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nacional.

      En parte podía llegar incluso a resultar cómico. “Había funcionarios europeos de todo tipo […] que aparecían literalmente en la puerta de la Casa Blanca, nos llamaban a nuestros números personales, que en realidad hay que dejar en unas taquillas, así que era difícil comunicarse con ellos –testificó Hill, una de las más experimentadas expertas en Rusia, que estuvo en el Consejo de Seguridad Nacional desde abril de 2017 hasta julio de 2019–. Me encontraba con infinitos mensajes de funcionarios iracundos a los que el embajador Sondland les había dicho que se reunirían conmigo”.54 Hotelero sin ningún tipo de experiencia política o de Gobierno, Gordon Sondland había patrocinado generosamente la campaña de Trump, y este le había nombrado embajador ante la Unión Europea, añadiendo después Ucrania (que no es miembro de esta, por si hace falta decirlo) a su cartera. Sondland había pasado varios meses tratando de conseguir un acuerdo para que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski declarase públicamente que estaba investigando a Hunter Biden, hijo del antiguo vicepresidente y contrincante demócrata de Trump Joe Biden, por un presunto caso de corrupción. A cambio, se le concedería una reunión con Trump en la Casa Blanca y aproximadamente cuatrocientos millones de dólares en ayuda militar. Hill testificó que había tratado de que alguien le explicase a Sondland que las cosas no se hacían así; que, entre otras cosas, la política exterior no podía manejarse a través de llamadas a teléfonos móviles personales poco seguros con personas de las que Sondland no sabía nada, en torno a temas de los que no tenía conocimiento alguno: “Básicamente sería como conducir un coche sin guardarraíles ni GPS en un lugar desconocido”. El embajador en funciones ante Ucrania, William B. Taylor júnior, un diplomático de carrera, amenazó con dimitir. Sondland insistió: ahora las cosas se hacían así. Su equipo de incompetentes era más fuerte que los institucionalistas, que o bien se plegaron, o bien perdieron sus trabajos. El consejero de Seguridad Nacional John Bolton dimitió o lo despidieron;55 Hill dimitió; la embajadora ante Ucrania, Marie Yovanovitch, fue llamada a consultas, no sin antes ver su reputación malograda a golpe de rumores y tuits trumpianos.56 Mientras tanto, el diplomático de carrera Kurt Volker, enviado especial a Ucrania, se vio arrastrado al juego de chanchullos diplomáticos,57 y John Eisenberg, abogado principal del Consejo de Seguridad Nacional, ayudó a echar tierra sobre el asunto subiendo la grabación de una llamada incriminatoria entre Trump y Zelenski a un servidor seguro.58 Al parecer, ambos hombres trataban de mitigar los daños que Trump estaba infligiendo al Gobierno, y en vez de eso propiciaron ese mismo daño.

      Cuando llegó la pandemia, el vacío que Trump había creado intencionadamente en lo más alto del Gobierno federal se tradujo en una inacción letal. En tres años, el Gobierno se había visto en parte desmantelado y en parte corrompido. Solo a las áreas que a Trump le habían pasado desapercibidas se les había permitido seguir su curso. Pero en medio de una crisis un Gobierno no puede funcionar sin un líder, o al menos ese funcionamiento tenderá a sufrir retrasos graves. Durante varias semanas cruciales el trabajo en los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, los laboratorios del Estado y otros organismos de salud pública se asemejaba a los procesos contradictorios y confusos descritos por los diplomáticos en las audiencias de destitución. Una prueba de diagnóstico que resultaba crucial para luchar contra la epidemia sufrió retrasos por un error humano, pero más allá de eso, fue retrasada por normas que tenían consecuencias no deseadas, por una reticencia a tomar decisiones y, sobre todo, por la incapacidad esencialmente trumpiana del sistema de reconocer sus propios fallos.59 Pese a toda su retórica antiburocrática, Trump había conseguido engendrar una cadena colosal de fallos burocráticos. Hannah Arendt llamaba a la burocracia “el Gobierno de nadie”. Ahora este nadie es Trump: ni siquiera sabía lo que no estaba haciendo.

      v

      podríamos llamarlo corrupción

      Dos semanas después de ganar las elecciones, Trump concedió una entrevista de cuarenta y cinco minutos a editores, reporteros y columnistas de The New York Times.60 Todavía visiblemente conmocionados, los periodistas parecían tener dificultades a la hora de equilibrar la expresión de respeto por el cargo de presidente –y por el hombre que lo ostentaría a partir de ahora– con el contenido de las preguntas que tenían que plantearle. Varios de ellos lo pasaron especialmente mal intentando ir al grano en sus preguntas, como avergonzados de tener que formularlas.

