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–le aseguró Will–. Baltimore no es la única ciudad del país. Hay un par de periódicos en Washington, no está tan lejos.

      –El futuro a largo plazo de la industria al completo es inestable. Todo el mundo está intentando contener estos ríos de tinta roja.

      Will lo observó.

      –¿Qué te preocupa en realidad, Mack? ¿Es tu trabajo? Tienes que saber que tendrías opciones fuera de los periódicos y de la televisión. Podrías volver aquí y entrenar, si de verdad quieres hacerlo. Sé que el director del instituto ya te ha hablado de ello.

      Mack no parecía aliviado, así que Will probó de nuevo y sugirió lo que suponía que inquietaba a su amigo.

      –Mack, ¿todo esto es por la posibilidad de tener que mudarte algún día y dejar a Susie?

      Por un momento, Mack se quedó atónito. Al momento, sonrió y casi pareció aliviado de que su amigo hubiera ido al grano.

      –¡Vaya, eres bueno!

      Will se rio.

      –Por eso me pagan tan bien. En cuanto a Susie, a pesar de que no quieras admitir que los dos tenéis una relación, sois los únicos que parecen no saberlo. No estoy diciendo que quiera que pierdas tu trabajo, pero tal vez sería la llamada de atención que necesitaríais para asumir lo mucho que significáis el uno para el otro. O podrías asumirlo ahora y seguir adelante con la clase de relación que los dos queréis de verdad. Y así, si algo cambia en tu carrera, los dos lo asumiríais juntos.

      Mack sacudió la cabeza.

      –Susie ha dejado claro que jamás saldría con un hombre como yo.

      –¿Un ligón empedernido?

      Mack asintió.

      –No quiere tener que preocuparse y agobiarse por todas las mujeres con las que he salido.

      Will puso los ojos en blanco.

      –¿No os habéis fijado ninguno de los dos en que hace tiempo que no juegas a eso? A menos que me haya perdido algo, no has salido con una mujer desde que Susie y tú empezarais a pasar tanto tiempo juntos.

      –Estoy seguro de que cree que es una casualidad.

      –Vale, ahora mismo estamos solos los dos y te juro que no repetiré esto ni te lo restregaré por la cara más tarde, pero dilo por una sola vez. ¿La quieres?

      Mack parecía verdaderamente asombrado por la pregunta.

      –Todo el mundo sabe que a mí no me van ni el amor ni el compromiso.

      –Y a pesar de ello, durante tres años, o así has estado «no saliendo» con Susie. Para mí, eso muestra un increíble nivel de compromiso, sobre todo teniendo en cuenta que no os habéis acostado… ¿o es que os habéis acostado?

      –¿Cuántas veces tengo que decirte que no tenemos esa clase de relación? –dijo Mack frustrado.

      –Pues si me lo preguntas, es de lo más sorprendente que no la hayas engañado ni una sola vez –dijo Will–. Aunque tampoco sería engañar, si no estáis saliendo de verdad. ¿Sabes lo ridículo y confuso que es esto para todos nosotros?

      –No sois mi problema.

      –Vale, así es como lo veo yo: sé que sería muy fácil mirar al pasado, ver todos los fallos que ha cometido tu familia y entender exactamente por qué no crees en el amor ni en el compromiso, pero la verdad es que eres mejor en esas dos cosas de lo que crees. Y no estoy hablando solo de Susie. Eres uno de los mejores amigos que tengo y creo que Jake diría lo mismo. Contamos contigo. Nunca nos has dado la espalda a ninguno.

      Mack parecía avergonzado por el halago.

      –Venga, vosotros haríais lo mismo por mí.

      –Claro porque los dos nos preocupamos por ti. Tienes lo que hace falta para tener una relación duradera, Mack. Espero que despiertes y lo aceptes antes de que sea demasiado tarde. No pierdas a Susie porque estás asustado.

      Mack puso mala cara ante la elección de esas palabras.

      –Yo no estoy asustado.

      –Pues entonces estás loco. A la hora de la verdad, a todos nos asusta un poco el amor y hacer compromisos de por vida.

      –¿Por eso no te has esforzado más por conseguir a Jess?

      Will no estaba acostumbrado a que lo psicoanalizaran a él, y menos aún Mack, que solía evitar hablar de temas emocionales. Es más, toda esa conversación había sido una absoluta rareza.

      –Tal vez –admitió Will, ya que Mack había abierto la puerta–. O tal vez me ha aterrorizado que si insistía y la perdía de todos modos, jamás pudiera recuperarme después.

      –Entonces debería contarte lo que me dijo una vez mi abuela antes de que se fuera a bailar a las Vegas o a donde fuera que iba –dijo Mack–. Nunca hay que dejar de intentarlo. Ese consejo fue lo que me mantuvo en un campo de juego cuando era pequeño y todo el mundo decía que era demasiado pequeño para jugar al fútbol. Supuse que si seguía intentándolo, fracasaría, pero si me rendía, fracasaría seguro.

      Will se rio.

      –Esas palabras son consignas de vida. Los dos deberíamos tomárnoslas al pie de la letra.

      Pero se preguntó si alguno de los dos estaba preparado para volcarse en conseguir a las mujeres que querían tener en sus vidas… y arriesgarse a perderlas para siempre.

      Las comidas del domingo en casa siempre habían sido una obligación familiar de los O’Brien, pero estaban cambiando. Por un lado, la abuela había soltado las riendas. Sí, Nell O’Brien seguía contribuyendo con el plato principal, pero había estado entrenando al resto de la familia para que aprendieran a cocinar sus platos y postres favoritos. Cada semana sus nietos tenían que llevar un plato nuevo hecho según las detalladas recetas escritas a mano de la abuela.

      Esa semana, Jess tenía que llevar pan irlandés casero. Se preguntó si la abuela descubriría que le había pedido ayuda a Gail para hacerlo. Jess, al igual que su madre, era un desastre en la cocina. Antes de que se marchara abandonándolos a todos, Megan había evitado que murieran de hambre, pero sus comidas no habían sido más que apenas comestibles.

      Jess entró en la cocina el domingo, encontró a la abuela junto al fuego y le dio un beso en la mejilla antes de dejar dos panes perfectamente horneados sobre la encimera. Su abuela la miró con suspicacia.

      –¿Los has hecho tú sola?

      –¿Qué les pasa? –preguntó Jess. A ella le parecía que estaban perfectos.

      –Normalmente, la primera vez que alguien hace pan, no le sale tan bien –dijo la abuela mirándola a los ojos.

      Ella esperó y Jess se estremeció.

      –Vale, me has pillado. Gail ha hecho el pan.

      La abuela sacudió la cabeza.

      –Eso me imaginaba. ¿Cómo esperas aprender a cocinar mis recetas si no lo haces sola?

      –Confío en que el resto de la familia aprenda a hacerlas –le dijo Jess sonriendo justo cuando entró Abby y dejó un cuenco de pudding de arroz sobre la mesa. Miró bajo la tapa del envase–. Parece comestible.

      –Eso espero –dijo Abby–. Es mi tercera hornada. Trace me ha hecho tirar los dos primeros intentos. Hasta las gemelas apartaron la nariz y eso que esas niñas se comen todo lo que les des.

      –¿Cómo puede salirte mal el pudding de arroz? –preguntó la abuela–. ¿Es que no os he enseñado nada, chicas?

      –Solo tuviste un año para influenciarme después de que mamá se marchara –dijo Abby–. Recuerdo que me echaste de la cocina en más de una ocasión. Cocinar se me daba tan mal como coser.

      Nell se rio.

      –Eso sí que es verdad. Esperemos que a

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