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      –Era solo una oferta, un recordatorio de que estoy aquí si me necesitas.

      Jess suspiró.

      –Lo sé y lo siento. La verdad es que creo que voy a hacer alguna actividad física. Necesito quemar energía. El otro día compré un montón de cajas, así que creo que embalaré y seleccionaré algunas de las cosas que hay en el ático. Cuando reúna un poco de dinero, me gustaría convertir esa zona en otra habitación con baño, tal vez incluso en una suite nupcial. Desde ahí hay unas vistas impresionantes.

      Esperaba que Abby la regañara por estar pensando en gastarse un dinero que no tenía, pero sorprendentemente, sus hermana, la maga de las finanzas de la familia, asintió.

      –Me parece una idea brillante –dijo con aprobación–. ¿Por qué no le dices a papá que le eche un vistazo y te dé un presupuesto?

      –¿En serio?

      Abby alzó una mano.

      –Depende de los números, pero sí, merece la pena. A ver si encuentras un modo de hacerlo realidad.

      Jess abrazó a su hermana con fuerza.

      –Gracias, Abby.

      –No me des las gracias. Eres tú la que ha convertido el hotel en un negocio que merece la pena expandir.

      –Sí, ¿verdad? –dijo sintiéndose un poco más orgullosa de sí misma.

      Con Will olvidado por el momento, volvió al hotel con un ánimo mucho mejor del que había tenido hacía media hora.

      Jess se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes antes de subir al polvoriento ático. Durante los últimos años había pasado algunas horas allí arriba, perdiéndose en algunos de los viejos libros que había encontrado en los arcones que llevaban almacenados allí desde años antes de que ella hubiera adquirido el lugar. Hoy, sin embargo, estaba decidida a centrarse en la otra tarea.

      Armada con cajas y bolsas de basura, subió con la intención de seleccionar las cosas en tres grupos: unas para donar, otras para usar en el hotel y otras para tirar a la basura. Por desgracia, todo estaba cubierto de una gruesa capa de polvo, así que pasó casi tanto tiempo estornudando como limpiando mientras tomaba las decisiones.

      Llevaba alrededor de una hora con ello cuando oyó pisadas acercándose. Cuando Will apareció en lo alto de las escaleras, una sonrisa cruzó su rostro.

      –Estás hecha un cuadro.

      –Gracias. Tú deberías replantearte haber subido aquí con ropa buena.

      –Todo lo que llevo se puede lavar –dijo sobre sus perfectamente planchados pantalones chinos y la camisa de vestir con las mangas enrolladas–. ¿Necesitas ayuda? Abby me ha dicho que querías seleccionar todo lo que tienes aquí –miró las bolsas de basura que ya estaban llenas–. Al menos podría bajarte estas bolsas.

      –Eso estaría genial –dijo agradecida–, si seguro que no te importa.

      –No habría venido si no quisiera ayudarte. ¿Quieres que las eche a tu contenedor?

      –Sí, genial. El camión de la basura pasa mañana.

      Él agarró las cuatro bolsas y las portó como si pesaran menos que nada. Cuando volvió, llevaba botellas de agua que había sacado de la nevera que ella tenía en su despacho. Le dio una.

      –Pensé que estarías sedienta.

      –Eres un regalo del cielo –le dijo antes de dar un largo trago, consciente de que la mirada de él parecía estar pegada a su pecho, que brillaba cubierto de sudor. Su camiseta de tirantes se ceñía a sus curvas–. Um, Will…

      Él la miró, en esta ocasión a la cara.

      –Lo siento –dijo sonrojado–. ¿Qué quieres que haga ahora?

      «Que me tires al suelo y me hagas el amor». El desenfrenado pensamiento se coló en su mente encendiendo sus mejillas.

      –Arcón –dijo señalando al otro lado del ático–. Ahí –lo más lejos de ella que fuera posible.

      –Quieres que seleccione las cosas que hay dentro del arcón.

      –Sí.

      –¿Y cómo voy a saber qué vale la pena guardar?

      Ella respiró hondo e intentó controlar sus nervios y su voz.

      –Lo sabrás. Si tienes alguna duda, pregúntame, a menos que prefieras irte. No tienes que ayudarme.

      –Jamás he visto a nadie que deseara más librarse de una persona voluntariosa y dispuesta a ayudarla –dijo él abriendo el arcón–. ¿Cuál es la razón, Jess? ¿Es que te pongo nerviosa de pronto?

      –Me das pánico –dijo sin pensar–. No me puedo creer que haya dicho eso.

      Will se rio.

      –En mi negocio, la sinceridad se considera algo bueno, así que, ¿por qué te doy miedo?

      –Ya estamos otra vez, poniéndote en plan loquero conmigo.

      ¿De verdad quieres diseccionar esto?

      Él asintió con expresión seria.

      –Creo que sí.

      –Bueno, pues yo no. Me hace sentir como uno de tus casos de estudio y ya te he dicho antes que lo odio.

      –¿No se te ha ocurrido pensar que los amigos hablan de sus emociones entre ellos? Sé que hablas con Abby y con Connor, así que, ¿qué diferencia hay en que hables conmigo?

      –Eres psicólogo –respondió como si eso lo explicara todo.

      –Pero no soy tu psicólogo.

      –Me hace sentir rara.

      –De acuerdo, pues no hablaremos de nada de lo que estás sintiendo, ni de mí ni de nada más. ¿Qué tienes pensando hacer con este sitio cuando lo tengas limpio?

      –Espero convertirlo en una suite –dijo al instante, deseosa de cambiar de tema–. Una suite nupcial –y entusiasmada con su proyecto, le describió cada detalle que había imaginado–. Y mira por la ventana, Will. Ahí tienes las vistas más asombrosas que puedes imaginar. Me gustaría abrir esa pared y poner más ventanas, si mi padre me dice que la estructura puede soportarlo. Sería increíble despertar en esta habitación con la bahía y prácticamente todo el pueblo bañado por la luz del sol.

      Will sonrió ante su entusiasmo y fue hacia la ventana.

      –Sería fantástico, Jess. En lugar de una suite nupcial podrías convertir este lugar en tu habitación. Hay espacio suficiente para que tengas un salón e incluso una pequeña cocina. Sería increíble acurrucarte aquí junto a una chimenea. Podrías poner una.

      Ella miró a su alrededor y se imaginó el lugar tal como él estaba describiéndolo.

      –Oh, jamás se me había ocurrido eso. ¡Qué idea tan genial! Claro que, no debería quedarme con el mejor sitio para mí. Los huéspedes pagarían una fortuna por una suite así.

      –Como quieras, pero a mí me parece que el propietario del hotel debería estar cómodo.

      –La habitación que tengo abajo está bien –insistió. Además, tenía la sensación de que la habitación que Will estaba describiendo y que ella estaba imaginándose sería demasiado romántica para una sola persona. Estaría bien para una pareja, para dos personas enamoradas. Aun así, la idea la cautivó.

      –¿Qué pasará cuando tengas familia, Jess? ¿Te irás a vivir a otra parte o seguirás aquí?

      –Jamás he pensado en ello. Quiero decir, si fuéramos solo mi marido y yo, supongo que nos quedaríamos aquí, pero si tuviera hijos… –su voz fue apagándose y se encogió de hombros.

      –Tienes mucho sitio –le recordó–. Siempre podrías

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