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que podría pasar otra vez.

      –Bueno, pues ¡aleluya! –respondió Laila con entusiasmo.

      Jess no estaba del todo segura de lo que acababa de pasar allí esa noche, pero sí que estaba segura de que la aguardaba todo un coro de aleluyas.

      Lo que no sabía era qué podría pasar después, aunque fuera lo que fuera, no podría ser nada más sorprendente que ese beso.

      Capítulo 5

      Besar a Jess había sido todo lo que Will había esperado que fuera y un poco más. Ni siquiera con su vívida imaginación se había esperado la sensación tan inmediata y total de que algo marchaba bien, de que algo, por fin, era exactamente como debía ser. Y eso lo aterrorizaba.

      Era lo suficientemente inteligente como para saber que había pillado a Jess completamente con la guardia bajada. Estaba demasiado sensible, y también había bebido un poco, y él se había aprovechado de la situación. Era muy sencillo convertir una clase de pasión en otra; cualquier libro de psicología podría habérselo dicho. Eso no significaba que la opinión que Jess tenía de él hubiera cambiado de pronto y estaba claro que no garantizaba que ella le diera la espalda a años y años de haberlo rechazado para, de pronto, verlo como posible novio.

      Pero a pesar de recordarse que tenía que ser cauto, no podía evitar pensar que tal vez la mirada aturdida de ella decía otra cosa. Esperaba que eso significara que, de pronto, lo veía con otros ojos. Tal vez el beso había sido el comienzo de algo, después de todo.

      O no. Pero mientras no dejaba de darle vueltas al asunto, no estaba seguro de querer saber hacia dónde apuntaban las cosas. No, aún no quería saberlo.

      Deja ya de analizarlo todo, se dijo. Ahora mismo quería deleitarse con las sensaciones que ese beso había despertado en él. No quería analizarlo hasta morir, ni arriesgarse a encontrarse con Jess y desmoronar su frágil esperanza de que la relación de los dos pudiera tener una nueva base.

      En una estrategia claramente diseñada para evitar cualquier encuentro casual, se pasaba el día en la consulta y la noche en su apartamento. A pesar de las razones obvias de su comportamiento, logró convencerse de que tenía trabajo atrasado y de que necesitaba ponerse al día con la dirección de Almuerzo junto a la bahía. Ya puestos a negarse, incluso se dijo que no estaba escondiéndose, ni de sus propias emociones y, mucho menos, de Jess.

      Aun así, al cabo de varios días de no seguir su habitual rutina ni responder a las llamadas de sus amigos, no le sorprendió tanto abrir la puerta una noche y encontrarse allí a Mack.

      –Llevas tres días seguidos saltándote el almuerzo –dijo Mack mirándolo de arriba abajo–. No me has llamado ni has llamado a Jake.

      –No creo que hayáis estado tan preocupados, teniendo en cuenta todo lo que habéis tardado en venir a ver cómo estoy.

      Mack se limitó a fruncir el ceño ante el comentario.

      –No se te ve enfermo, así que, ¿qué está pasando?

      –Tenía mucho trabajo acumulado –respondió.

      Mack no parecía creerlo, pero ya estaba moviéndose por el apartamento con una expresión distraída que le dijo a Will que otra razón totalmente distinta lo había llevado hasta allí esa noche.

      –¿Qué se te está pasando por la cabeza? –le preguntó.

      –No mucho –respondió Mack–. ¿Tienes alguna cerveza en este sitio?

      –Siempre –respondió Will, apenas ocultando su diversión. Desde que habían tenido la edad legal para beber y él había tenido su propio apartamento, siempre había tenido cervezas a mano para Jake y Mack–. Sírvete.

      –¿Quieres una?

      Will sacudió la cabeza.

      –No.

      Mack volvió con su cerveza, pero no se sentó. Siguió caminando de un lado a otro, deteniéndose solo para mirar por la ventana y contemplar las vistas de la bahía. Cuando suspiró profundamente, Will ya no pudo soportarlo más.

      –¿Cómo está Susie? –preguntó.

      Mack se encogió de hombros.

      –Bien, supongo.

      –¿Qué quieres decir con eso de que supones? ¿Es que no la has visto?

      –Ayer –dijo Mack–. Y estaba bien, pero hoy no he hablado con ella.

      Will lo sabía todo sobre ser paciente cuando uno de sus pacientes estaba abordando un tema difícil, pero en su vida personal solía ser más directo. Odiaba ver a Mack esforzarse tanto por no decir lo que pensaba.

      –Mira, podríamos jugar a las veinte preguntas un rato y al final acabaría descubriendo lo que está agobiándote, pero sería más fácil si me lo dijeras directamente.

      Mack estaba al otro lado de la habitación de espaldas a Will, aún mirando por la ventana.

      –Susie me preguntó algo ayer que no he podido sacarme de la cabeza.

      –¿Algo sobre vuestra relación?

      –No, estábamos hablando de periódicos, de cómo está costándoles salir adelante, de ese tipo de cosas.

      –Ah, sí –respondió Will lentamente aún sin seguirlo–. ¿Y?

      –Me preguntó qué haría yo si alguna vez perdía mi trabajo como columnista para el periódico de Baltimore.

      Will se quedó mirándolo.

      –¿Crees que tu trabajo pende de un hilo? –preguntó asombrado. No le extrañaba que Mack estuviera tan agitado.

      La columna de Mack era una de las más populares del periódico, por lo que Will sabía. Su fotografía estaba plantada por todas las marquesinas de autobuses de Baltimore, ¡por el amor de Dios!

      Mack había pasado de ser un famoso atleta local a escribir sobre deportes en una ciudad que adoraba a sus equipos. Ahora era tan famoso como lo había sido durante su breve carrera profesional, y esa era una de las razones por las que era un gran partido, y por la que Will y Jake creían que era increíble que hubiera renunciado a un montón de mujeres por una relación con Susie que se negaba a definir.

      –Mi trabajo es seguro –dijo Mack, aunque aún parecía preocupado–. Al menos por ahora. Pero no puedo negar que el negocio está cambiando –se giró y miró a Will–. ¿Qué demonios iba a hacer si lo perdiera?

      –Encontrarías otra cosa –le respondió Will con seguridad–. ¿Recuerdas cuando te destrozaste la rodilla y terminaste tu carrera como futbolista? Estabas convencido de que tu vida se había acabado, pero entonces escribiste un par de artículos para el periódico y, antes de que pudieras darte cuenta, ya te habían contratado. Así es la vida. Cuando una puerta se cierra, otra se abre.

      Mack mostró una mirada de enfado.

      –¿Podrías ahorrarte los clichés? Además, no es que haya otro periódico al que pudiera irme. Todos están haciendo recortes de personal.

      –Hay cadenas de televisión –le recordó Will–. Eres un tío muy guapo. Podrías trabajar delante de las cámaras. Además, ¿no te está yendo muy bien? No hay nada que indique que vayan a despedirte. Eso es lo que has dicho, ¿verdad?

      Mack asintió, pero lo miró desolado.

      –Pero hoy el periódico ha despedido a unos cuantos periodistas. Ha sido así, sin más. Es casi como si Susie tuviera percepción extrasensorial.

      Will enarcó una ceja.

      –¿En serio? ¿Eso crees?

      –Venga, vamos. Ella sacó el tema ayer mismo y, ¡bum!, hoy las cosas han empezado a suceder. En el periódico ni siquiera habíamos oído rumores de que existiera la posibilidad de hacer recortes. Y también

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