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la conversión y en el camino hacia el Dios vivo que se revela a sí mismo.

      El escándalo que ha surgido en muchos lugares, el grito largamente reprimido de las víctimas, es un signo de los tiempos en el que se revela el poder del Espíritu Santo y su actividad en la historia. ¿Existe un punto de partida teológico para una solución a esta cuestión? La respuesta fue dada por el mismo papa Francisco cuando habló del camino de la Iglesia hacia el tercer milenio como un camino sinodal. Sínodos, la reunión, la asamblea, refiere a la celebración de la Eucaristía, en la que los cristianos se reúnen con sus legítimos dirigentes y, desde Cristo, se presentan a sí mismos en su forma histórica como comunidad, como Iglesia. A partir de esta figura histórica, especialmente en la situación moderna actual, de manera creativa, guiados por el Espíritu de Jesucristo, inspirados en su ejemplo, deben diseñarse y afirmarse conjuntamente los aportes institucionales eclesiásticos a una forma estructural apropiada de Iglesia. Sin embargo, esto solo tendrá éxito si se reconocen los abusos con gran libertad interior y se corrigen los déficits advertidos. Esto significa que la autoridad de los obispos y de sus colaboradores es plenamente reconocida, pero al mismo tiempo se asegura que el Pueblo de Dios esté involucrado con su voz en las decisiones fundamentales que afectan significativamente a la comunidad.

      En este sentido, los cristianos deben poder ejercer un votum decisivum, no solo un votum consultativum. Esto sería posible de diversas formas. Existen diferentes enfoques y soluciones en el campo de las estructuras eclesiásticas en los anglicanos, los ortodoxos, etc., que, por supuesto, también tienen sus límites y pueden ser mejorados. Sin embargo, lo que importa es que se analicen cuidadosamente los signos de los tiempos, que se disciernan las demandas que en ellos emergen, en toda su radicalidad e incondicionalidad, y que se emprendan los cambios correspondientes.

      En ese sentido es mi opinión que existe una omisión importante cuando en el texto de la Comisión Teológica Internacional, publicado en marzo de 2018 con el título «La sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia»6, no se incluye un análisis estructural de las acusaciones de abuso y se afirma el principio de decisión única y exclusiva de los obispos y del primado papal, mientras que a todas las demás personas en la Iglesia se les asigna un rol meramente asesor. Aunque la expresión «signos de los tiempos» es usada algunas veces en el texto, el asunto en cuestión implicado con esta expresión no aparece en la argumentación sobre la sinodalidad en el documento citado. Solo en la escucha siempre renovada de los signos de los tiempos se puede proclamar hoy de manera creíble el Evangelio. La profundidad de los problemas referidos y la profundidad de los necesarios procesos de transformación son claros, hasta cierto punto, en los grandes documentos del Concilio Vaticano II sobre el Diálogo con las Religiones, Nostra aetate, y en el Decreto sobre la Libertad Religiosa, Dignitatis humanae. Aquí se han concretado diferenciaciones y cambios decisivos en la configuración de la forma histórica de estas relaciones.

      DESAFÍO AL APOCALIPSIS. EL ROL GLOBAL DEL CATOLICISMO EN EL CONTEXTO ACTUAL

      Antonio SPADARO SJ

      El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. A partir de ese día miles de berlineses fueron demoliendo ese símbolo que los había tenía secuestrados durante casi treinta años. Es una fecha emblemática del ocaso de los totalitarismos. Parecía surgir una nueva época, marcada por la globalización. Hoy, sin embargo, muestra los rasgos de la indiferencia y del conflicto, como repite a menudo el papa Francisco. Tras la caída de ese muro, muchos otros se han ido alzando por el mundo7. El Pontífice, hablando a un grupo de jesuitas, no ha usado medios términos: «Hay muros que separan a los niños de sus padres. Se me viene a la mente Herodes. Para la droga, en cambio, no hay muro que valga»8.

      Cuando Francisco se refirió a la Iglesia como a un «hospital de campaña después de una batalla», no pretendía utilizar una bella imagen, retóricamente eficaz. Lo que tenía ante los ojos era un escenario mundial como de «guerra mundial por partes». La crisis global adopta distintas formas y se manifiesta en conflictos, aranceles, alambradas, crisis migratorias, regímenes que caen, nuevas alianzas amenazadoras y vías comerciales que abren el camino a la riqueza, pero también a las tensiones. Se podría construir un mapa, en cualquier caso, siempre incompleto9.

