Скачать книгу

ansiosos o retraídos (Kronenberger & Meyer, 2001).

      Las crisis de angustia son sufridas por aproximadamente el 5% de la población, y por aproximadamente el 14% de los pacientes cardíacos. Es más frecuente en las mujeres y a menudo comienza al final de la adolescencia. Es menos habitual que ocurran en niños pequeños (Kronenberger & Meyer, 2001). Cuando ellos presentan síntomas de pánico, éstos suelen asociarse al trastorno de ansiedad por separación, que a crisis espontáneas de pánico (Cía, 2000), debido a que los niños suelen dirigir sus miedos excesivos a objetos concretos y tangibles –"miedo a entrar a clases"-y dado su desarrollo cognitivo, no suelen hacer atribuciones internas de pérdida de control o locura (Nelles & Barlow, 1988).

      Como podemos observar a partir de los datos anteriores, la prevalencia de los trastornos de ansiedad varía de acuerdo a los subtipos. En un estudio epidemiológico norteamericano con más de 3.000 sujetos entre 14 y 24 años, Nutt y Ballenger (2003) reportaron frecuencias que van desde el 1.3% para el trastorno por estrés postraumático, hasta el 16.2% para las fobias simples. Además, estos autores encontraron una alta comorbilidad entre distintos trastornos de ansiedad, lo que sugiere que los distintos trastornos de ansiedad suelen estar relacionados entre sí. Birmaher y Villar (2000) estiman que el 60% de las personas tiene al mismo tiempo dos trastornos de ansiedad y el 30%, hasta tres. Así, entre el 25% (en el caso de las crisis de angustia) y el 63% (de las fobias específicas) de los trastornos de ansiedad se dan de manera "pura", es decir, sin otro trastorno de ansiedad asociado. En el resto de los casos, el trastorno se presenta junto a uno o más trastornos ansiosos.

      Los trastornos de ansiedad suelen presentar además comorbilidad con otros trastornos de la salud mental, sobre todo con aquellos referidos al estado de ánimo o trastornos depresivos (Ihle & Esser, 2002). Se estima que alrededor del 40-70% de los pacientes con ansiedad también sufre de depresión mayor y distimia (Birmaher & Villar, 2000). La ansiedad como síntoma acompaña la gran mayoría de las enfermedades psicológicas. En preadolescentes, los síntomas ansiosos y depresivos suelen coexistir de manera mucho más recurrente que los que se presentan en forma separada. Se suele describir este síndrome mixto ansioso-depresivo como una afectividad negativa (Lonigan, Phillips & Hooe, 2003; Vulic-Prtoric & Macuka, 2004). En el modelo tripartito de ansiedad y depresión propuesto por Clark y Watson (1991), la afectividad negativa consiste en un factor inespecífico que está presente tanto en la depresión como en la ansiedad; la diferencia es que mientras que la depresión se caracteriza por un bajo afecto positivo, la ansiedad está más caracterizada por una hiperactivación fisiológica.

      A los 17 años se presentan los mayores trastornos derivados de altos niveles de ansiedad. El aumento en la autonomía personal, las dificultades en el desarrollo de la identidad y los altos niveles de exigencia asociados a esta etapa de la vida, son probablemente lo que hace que cerca del 45% de las patologías surjan en este período del desarrollo. En esta época suelen aparecer, además, conflictos relacionados con el consumo de drogas y/o alcohol.

      Con el objetivo de estudiar los factores de riesgo asociados a los trastornos de ansiedad, Hayward, Killen, Kraemer y Taylor (2000) realizaron un estudio longitudinal en el que evaluaron a más de 2.000 estudiantes de enseñanza media durante un período de 4 años. Sus resultados indican que la presencia de un episodio de depresión mayor predice la aparición de crisis de angustia, y a su vez, que una historia de crisis de angustia predice la aparición de un trastorno depresivo mayor. Al controlar el efecto del trastorno depresivo mayor previo, aparecen la afectividad negativa y la sensibilidad ansiosa como predictoras de las crisis de angustia.

      Esto sugiere que existen ciertos estilos afectivos que acompañan a los síntomas ansiosos, que se desarrollan tempranamente y que son difíciles de modificar. La evidencia acerca de la persistencia de los temores demuestra que los niños ansiosos generalmente continúan siendo adultos ansiosos (Sternberger & Turner, 1995). Asimismo, hay estudios que demuestran que ciertos rasgos de la personalidad, como la timidez, son predictores del desarrollo posterior de ansiedad social y de conductas de evitación (Caspi, Elder & Berm, 1988).

