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que es lo que sospecho que está pasando.

      Gail la miró sorprendida.

      –¿En serio?

      Jess asintió.

      –¿Y por eso sigues dándole flexibilidad, a pesar de hablarle con dureza?

      –Es probable que sí –admitió Jess con un suspiro–. Mientras tanto, es todo tuyo. Lo mandaré aquí antes de marcharme.

      Por supuesto, no encontró a Ronnie en el vestíbulo, que era donde se suponía que tenía que estar. Y tampoco estaba en el salón. Estaba en el porche, con una gorra de béisbol tapándole los ojos y profundamente dormido. La imagen la enfureció tanto que agarró el respaldo de la mecedora en la que estaba sentado y a punto estuvo de volcarla y tirarlo desde el porche al jardín.

      –¿Pero qué…? –murmuró él al agarrarse a una columna para evitar caer–. ¿Estás loca?

      –Ni la mitad de lo loco que estás tú, si piensas que esta es una forma aceptable de comportarse en el trabajo –respondió dándose cuenta de pronto de por qué Abby se pasaba tanto tiempo furiosa con ella–. ¿Es que no lo has entendido cuando la semana pasada te dije que estabas acabando con mi paciencia?

      –Tranqui, no pasa nada.

      –¿Cómo puedes saberlo cuando el teléfono que deberías estar atendiendo está dentro? He pasado la línea de reservas a la cocina. Entra ahí y ayuda a Gail. Si cuando vuelva no me dice que lo has hecho genial, estás despedido. ¿Queda lo suficientemente claro? –en esa ocasión simplemente tenía que mantenerse firme. No iba a hacerle ningún favor si dejaba que siempre se saliera con la suya a pesar de tener ese comportamiento en el trabajo.

      Por fin, él se mostró moderadamente agitado.

      –Vamos, Jess.

      –Para ti, señorita O’Brien –le contestó con brusquedad.

      Él sonrió como si hubiera dicho algo histéricamente divertido.

      –Vamos, señorita O’Brien, ya sabe que a mi padre le va a dar un infarto si pierdo otro trabajo.

      –Pues entonces no lo pierdas –dijo ella y se marchó antes de decirle unas cuantas cosas más sobre su ética del trabajo que probablemente no entendería. Si Devlin Forrest se quejaba a Mick de que hubieran despedido a Ronnie, ella hablaría con su padre. La insolencia y la haraganería eran dos rasgos que Mick tampoco toleraría jamás. De eso estaba bien segura.

      Tras llegar a la conclusión de que necesitaba un poco de aire fresco y un largo paseo para mejorar su estado de ánimo, fue caminando los kilómetros que la separaban del pueblo y se dirigió al banco. En la recepción saludó a Mariah y después asintió hacia los despachos de los directores.

      –¿Está Laila? ¿Está libre?

      Mariah asintió.

      –Pasa. Puede que una cara amiga la anime un poco.

      –¿Está teniendo un mal día?

      –Días –le confió Mariah–, pero no te atrevas a decirle que te lo he dicho yo.

      –¿Tienes alguna idea de por qué está así?

      –Ni idea.

      Jess fue al despacho que antes había pertenecido a Trace hasta que él había convencido a su padre de que era Laila la que tenía que estar ahí. Trace no había hecho nada durante el breve periodo que lo había ocupado, pero Laila había pintado las paredes de un cálido tono crema y había añadido toques de arte moderno a las paredes. Los cuadros habían horrorizado a su padre, que no los veía lo suficientemente tranquilizadores para estar en un banco de pueblo, pero Laila se había mostrado firme. Era la habitación más alegre en ese viejo y deprimente edificio.

      –He oído que los ánimos no andan muy bien por aquí. ¿Es seguro entrar?

      Laila sonrió.

      –Pasa. Prometo no arrancarte la cabeza de un mordisco.

      Jess se sentó y miró a su amiga.

      –Pareces agotada. ¿Qué está pasando?

      –Estoy intentando evitar que algunos de nuestros clientes más antiguos pierdan sus casas al no poder pagar sus hipotecas. Creía que la economía estaba recuperándose, pero aún tenemos gente por aquí que está pasándolo muy mal. El comité ejecutivo no quiere oír sus excusas. Estoy pidiéndoles compasión, pero me temo que voy a perder la batalla.

      –Lo siento. Sé lo que es estar al otro lado de la apertura de un juicio hipotecario. Si Abby no hubiera venido y me hubiera puesto al día los asuntos económicos del hotel, quién sabe lo que habría pasado.

      –Pero a ti te salió bien. El banco sabía que eras apta para el préstamo, al igual que sé que estas personas también lo son para los suyos si les quito un poco de presión. Echar a familias a la calle debería ser el último recurso.

      Bueno, vamos a hablar de otra cosa. ¿Tienes tiempo para almorzar? Hace siglos que no hablamos.

      Jess sonrió, aliviada por que la tensión que había estado sintiendo se hubiera evaporado al verse con una amiga.

      –Estaba esperando que me lo propusieras. ¿Llamamos a Connie?

      –Por supuesto –dijo Laila, llamando y haciendo que Connie accediera de inmediato a reunirse con ellas en un nuevo restaurante de ensaladas y sopas que había abierto sus puertas unas semanas atrás. Después de colgar, dijo–. Habría sugerido ir a Sally’s, pero Will estará allí, así que he supuesto que preferirías ir a alguna otra parte.

      –Por eso eres mi amiga. Me conoces muy bien. Aunque quiero que me cuentes cómo fue tu cita con él.

      Laila la miró extrañada.

      –¿En serio? Creía que por eso no estabas contestando a mis llamadas.

      Jess se estremeció. Debería haber sabido que Laila reconocería exactamente lo que había estado pensando.

      –Y así era –admitió–, pero estaba comportándome como una estúpida. Quiero saberlo todo.

      –Y yo quiero saber cómo fue la cita de Connie en Annapolis el otro día –dijo Laila mientras agarraba su bolso y salían hacia el restaurante–. Me dijo que era un contable. Podría haberla advertido al respecto. No somos tan interesantes, pero no quería espantarla.

      Jess se rio.

      –No puedo hablar por todos los contables, pero tú eres la persona menos aburrida que conozco –le dijo–. A lo mejor ha tenido suerte.

      Unos minutos después, sin embargo, cuando estaban sentadas en una mesa frente a la bahía, Connie se ruborizó cuando Laila sacó el tema de su cita.

      –Fue un fiasco, ¿verdad?

      –Por completo –respondió Connie con las mejillas encendidas. Vaciló y después dijo–: Acabé almorzando con Thomas.

      Jess la miró.

      –¿Thomas? ¿Mi tío?

      Connie asintió.

      –Pasó, sin más. Empezamos a hablar de cosas de la recaudación de fondos y terminamos almorzando. No es para tanto.

      Pero Jess podía ver que sí era para tanto. Laila, sin embargo, pareció aceptar la explicación de Connie. Jess tenía cientos de preguntas en la punta de la lengua, pero las contuvo.

      Connie rápidamente se giró hacia Laila.

      –¿Y tu almuerzo con Will? ¿Cómo fue? –se sonrojó de pronto, miró a Jess y le preguntó–: ¿Te importa que hable de ello?

      –Ojalá todos dejarais de actuar como si Will y yo hubiéramos tenido un gran romance –se quejó–. Porque nunca lo hemos tenido. Nunca hemos tenido una cita.

      –Pero eso es solo porque él cree que no quieres salir con

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