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como las que él siempre había envidiado. Una familia como los O’Brien.

      Claro que Merry tenía un gran inconveniente que la chica, obviamente, no podía remediar: ella no era Jess.

      El viernes al mediodía, Jess recibió una llamada de Heather, la mujer de Connor. Heather tenía una tienda de colchas en Shore Road justo al lado de la galería de arte que su madre había abierto.

      –¿Estás ocupada? –preguntó Heather.

      –Es viernes, así que esperamos tenerlo lleno el fin de semana, aunque la mayoría de la gente no aparecerá hasta dentro de unas horas. ¿Por qué?

      A Jess le pareció haber oído un susurro de fondo, pero podrían haber sido clientes hablando.

      Al momento Heather dijo:

      –Esperaba que pudiéramos quedar para comer algo rápido. Y Connor también. Te hemos echado de menos.

      –¿Está Connor ahí?

      –No –respondió Heather apresuradamente–. Acaba de irse para reservarnos una mesa en Panini Bistro. ¿Puedes ir?

      –¿Tenéis noticias? –preguntó Jess suponiendo que tal vez Heather estaba embarazada. Ya tenían un hijo nacido antes de que se hubieran casado.

      Heather se rio.

      –Si dejas de hacer preguntas y vas allí, tendrás respuestas en menos tiempo.

      Jess suspiró.

      –Vale, dame diez minutos. Pide un panini de jamón y queso con lechuga y tomate para mí.

      –Hecho –le prometió Heather.

      Jess fue a hablar con Gail, se aseguró de que Ronnie estaba de nuevo trabajando en la cocina y se marchó. Tardó varios minutos en encontrar aparcamiento y otros pocos más en ir caminando hasta el restaurante. Inmediatamente vio a su hermano y a su mujer y, entonces, en otra mesa demasiado cerca como para ser una coincidencia, estaban Will y una atractiva rubia que parecía estar mirándolo con adoración.

      Aunque desde la silla que Connor y Heather le habían dejado se podía ver perfectamente a Will y a su acompañante, Jess la agarró y la colocó entre los felices recién casados para estar de espaldas a él.

      –Por favor, decidme que esta no es la razón por la que me habéis hecho venir –dijo casi sin aliento.

      Connor la miró con inocencia.

      –¿Estás hablando de Will? Creo que tiene una cita de esas de Almuerzo junto a la bahía. Una chica preciosa, ¿no te parece?

      Jess enfureció.

      –Me importa un bledo si es más guapa que Marilyn Monroe. ¿Por qué hacéis esto? ¿Para volverme loca?

      Heather empezó a reírse y después se cubrió la boca, aunque no pudo ocultar la expresión de diversión de sus ojos.

      –Entonces, ¿ver a Will con otra mujer te vuelve loca? –y aunque empleó un tono inocente, en su voz había demasiada diversión–. ¿Por qué?

      Jess quería matarlos a los dos. De verdad que sí, pero no iba a darle a Will la satisfacción de presenciar cómo perdía los nervios en un sitio público. De modo que se plantó una sonrisa en los labios y miró a la camarera.

      –¿Podrías prepararme lo mío para llevar, por favor?

      Tengo que volver al trabajo.

      –¡Jess! –protestó Heather consternada–. Por favor, quédate.

      –Salir corriendo no es la respuesta –añadió Connor–. ¿No ves que es una tontería que los dos sigáis perdiendo el tiempo al negar vuestros sentimientos?

      –El único sentimiento que tengo por Will ahora mismo es desprecio y, sinceramente, mis sentimientos hacia ti, querido hermano, no son mucho mejores –miró a Heather con seriedad–. ¿Por qué has participado en esto? Sé que ha sido idea de Connor.

      Heather se sonrojó.

      –Me parecía que era buena idea –admitió y añadió–. Connor tiene razón. Al menos deberías darle a Will una oportunidad.

      Jess decidió que necesitaba señalar lo obvio.

      –Will no parece querer una oportunidad. Está ahí mismo con otra persona. No voy a girarme para mirar, pero cuando he llegado parecía muy contento con ella. Y no hace tanto tiempo estaba aquí también con Laila.

      Connor se quedó asombrado.

      –¿Laila? ¿Will tuvo una cita con la hermana de Trace?

      –Sí. Está claro que se lo está pasando muy bien. Ahora, ¿podéis dejar de meteros en mis asuntos? –agarró su comida cuando llegó la camarera y miró duramente a su hermano–. Gracias por el almuerzo, por cierto. Ha sido encantador.

      Fue echando humo durante el camino de vuelta al hotel, entró en la cocina hecha una furia y echó su comida sobre una de las encimeras de acero inoxidable. Gail la miró y se giró hacia Ronnie.

      –Pasa las llamadas al mostrador de recepción –le ordenó–. Y vete allí para atenderlas.

      –Claro –dijo Ronnie de buena gana.

      Jess lo miró.

      –¿Has hipnotizado a ese chico?

      –Es asombroso lo que puedes llegar a hacer cuando un tipo te ve con un cuchillo en la mano –dijo Gail con una carcajada–. No he tenido ni un solo problema con él.

      Jess sacudió la cabeza.

      –No estoy segura de que sea una estrategia que pudieran emplear muchos jefes, pero gracias.

      –Bueno, dime por qué estás tan enfadada… y comparte ese panini conmigo. Huele de maravilla y me muero de hambre.

      –¿Es necesario que diga que eres chef con una despensa entera y un congelador a tu disposición? –dijo Jess mientras ponía la mitad de su sándwich en un plato, añadía unas patatas fritas y se lo pasaba.

      –Estoy demasiado ocupada para cocinar para mí. Mi jefe, es decir tú, ha insistido en que haga un montón de aperitivos para recibir a los huéspedes los viernes por la noche. Me ha ayudado Ronnie, pero ahora le has mandado a recepción, así que me quedo sola. Bueno, cuéntame qué ha pasado. Estoy segura de que tu intención era comer en el restaurante.

      Jess le contó a Gail lo que se había encontrado al llegar allí.

      –No sé en qué estaban pensando –dijo sobre su hermano y Heather.

      –¿Que necesitas despertar antes de que sea demasiado tarde? –sugirió Gail.

      –¿Por qué dice eso todo el mundo?

      –Porque tú eres la única que parece no haberse dado cuenta de que Will es perfecto para ti.

      –¿El hombre más detestable, exasperante y altivo de Chesapeake Shore es perfecto para mí? ¿Qué dice eso sobre mí?

      –Ahora mismo dice que estás ciega y que eres una testaruda –respondió Gail con tono alegre y, pasándole un cuchillo, añadió–: Ahora corta esos champiñones o dile a Ronnie que vuelva aquí. Tengo trabajo que hacer.

      Jess empezó a cortar y miró a Gail.

      –Tengo que recordar que cuando se trata de compasión, está claro que no eres mi chica.

      Gail se rio.

      –Eso no entra en mis tareas, lo tengo clarísimo.

      Por lo menos el esfuerzo de evitar cortarse los dedos hizo que Jess dejara de pensar demasiado en Will y en la preciosa rubia que había estado escuchando atentamente cada palabra que decía. Tendría tiempo de sobra para torturarse con esa imagen cuando estuviera sola en su cama esa noche.

      Capítulo

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