      Esta línea de pensamiento se relaciona con la distinción entre la ansiedad de "estado" y de "rasgo". Mientras que la ansiedad de estado se caracteriza por la aparición de los síntomas propios de la ansiedad (tensión, aprensión, actividad elevada del sistema nervioso autónomo) durante un período de tiempo determinado, la ansiedad de rasgo se refiere a una predisposición individual de tipo ansiosa, relativamente estable a lo largo de los años (Spielberger, 1972). Dado que la personalidad se configura desde los primeros años pero se consolida recién en la adolescencia, los síntomas ansiosos que aparecen durante el período infanto-juvenil se entienden más bien como ansiedad de estado, pues es difícil hablar de una "personalidad ansiosa" propiamente tal en los niños. Eso sí, los adultos con ansiedad de rasgo, suelen experimentar una sensibilidad ansiosa y varios episodios de elevada ansiedad cuando niños (Spielberger, 1972).

      Si bien es posible tratar de manera efectiva los trastornos de ansiedad durante la infancia y adolescencia, hay que tener presente, que en ocasiones, la ansiedad se "traslada" a otros síntomas y se configura como otro cuadro ansioso. En un estudio longitudinal, Cantwell y Baker (1989) reevaluaron después de 3 años a niños diagnosticados con trastorno evitativo, trastorno de ansiedad de separación y trastorno de ansiedad generalizada, y encontraron que la mayoría de ellos ya no seguía reuniendo los criterios del diagnóstico anterior, pero en cambio reunían los criterios de un trastorno diferente de ansiedad. Estos datos permiten concluir que, en los trastornos de ansiedad durante la infancia y adolescencia, la inestabilidad de los criterios diagnósticos es más bien la regla que la excepción. Sin embargo (en mayor o menor grado), en la mayoría de los casos la ansiedad persiste a lo largo del desarrollo, aún cuando se "cambie de casa".

      Pollack y Rosenbaum (1996) plantean que ciertos patrones de conducta y algunas características personales del niño pueden considerarse factores predictores del desarrollo de un trastorno de pánico durante la adultez. La hiperreactividad de un lactante de tres meses, por ejemplo, suele asociarse al desarrollo de un patrón de conductas inhibidas a los 2 años de edad, en las que los niños se retraen buscando apoyo de los familiares y se inhiben frente a extraños (Kagan, Reznick & Snidman, 1987). También se ha visto asociación entre niños que a los 8 años evitan el juego con sus compañeros, presentan un trastorno de ansiedad de separación o conductas de evitación social, con jóvenes que desarrollan ataques de pánico o ansiedad generalizada. Todos estos eventos ansiosos predisponen al organismo para la configuración de una personalidad de tipo ansiosa, que presenta mayor tendencia a reacciones de ansiedad de estado y al desarrollo de cuadros ansiosos como la fobia social y el trastorno de pánico.

      Más allá de la predisposición personal o de los estilos familiares que definen la etiología de la ansiedad, el colegio como institución puede tener una gran influencia en los niveles de ansiedad de sus alumnos.

      Ciertamente, los hitos educativos pueden constituir eventos estresores, que podrían gatillar un trastorno de ansiedad en una persona con cierta predisposición genética a desarrollar respuestas de tipo ansioso. Así, el ingreso al jardín infantil o a la escuela es un momento emocionalmente muy intenso para los niños, quienes deben por primera vez separarse durante períodos de tiempo prolongados de quienes han sido sus principales figuras de apego: los padres. Una ansiedad de separación en este momento puede ser el primer indicio de una fobia escolar posterior. El paso desde el primer ciclo, con un único profesor, que se ha transformado en figura secundaria de apego para el niño, a un segundo ciclo, que se caracteriza por la rotación de profesores de distintas asignaturas, constituye un hito estresor. El cambio de educación básica a media para muchos jóvenes es también un gran hito (en algunos casos, por ejemplo en el sistema municipal, el cambio de escuela a liceo implica un cambio de establecimiento). Todos los ciclos en nuestro sistema educativo chileno están a cargo de distintos coordinadores y de distintos equipos de profesores, que suelen tener distintas lógicas y culturas pedagógicas, que hacen del cambio de ciclo para los alumnos, un año de mayor incertidumbre

Скачать книгу