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Resignificar la educación. Jorge Daniel Vásquez Arreaga
Читать онлайн.Название Resignificar la educación
Год выпуска 0
isbn 9789588844138
Автор произведения Jorge Daniel Vásquez Arreaga
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Charlotte o la actitud del antirrelojero
Queremos utilizar una metáfora que, conscientemente, pretende hacer una crítica al mundo-máquina desde la estética. Se podría considerar que en el cine de Chaplin se pueden encontrar elementos que nos permiten leer con otros ojos lo que nos rodea. Esta vez escogemos como elemento iluminador el filme Tiempos modernos, escrita y dirigida por Charles Chaplin en 1936.
Figura 1. Afiche Tiempos modernos (1936)Fuente: More or [email protected]. |
Si leemos con detenimiento el Punto crucial, de Fritjof Capra, nos veremos en la necesidad de volver a leer el Discurso del método que Descartes escribió en 1637. Efectivamente, el mundo cartesiano era una máquina que podía ser comprendido, analizado y sometido por la razón como único método para la certeza del conocimiento. El mismo Descartes así lo afirma cuando habla acerca de las distintas ocupaciones de las personas de su época:
[…] pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en lo mismo en que me encontraba, es decir, emplear toda mi vida en cultivar mi razón, y avanzar, tanto como pudiera, en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método que me había prescrito… todo mi proyecto no tendía más que a asegurarme, ya a tirar la tierra movediza y la arena por encontrar la roca o la arcilla. (Descartes, 1637, pp. 46-48)
Esta actitud que está presente desde los albores de la modernidad hasta nuestros días es quizá uno de los postulados más fuertes del paradigma mecanicista y su símbolo puede ser este reloj que aparece al inicio de Tiempos modernos, película ambientada en la época de la crisis económica de los años treinta conocida como la Gran Depresión.
Como lo diría Capra, el sujeto en el paradigma mecanicista, el relojero del mundo o sujeto cartesiano, está dentro de una preferencia por el comportamiento competitivo y no por la cooperación como una de las principales manifestaciones de la tendencia autoafirmativa de nuestra sociedad (Capra, 1998, p. 48). El protagonista de Tiempos modernos es Charlotte, un trabajador de una fábrica cualquiera que representa no solo la trágica repetición mecánica de los procesos de producción, sino incluso la maquinización de las cosas que nos diferencian radicalmente de las máquinas. Esto se puede apreciar en la secuencia en la cual el personaje tiene que probar la eficiencia de una máquina de comer que se vuelve contra él. Al igual que en muchos relatos de ciencia ficción, la máquina termina peligrosamente volviéndose en contra de su creador.
Por lo tanto, el hombre pasa de ser el relojero del mundo a ser una simple pieza del gran reloj. Incapaz de crearlo y recrearlo es tragado por ella. La imagen de Charlotte (el personaje del vagabundo protagonista de las películas mudas de Chaplin), dentro de la máquina sugiere esa disolución del sujeto en la concepción del mundo-máquina. El hombre es presa de su propia razón instrumental; el hombre se convierte en una pieza de ese engranaje. Charlotte, tragado por esa máquina, que bien es la gigantografía de un reloj, denuncia esa condición por la cual el mundo-máquina genera y devora lo humano. Reduce la compleja dimensión de lo humano a un Homo faber.
Charlotte puede ser considerado la representación de un sujeto que logra subvertir el orden del mundo-máquina desde una visión caótica de la vida. Por eso podríamos considerarlo como el antirrelojero del mundo, ya que es un personaje creativo que, mediante las artes, hace de cada decisión un acto de creación; solo la emoción lo puede liberar. En Tiempos modernos, el personaje de la fábrica sufre un delirio y comienza a “sembrar el caos” haciendo pasos de danza y actos circenses como expresión contracultural a la estructura de la fábrica que representa la unidimensionalidad a la que se reduce la razón. En el delirio de Charlotte, el Homo faber como construcción reduccionista de lo humano a la producción, saca aquí su par complementario e innegable: el Homo ludens. El antirrelojero constituye ese momento de la existencia en que se expresa la irreductibilidad de lo humano, su condición, no contradictoria, sino compleja de lo faber/ludens.
