobre esta línea argumental, en lugar de realizar un análisis basado en si ellas son democráticas (representan a la sociedad), si son eficientes (con los recursos llegan a un óptimo de eficacia), si son casuísticas por ausencia de normas, por política o por corrupción, o si sus decisiones se basan todas en criterios técnicos, correspondería analizar a las agencias sobre la base de su eficacia para responder a los escenarios del futuro. Más allá de reconocer que sus procedimientos de evaluación son rígidos, presenciales, burocráticos y disciplinarios, que miden procesos y no resultados, el problema fundamental es que estos miden pasados y no futuros, miden saberes parcelados y no integrados, miden saberes que tienden a ser obsoletos por las propias concepciones sobre los paradigmas, y no la capacidad de creación de nuevos saberes que remite —entre otras cosas— a aprendizajes efectivos y no a procesos de enseñanza. Este escenario va imponiendo tanto la recertificación como la relación entre ambas fases del aseguramiento de la calidad.

      En algunas lecturas, las agencias tienden a utilizar procedimientos de autoevaluación y evaluación por pares, que parecen ser más útiles y eficaces a nivel de los postgrados —dada la complejidad disciplinaria—; en tanto, correspondería desarrollar a nivel de pregrado otras modalidades evaluativas normalizadas masivas que, desde el punto de vista de costos, de la generación de informaciones, de la homogeneización de los saberes básicos y de la transparencia para con la sociedad, parecen ser más eficaces y eficientes, reconociendo la diferenciación epistemológica.

      Los ejes de nuestro estudio de las tendencias y de sus tensiones, que deriva en la existencia de macrotendencias y macrotensiones, definidas ambas por los binomios masificación y deselitización, diferenciación y deshomogenización, regulaciones y desautonomización, internacionalización y desnacionalización, mercantilización y desgratuitarización, virtualización y despresencialización son, en este sentido, las bases de los desafíos de la creación de nuevos mecanismos y paradigmas de evaluación. En realidad, estas tendencias no son futuribles, utópicas ni catastrofistas; no son futuribles con una probabilidad muy baja, sino que son escenarios tendenciales sobre dinámicas en curso que están planteando nuevas realidades, con múltiples impactos diferenciados, tensiones políticas y resistencias sociales. La diferenciación al interior de la educación superior se está caracterizando por una mayor distancia entre el pregrado y el postgrado, y ello deberá expresarse en distintos criterios y lógicas de los procesos de evaluación. En tanto el pregrado tiene en general una pertinencia nacional y una lógica de equidad, el postgrado por su parte está asociado a estándares internacionales y calidad muy asociados a la empleabilidad. El pregrado se estructura a partir de saberes básicos, en tanto el postgrado se desarrolla a partir de especializaciones y mayores complejidades de los saberes. Mientras el pregrado puede convivir con el monolingüismo, el postgrado requiere el manejo de varias lenguas. Finalmente, uno transfiere saberes y el otro, teóricamente, se debe insertar en las redes de creación de conocimientos Tales diferencias llevan a la necesidad de establecer lógicas evaluativas diferenciadas y también marcos normativos e institucionales diferenciados.

      En la región, tanto Colombia como Brasil y Chile han desarrollado marcos institucionales diferenciados para llevar adelante los procesos de evaluación y acreditación en el ámbito de los postgrados, en el cual la Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nivel Superior (CAPES) de Brasil ha sido el ámbito de referencia fundamental en su centralización, su asociación con fondos de estímulo y sus altos estándares de calidad. El Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) ha transformado su agencia de acreditación de

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