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el agua que calma nuestra sed y es el aire que respiramos. Sin Su palabra no hay vida. El verdadero cristiano ama la palabra y vive por ella.

      Amamos la palabra en la manifestación diaria de amor al prójimo, que necesitado se acerca en busca de consuelo.

      Amamos la palabra cuando nuestra vida es un reflejo de la obra del Señor en nosotros mismos y con este testimonio conducimos a otros a desear el conocimiento de esta verdad trascendental.

      Amamos la palabra cuando buscamos con sed permanente al Señor y su verdad, y sentimos correr en nuestro interior los “ríos de agua viva” que identifican el gozo del verdadero creyente.

      La Palabra de Dios está llena de consuelo, fortalecimiento, regocijo, sabiduría y guía, así como también de juicio, advertencia y promesas de salvación.

      Es el todo en la vida cristiana, es el faro que ilumina y conduce a puerto seguro.

      Cada vez que abres la Escritura, en realidad te abres al poder maravilloso de una palabra ungida por el Espíritu Santo que te da la guía para vivir. Por eso no podemos apartarnos de ella, pues de lo contrario, estaremos errantes, viviendo a la deriva y sin el verdadero alimento que nutre nuestro caminar diario. ¿Ya abriste la Palabra de Dios en este día? ¿Has meditado en ella? Si aún no lo has hecho, haz un alto en tu camino y abre el tesoro que El Señor te regaló. No desperdicies ni un solo día de tu vida, sin buscar primero la guía y la luz que Dios desea darte.

      “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” ( Josué 1: 8).

      Oración:

      Amado Salvador, te doy gracias en este día porque puedo acercarme a tu palabra con libertad y leer de esta fuente de vida eterna. Nos diste un regalo maravilloso para que caminemos de acuerdo a tu voluntad y hoy puedo acercarme a ella y saber que tú me sigues hablando a través de ella y lo seguirás haciendo por siempre porque tu palabra es viva, eficaz, poderosa y eterna. Amén.

      La gloria de Jesús

      “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5)

      La gloria de la creación no es mayor a la gloria de su Creador. Jesucristo deja en claro su procedencia y su gloria primera que viene a ser la misma gloria postrera. Es una gloria perpetua. No puede compararse con la gloria del mundo. Al volver al Padre sigue siendo lo que siempre ha sido, nuestro Señor lleno de gloria y majestad.

      Su reino no es de este mundo, pero es aquí entre los seres humanos donde se manifiesta, por eso Él no se predicó a Sí mismo, ni a la Iglesia, sino el Reino de Dios y su manifestación evidente con su venida al mundo. La obra mediadora de Jesús es finalizada con su regreso a la casa del Padre.

      Todo el peso del sufrimiento, del dolor, de la tortura, el desprecio, la soledad del Getsemaní, el abandono de sus discípulos, la traición de Judas, los insultos de quienes le juzgaron, las lágrimas mezcladas con sangre en la cruz del calvario, los azotes y las humillaciones, no serían comparables con la gloria que le esperaba, de la cual Él mismo ya había degustado desde antes de la fundación del mundo.

      Jesucristo está dispuesto a morir en la cruz completando su obra de amor y estableciendo para todo ser humano la única opción posible de llegar al cielo a través de Él mismo.

      Los ojos del mundo andan buscando respuestas en muchas partes, pero solo las podrán encontrar a los pies de la cruz, entendiendo el significado de esta obra redentora y sometiendo sus acciones al señorío de Jesucristo, mediador entre Dios y los hombres.

      “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:5-11).

      Que tengas un día lleno de la bendición de Nuestro Glorioso Señor.

      Oración:

      Señor Jesús, tus discípulos no pudieron detenerse de contar tus maravillas y tu gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Hoy yo quiero hacer lo mismo. Quiero reconocer tu gloria y majestad. Quiero unirme al coro de ángeles que adoran sin cesar y a la creación entera que se inclina delante de tu presencia gloriosa. Desde el fondo de mi corazón quiero expresar mi adoración a ti, Rey de reyes y Señor de señores. Amén.

      Serás bendición

      “y haré de ti una nación grande y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás bendición”

      (Génesis 12:2)

      El llamado que Dios le hizo a Abraham no fue únicamente a poseer una tierra de abundancia, de leche y miel. Su llamado también fue a ser de bendición a donde quiera que el fuera.

      No era únicamente lo que él y sus futuras generaciones iban a poseer, sino en lo que ellos, como pueblo de Dios, se iban a convertir.

      Un pueblo poseedor de las promesas, con la presencia constante de Dios y con un propósito divino de engrandecer el nombre de Dios en donde ellos habitaran. Un pueblo guiado por la mano de Dios y que caminaba con el valor de una promesa divina.

      Y el llamado para el pueblo cristiano de hoy en día es muy similar. También somos un pueblo que camina con promesas divinas, contamos con la presencia del Señor, su amor y su misericordia y también tenemos un llamado a ser de bendición.

      ¿Cómo eres de bendición para los demás? ¿Tienes conciencia del papel que tienes cuando eres parte de un pueblo escogido?

      Un médico honesto que atiende a sus pacientes pensando solo en su bien, es bendición.

      Un profesional que asiste a su trabajo cotidiano, pensando en realizar a conciencia su trabajo y dar beneficio a su compañía, es bendición.

      El maestro que procura guiar a sus alumnos por el mejor camino, es de bendición.

      Un ama de casa que realiza sus tareas cotidianas con alegría dando lo mejor de sí misma y recibiendo con la mejor sonrisa a su familia, es una gran bendición.

      Un joven obediente y colaborador en los quehaceres del hogar, responsable con su estudio y con el cuidado de sí mismo, es una bendición.

      Un ministerio que busca el crecimiento de su congregación y que no desea más que servir al Señor a través de sus actividades, es una gran bendición.

      Entonces piénsalo bien: ¿serás hoy de bendición para alguien?

      Ese es tu destino como hijo/a de Dios. Empieza ahora mismo.

      Oración:

      Ser de bendición para otros significa ser portador de aquello que Dios mismo ha derramado sobre mi vida como un/a hijo/a de Dios. Tal como Abraham a quien se le designó una vida en la que no solamente recibiría bendición, sino también lo sería para otros, de la misma manera hoy quiero dar de gracia lo que he recibido de gracia. Sin duda, hoy he recibido grandes bendiciones, ahora mismo saldré para ser de bendición para alguien más. Ese es mi llamado. Amén.

      Siempre firmes

      “será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que

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