De la confrontación entre los dos personajes (i. e. el relojero de Descartes y el antirrelojero de Chaplin) no queremos deducir que uno sea la superación del otro. No se trata de relacionarlos dialécticamente, sino de asumir a Charlotte como algo más que una determinada forma de ser, como una actitud que evidencia la complejidad que supera la unidimensionalidad del mundo-máquina. Una actitud que incorpora la vivencia plena de las emociones y con ellas nos permite recrear constantemente nuestro escenario actual. Por esto, hablamos del espíritu del antirrelojero como una actitud que nos libera de ese “progreso” acreedor de todos nuestros actos creadores.
Desde una postura existencialista las decisiones son el lugar donde se fragua y se juega nuestra libertad, pero son más aún una expresión de la condición humana, en cuanto nos ponen de frente al sentido trágico de la vida: la vida como constante paradoja. Las decisiones son una expresión de la vida que se extiende agónicamente en la lucha entre el sentimiento y el entendimiento. Y esta tensión entre razón y locura, a la vez, constituye una unidad vital tal como los expresara Miguel de Unamuno en su obra La vida del Quijote y Sancho (2000).
El esfuerzo existencialista constituyó una expresión de humanismo por cuanto rechazó el racionalismo cartesiano que se afianzaba a realidades meramente racionales dejando de lado otras realidades vitales. Entonces, desde el humanismo existencialista, el acto de decidir es más que una realidad racional, una realidad vital de carácter ineludible. Sin embargo, esta visión no se salvó de ser concebida dentro de un marco trágico: el hecho de estar condenado a decidir.
Esta visión quizá pueda ser superada por otra, que es la de concebir la decisión como un acto creativo que es capaz de reinventar el mundo cada vez que este aparece ante los propios ojos. Decidir es ineludible y, por lo tanto, ser cocreador de la realidad también lo es. Lo anterior nos permite plantearnos un giro en la forma de afrontar la libertad para ser creadores. Reconocer que todos somos potencialmente creativos como lo argumentan John Briggs y David Peat en Las siete leyes del caos y poder romper con el mito de que la creatividad es tan solo un don concedido a unos pocos (Briggs y Peat, 1999, pp. 16-17). Si asumimos que la elección, la vida que se da en las decisiones simples y cotidianas es la expresión más sencilla de nuestra comunicación constante con lo vivo, podemos asumir que la recreación de la realidad es un hecho.
El sujeto que se constituye a partir de la actitud creadora no es el relojero que busca manipular el mundo-máquina hasta ser engullido por él, ni es el sujeto que contempla la capacidad de elegir como el marco trágico de su destino; por el contrario, es el sujeto que se recrea en comunicación transformadora con la realidad cuando en la más cotidiana o trascendental de sus elecciones es consciente de que está provocando una particularidad que se inscribe necesariamente en una universalidad que, como especie humana, compartimos.
Nuestra naturaleza de “lo racional” se manifiesta mediante los esfuerzos por dominar el tiempo (estadísticas, predicciones, etc.) pero “lo emocional” —como fundamento no racional de lo racional— surge del lugar que le demos a la intuición, la imaginación, la creatividad y la espiritualidad en libertad.
Sujeto, comunicación y ruptura paradigmática
Imágenes en la que “nada se descubre”
Quisiéramos tomar como punto de partida tres imágenes, arriesgando a decir que como seres humanos respondemos a determinados “espíritus de época” que podrían representarse en algunas imágenes. Podría tratarse de una generalización atrevida, pero entiéndase que nuestra intención no es dar ningún mensaje moralizador sobre lo que deberíamos ser como humanidad; sino simplemente compartir