Скачать книгу

es necesario combinar la corresponsabilidad de todos/as con la ministerialidad de algunos/as, pensando no solo en el ministerio ordenado, sino en una variedad de ministerios conforme a las necesidades del lugar. Las expresiones de equipos pastorales o ministerios colaborativos ponen de relieve el hecho de que ninguna persona individual es el centro de gravedad de una comunidad. Con la figura del equipo pastoral o ministerial, por ejemplo, se puede pasar de una ayuda prestada a los sacerdotes, a una verdadera colaboración con ellos en un trabajo de equipo. De allí que la praxis de una Iglesia participativa, y en particular de una dirección compartida, induce un cambio inevitable en el ejercicio del ministerio presbiteral.

      * * *

      La presente publicación pretende ofrecer algunos ejes que configuran la reforma y las reformas en la Iglesia, teniendo como punto de partida una lectura actual de los signos de nuestro tiempo. En la primera parte, destacamos la importancia de este método conciliar para abordar algunos de los temas que se presentan hoy como retos, tanto en lo intra como en lo extra eclesial. En la segunda parte, emergen dos ejes, a saber, la conversión pastoral y la sinodal. Desde ellos, reconocemos la necesidad de una conversión institucional frente al fracaso del modelo teológico-cultural reinante que no ha logrado superar una cultura eclesial clerical y piramidal. El clamor de las víctimas y las exigencias de las nuevas subjetividades nos llaman a repensar las relaciones de poder y gobernanza en la institución eclesial a la luz de una profunda conversión en su modo de proceder que lleve a una auténtica participación de todos los miembros del Pueblo de Dios.

      Finalmente, en la parte tercera de este libro se ofrecen variadas y calificadas reflexiones que desean ayudar a la profundización de la temática ministerial, tan decisiva para el futuro de la Iglesia, especialmente a la luz del actual proceso post-sinodal panamazónico, que valoriza la autoridad de las Iglesias locales y los procesos de inculturación que han de traducirse en formas de organización eclesial que abran caminos a nuevos ministerios. De este modo, se encontrarán vías que respondan pastoralmente a los nuevos signos de nuestro tiempo.

      REFORMAR LA IGLESIA A LA LUZ DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

      ¿CÓMO RECONOCEMOS LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS?

      Peter HÜNERMANN

      El Concilio Vaticano II, la invitación de Juan XXIII y la recepción conciliar de estas décadas han ubicado a la cuestión de los signos de los tiempos, su comprensión y su significado para la reflexión de la fe y para la vida de la Iglesia, en el foco de la teología. La Conferencia de Medellín de 1968 giró en torno a la cuestión de los signos de los tiempos y su importancia para la orientación de la vida creyente en América Latina y más allá. Durante el Concilio, en la Comisión que trabajaba en los textos de la futura Gaudium et spes, se conformó una subcomisión en orden a clarificar teológicamente la cuestión de los signos de los tiempos. Marcos McGrath, obispo panameño en el tiempo del Vaticano II, fue presidente de esa subcomisión. La respuesta de la subcomisión no fue lo suficientemente clara como para convencer a un teólogo de mente tan abierta como Karl Rahner. Hasta el día de hoy, no existe un consenso acerca de lo irreemplazable de esta pregunta por los signos de los tiempos y por el papel esencial de ellos para la teología y el gobierno de la Iglesia actuales.

      En el Lexikon für Theologie und Kirche se lee: «En el uso frecuente de la expresión (signos de los tiempos, P.H.), en el período posterior al Concilio, a veces no queda claro si ella refiere a la realidad social como tal, a los avances esperanzadores en ella o a un método de interpretación y compromiso específico… El contexto metodológico exacto aún no se ha aclarado completamente»4. De allí, la primera pregunta:

      I. ¿QUÉ SON LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS?

      La respuesta de Gaudium et spes, número 11, reza así: «El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del ser humano. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas».

      Los signos de los tiempos no son simplemente sucesos históricos, tendencias e ideales sociales. Más bien, es la perspectiva de los signos en los cuales se anuncia y atestigua la presencia y la acción del Espíritu Santo en nuestra historia presente. La comunidad de creyentes participa en todos estos movimientos históricos. La pregunta es ¿cómo se orientan los creyentes con esos signos? No es suficiente recordar los testimonios de la fe y la enseñanza de la Iglesia en el pasado, o hacer memoria de cómo dichos testimonios y orientaciones se encuentran en las formas de vida eclesial tradicional, o cómo dichos testimonios se han configurado en concilios o en momentos de reformas en el pasado. En el mundo de hoy, con una opinión pública global, se trata de realizar un discernimiento, un examen, dirigido por el Espíritu, de las grandes aspiraciones humanas en la historia y la cuestión acerca de cómo esas aspiraciones han sido guiadas por el Espíritu, en el pasado y, sobre todo, en el presente. En síntesis, el descubrimiento de los signos de los tiempos es un acontecimiento creyente de tipo hermenéutico, una interpretación de los acontecimientos históricos, tendencias y deseos de la humanidad a la luz del Evangelio y a la luz de la razón5.

      II. UN EJEMPLO TOMADO DEL CONTEXTO DEL CONCILIO VATICANO II: LA POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD Y EN LA IGLESIA

      Como ejemplo tomado del contexto del Vaticano II nos referimos a la problemática de las mujeres en la Iglesia y la sociedad como un signo de los tiempos. Para los padres conciliares en esta cuestión se hace visible la obra del Espíritu Santo en la historia. ¿En qué sentido se visibiliza esa obra del Espíritu? Desde la Revolución francesa, en Francia y también en Inglaterra, las mujeres iniciaron un movimiento de lucha por el reconocimiento y la realización de la igualdad de derechos con el fin de abolir las diferencias educativas que las perjudicaban. El movimiento comenzó en Alemania en 1848. Estos movimientos llevaron, en Alemania, en 1908, finalmente a la admisión de las mujeres a los estudios universitarios. En los tiempos modernos han posibilitado, gradualmente, la concreción del sufragio activo y pasivo. En Suiza este proceso duró un tiempo considerablemente más largo que en Alemania.

      Después de la Segunda Guerra Mundial, con Simone de Beauvoir y su obra Le deuxième sexe de 1949 se introdujo un nuevo giro, más radical, en el movimiento de mujeres. Su proclama era: las propias mujeres deben liderar el cambio revolucionario de su situación social y cultural. Vinculado a esta convocatoria se formuló un nuevo análisis mucho más preciso y completo que el de la primera fase del movimiento de mujeres. Este análisis está relacionado con la demanda por el derecho a la interrupción del embarazo, a una mayor liberalización de la ley de divorcio, etc. En el tiempo del Vaticano II, el análisis de Simone de Beauvoir y las demandas vinculadas a ella alcanzaron gran parte de la opinión pública mundial. Emergió así un movimiento verdaderamente internacional, mundial.

      Podemos preguntarnos: ¿dónde y cómo los obispos descubren allí la obra del Espíritu? ¿Dónde advierten la presencia especial de Dios? Este movimiento está masivamente dirigido contra los tradicionales patrones sociales de comportamiento, que tienen también un anclaje firme en la vida de la Iglesia. Los padres conciliares reconocieron explícitamente en Gaudium et spes 29: «toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. En verdad, es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre». El criterio fundamental que los padres conciliares establecieron al juzgar y discernir este movimiento de la historia de la humanidad reza: «La igualdad fundamental entre todos los seres humanos exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino» (GS 29).

      Con este mismo criterio

Скачать книгу