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todo lo que el deber o la amistad me exigían; apenas admitía que el dolor existiera sino en mí, y solo lloraba por ese corazón que me había abandonado y agraviado, dejando que tú, a quien profesaba un cariño sin límites, sufrieras por mi causa.

      En este punto se paró el rápido fluir de las recriminaciones que a sí misma se dirigía; y Elinor, impaciente por dar consuelo, aunque demasiado honesta para halagar, de inmediato le ofreció los elogios y el apoyo que su sinceridad y arrepentimiento tan bien merecían.

      Marianne le oprimió la mano y replicó:

      —Eres muy buena. El futuro debe ser mi prueba. Me he hecho un proyecto, y si soy capaz de cumplirlo, lograré el dominio de mis sentimientos y mejoraré mi carácter. Ya no significarán preocupaciones para los demás ni tormentos para mí misma. Viviré ahora solo para mi familia. Tú, mi madre, Margaret, de ahora en adelante serán todo mi mundo; entre ustedes se repartirá todo mi cariño. Nunca más habrá nada que me anime a alejarme de ustedes o del hogar; y si me junto con otras personas, será solo para mostrar un espíritu más humilde, un corazón contrito, y hacer ver que puedo llevar a cabo las cortesías, las más pequeñas obligaciones de la vida, con amabilidad y paciencia. En cuanto a Willoughby, sería ocioso decir que pronto o alguna vez lo olvidaré. Ningún cambio de circunstancias u opiniones podrá vencer su recuerdo. Pero estará sujeto a las normas y frenos de la religión, la razón y la continua ocupación.

      Hizo una pausa, y añadió en voz más queda:

      —Si tan solo pudiera conocer su corazón, todo sería más fácil.

      Elinor, que desde hacía algún rato deliberaba sobre la conveniencia o inconveniencia de aventurarse a hacer su relato de inmediato, escuchó esto sin sentirse en absoluto más decidida que al comienzo; y advirtiendo que, como la deliberación no conducía a nada, la determinación debía hacerse cargo de todo, pronto se encontró enfrentándose a ello.

      Condujo el relato, así lo esperaba, con habilidad; preparó con cuidado a su ansiosa oyente; relató con sencillez y honestidad los principales puntos en que Willoughby basaba su defensa; apreció debidamente su contrición y solo moderó sus declaraciones relativas a su amor actual por Marianne. Ella no pronunció palabra; temblaba, tenía los ojos clavados en el suelo y los labios más blancos de lo que la enfermedad los había dejado. De su corazón brotaban mil cuestiones, pero no osaba plantear ninguna. Escuchó cada palabra con anhelante ansiedad; su mano, sin que ella se diera cuenta, estrechaba fuertemente la de su hermana y las lágrimas rodaban por sus mejillas.

      Elinor, temiendo que se hubiera cansado, la condujo a casa; y hasta que llegaron a la puerta, adivinando fácilmente a qué estaría dirigida su curiosidad aunque en ningún momento pudo manifestarla en preguntas, no le habló de otra cosa que de Willoughby y de la charla que tuvieron; y fue cuidadosamente minuciosa en todos los pormenores de lo que había dicho y de su aspecto, allí donde sin peligro podía permitirse una descripción detallada. No bien entraron en la casa, Marianne la besó con gratitud y apenas articulando en medio de su llanto tres palabras, “Cuéntaselo a mamá”, se separó de su hermana y subió despacio las escaleras. Elinor por ningún motivo iba a perturbar una tan comprensible búsqueda de soledad como esa; y pensando con gran ansiedad en sus posibles resultados, al mismo tiempo que tomaba la decisión de no volver a poner el tema si Marianne no lo hacía, se dirigió a la salita a cumplir su último ruego.

      Capítulo XLVII

      La señora Dashwood no dejó de conmoverse al escuchar la reivindicación de su antiguo favorito. Se alegró al verlo absuelto de parte de las culpas que se le imputaban; le daba pena; deseaba que fuera feliz. Pero no se podía hacer revivir los sentimientos del pasado. Nada podía restituirlo con su palabra intacta y un carácter sin mancha ante Marianne. Nada podía hacer desaparecer el conocimiento de lo que ella había sufrido por su culpa, ni eliminar el daño de su comportamiento con Eliza. Nada podía devolverle, entonces, el lugar que había ocupado en el afecto de la señora Dashwood, ni perjudicar los intereses del coronel Brandon.