      I. FRENAR EL FINAL: ¿EL IMPERIO O LA IGLESIA?

      ¿Cuál es el sentido de esta historia que vivimos? Hace algunos años Massimo Cacciari, en un libro titulado El poder que frena, indicaba un camino que consideramos interesante recorrer. Había propuesto una reflexión de teología política a la luz de la Segunda Epístola a los Tesalonicenses (2,6-7). Escribió sobre la enigmática figura del katechon, es decir, algo o alguien que «retiene» y «contiene», deteniendo o frenando el asalto del Anticristo10. De alguna manera, su función es comparable a la del hermano de Prometeo, Epimeteo: tras derrumbarse el sueño de progreso del que Prometeo se había hecho cargo, le toca a su hermano gobernar las suertes de los humanos, impidiendo la apertura de las cajas que contienen los males del mundo.

      Los Padres de la Iglesia intentaron establecer de quién hablaba Pablo y qué podía frenar el fin del mundo. Hasta cierto punto, la interpretación preponderante fue que el katechon era el Imperio romano, con su potestas administrativa que mantenía el mundo unido. Pero esta función no puede sino pretender para sí también una auctoritas espiritual. La cual, con el desmoronamiento del Imperio, pasó de hecho a la Iglesia, que en este sentido se convirtió en heredera del Imperio.

      Hoy vivimos en una dimensión global que el Imperio romano no había conocido. Esta es, pues, nuestra pregunta: ¿cuál es la tarea de la Iglesia en este complejo escenario? Parece que no podemos escapar a una alternativa entre dos posibilidades. La primera posibilidad: anunciar el fin inminente de este «mundo» y acelerar todo lo posible su conclusión. La segunda posibilidad: ser un «muro de contención», una fuerza de frenado, el último baluarte antes de la catástrofe a la que nos conduce el poder que domina el sistema de la globalización salvaje, que gobierna erosionando las relaciones, garantizando la inmunidad y la seguridad solo para el dinero, haciendo de la guerra un árbitro. Pero ¿estamos seguros de que no existe una tercera posibilidad? Es lo que vamos a intentar indagar.

      II. LA TAREA DE LA IGLESIA ANTE EL APOCALIPSIS

      ¿La Iglesia es un hospital de campaña porque cura las heridas de una guerra ya perdida o porque pretende fortalecer los miembros debilitados que quieren retomar la lucha? Hay quien, de forma militante, insiste precisamente en la aceleración, que tiende a construir un gueto de unos pocos «puros» contra los «demás», es decir, los muchos malos que ahora proliferan11.

      ¿Y Francisco? ¿Su ministerio como romano pontífice vive de la utopía de un mundo mejor, o de la tragedia de una demolición del mundo que hay que evitar a toda costa? ¿Es para él la tierra un balón pinchado al que hay que dar una patada para derrotar el mal indicando «cielos nuevos y tierra nueva»? ¿O es un jarrón de cristal hecho añicos que hay que restaurar pieza por pieza a toda costa, con un lento trabajo de encaje de las piezas?

      Para Francisco, la tarea de la Iglesia no es la de adaptarse a las dinámicas del mundo, de la política y de la sociedad para apuntalarlas y hacer que sobrevivan de cualquier manera: esto lo juzga como «mundanidad». Y menos aún pretende ponerse contra el mundo, la política y la sociedad. El Papa no rechaza la realidad a la vista de un apocalipsis deseado, de un final que venza la enfermedad del mundo mediante su destrucción. No presiona para llevar hasta las más extremas consecuencias la crisis del mundo predicando su fin inminente, ni tampoco retiene las piezas de un mundo que se está desmoronando buscando alianzas cómodas, equilibrismos, colateralidades. Y, además, no intenta eliminar el mal, porque sabe que es imposible. Sencillamente, se desplazaría y se manifestaría en otros lugares y bajo otras formas. Lo que intenta es neutralizarlo. Aquí es donde está la dialéctica de la acción bergogliana. Y aquí está el nudo para comprender su significado. Este es el dilema.

      III. EL PAPEL GLOBAL DEL CATOLICISMO EN EL CONTEXTO ACTUAL

      Así que es por esto por lo que, bajo el perfil diplomático, Francisco asume la responsabilidad de adoptar posiciones arriesgadas. La tradicional cautela diplomática se une al ejercicio de la parresia, hecha de claridad y a veces de denuncia. Las tomas de posición contra el capitalismo financiero especulativo, la constante referencia a la tragedia de

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