      El corresponsal de la Casa Blanca Michael D. Shear finalmente consiguió preguntar por “cómo mezcla usted sus intereses empresariales en el mundo y la presidencia. En varias ocasiones, en los diez días… dos semanas que lleva como presidente electo, se ha reunido con sus socios indios…”.

      “Sí”, respondió Trump.

      Shear continuó: “Ha hablado acerca del efecto de los parques eólicos en su campo de golf [durante una reunión con el político británico Nigel Farage]. Hay personas, expertas en derecho y en ética, que afirman que todo eso es completamente inapropiado…”. ¿Qué hará el nuevo presidente para separar su presidencia de su actividad empresarial?, venía a ser la pregunta.

      “La ley está completamente de mi lado –le respondió Trump–. El presidente no puede tener un conflicto de intereses”.

      Trump afirmó que “en teoría puedo ser presidente y seguir dirigiendo mis negocios al 100%, firmar cheques para mi empresa…, puedo llevar perfectamente mis negocios y también llevar perfectamente el país”. Divagó. Insinuó que, si tenía que establecer un límite firme entre la presidencia y sus negocios, tendría que dejar de ver a sus hijos mayores, todos ellos involucrados en el imperio empresarial Trump. “Nunca vería a mi hija Ivanka”.

      Un participante no identificado –probablemente un periodista de The Times– comentó: “Eso quiere decir que tiene que hacer a Ivanka presidenta adjunta, ya sabe”. Según la transcripción, todo el mundo se rio en ese momento.

      No pasó mucho tiempo antes de que Ivanka ocupara una oficina en el Ala Este de la Casa Blanca –tradicionalmente el feudo de la primera dama–,61 y al cabo de pocos meses se mudó al Ala Oeste,62 donde se hace la política. Acompañó a su padre a una reunión con el primer ministro japonés Shinzō Abe,63 después a otra con la canciller alemana Angela Merkel64 y posteriormente ocupó el lugar de su padre en una reunión de líderes del G-20 en Hamburgo.65 Como Ivanka no recibía un sueldo, su padre afirmaba que las reglas éticas habituales no se aplicaban en este caso. La Oficina de Ética del Gobierno no fue de la misma opinión, pero esto no cambió nada.66

      En enero, una semana antes de la investidura, Trump convocó una conferencia de prensa para anunciar que cedía la administración –pero no la propiedad– de The Trump Organization a sus hijos Don y Eric.67 Incluso si esto fuera cierto, seguiría sin resolver los conflictos de interés, ya que Trump seguiría obteniendo beneficios de las empresas que llevan su nombre –en realidad, su nombre es su empresa–. Pero es que además probablemente tampoco era cierto. Trump hizo el anuncio desde un atril cubierto de pilas de carpetas, pero no permitió a los periodistas examinar ninguno de los documentos que contenían, si es que contenían alguno.

      En julio de 2017, un día antes de que se cumplieran seis meses desde su investidura, el jefe de la Oficina de Ética del Gobierno, Walter Shaub, dimitió conteniendo su indignación a duras penas. En una entrevista con la MSNBC, dijo que el programa de ética de la Casa Blanca de Trump era “una muy seria decepción”.68 La Administración afirmaba haber negociado acuerdos éticos con el personal, pero había dejado a la Oficina fuera del proceso. “Hemos recibido muy poca información acerca de lo que hacen las personas en la Casa Blanca para ganarse la vida día a día”, afirmó. La institución que Shaub encabezaba desde 2013 se veía indefensa ante un presidente que actuaba de mala fe. El cumplimiento de las reglas éticas era opcional porque Trump decía que era opcional. Y después optó por no cumplirlas.

      No es que el presidente y su familia estuvieran precisamente ocultando sus fuentes de ingresos; simplemente se negaban a rendir cuentas por ellas. En febrero de 2017, cuando los grandes almacenes Nordstrom dejaron de vender la línea de calzado de Ivanka,69 quizá en respuesta al boicot que

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