      Si, como su hija, la señora Dashwood hubiera escuchado la historia de Willoughby de sus propios labios; si hubiera sido testigo de su angustia y experimentado el influjo de su semblante y actitud, es probable que su compasión hubiera sido mayor. Pero no estaba en manos de Elinor ni tampoco deseaba despertar tales sentimientos en otras personas con una explicación pormenorizada, como había ocurrido en un comienzo con ella. La reflexión había aportado tranquilidad a sus juicios y moderado su opinión sobre lo que Willoughby se merecía; deseaba, por tanto, decir solo la más simple verdad y exponer aquellos hechos que realmente se podían atribuir a su carácter sin embellecerlos con ninguna pincelada de aprecio que pudiera despertar la fantasía y conducirla por caminos equivocados.

      Al anochecer, cuando estaban todas juntas, Marianne comenzó a hablar voluntariamente de él otra vez, pero no sin un esfuerzo que se hizo patente en el agitado, intranquilo arrobamiento en que antes había estado sumida durante algún tiempo, en el color que subió a su rostro al hablar, en su voz trémula.

      —Deseo asegurarles a ambas —dijo—, que veo todo... como ustedes pueden desear que lo haga.

      La señora Dashwood la habría interrumpido de inmediato con consolador amor, si Elinor, que realmente deseaba escuchar la opinión imparcial de su hermana, no le hubiera demandado silencio con un gesto impaciente. Marianne continuó paso a paso:

      —Es un gran alivio para mí lo que Elinor me dijo por la mañana: he escuchado exactamente lo que deseaba escuchar —durante algunos momentos se le apagó la voz; pero, recuperándose, siguió hablando, y más tranquila que antes—: Con ello me doy por completo satisfecha. No deseo que nada cambie. Nunca habría podido ser feliz con él después de saber todo esto, como tarde o temprano lo habría sabido. Le habría perdido toda confianza, todo aprecio. Nada habría podido evitar que sintiera eso.

      —¡Lo sé, lo sé! —exclamó su madre—. ¡Feliz con un hombre de conducta libertina! ¿Con uno que así había roto la paz del más querido de nuestros amigos y el mejor de los hombres? ¡No, un hombre como ese jamás habría podido hacer feliz el corazón de mi Marianne! En su conciencia, en su sensible conciencia habría pesado todo lo que debiera haber pesado en la de su marido.

      Marianne suspiró, repitiendo:

      —No deseo que nada cambie.

      —Juzgas todo esto —dijo Elinor— exactamente como debe juzgarlo una persona de mente capaz y recto juicio; y me atrevo a decir que encuentras (al igual que yo, y no solo en esta sino en muchas otras circunstancias), bastante motivos para convencerte de que el matrimonio con Willoughby te habría traído muchas zozobras y desilusiones en las que te habrías visto con escaso apoyo de un afecto que, de su parte, habría sido muy poco firme. Si se hubieran casado, habrían sido siempre pobres. Incluso él mismo se reconoce inmoderado en sus gastos, y toda su conducta indica que privarse de algo es una frase que no existe en su vocabulario. Sus demandas y tu inexperiencia juntas, con un ingreso muy, muy pequeño, los habrían puesto en apuros que no por haberte sido completamente desconocidos antes, o no haber pensado nunca en ellos, te serían menos penosos. Sé que tu sentido del honor y de la honestidad te habría llevado, al darte cuenta de la situación, a intentar todos los ahorros que te parecieran posibles; y quizá, mientras tu frugalidad disminuyera solo tu bienestar, podrías haberla resistido, pero más allá de eso (y, ¿qué podría haber hecho hasta el mayor de tus esfuerzos aislados para detener una ruina que había comenzado antes de tu enlace?), más allá de eso, si hubieras intentado, incluso de la forma más lógica, limitar sus diversiones, ¿no habría sido de temer que en vez de inducir a alguien de sentimientos tan egoístas para que consintiera en ello, habrías terminado por debilitar tu influencia en su corazón y hacerlo arrepentirse de la unión que le había significado tales trabas?

      A Marianne le temblaron los labios y repitió “¿egoísta?” con un tono que significaba “¿de verdad lo crees egoísta?”.

      —Toda su conducta —replicó Elinor—, desde el comienzo al final de esta historia, ha estado basada en el egoísmo. Fue el egoísmo lo primero que lo hizo jugar con tus sentimientos y lo que después, cuando los suyos se vieron comprometidos, lo llevó a retardar su confesión

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