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en la relación que pasar momentos placenteros mientras duraba mi forzada permanencia en Devonshire, más agradables de los que había tenido hasta entonces. Su hermana, con su aspecto adorable y atractivas maneras, no podía dejar de atraerme; y su trato hacia mí, casi desde el principio fue... ¡Es increíble, cuando pienso en cómo fue su trato, y en cómo era ella, que mi corazón haya sido tan duro! Pero al comienzo, debo confesarlo, solo halagó mi orgullo. Sin preocuparme por su felicidad, pensando únicamente en mi propia diversión, permitiéndome sentimientos que toda mi vida había estado acostumbrado a consentir, me esforcé con todos los medios a mi alcance por hacerme agradable a ella, sin ninguna intención de corresponder a su cariño.

      En este punto, la señorita Dashwood, lanzándole una mirada del más airado desprecio, lo detuvo diciéndole:

      —No vale la pena, señor Willoughby, que siga hablando, o que yo siga escuchándolo. A un comienzo como este nada puede seguirle. No me angustie haciéndome oír más sobre este asunto.

      —Insisto en que lo escuche todo —replicó él—. Jamás fui dueño de una gran fortuna y siempre he sido de gustos caros, siempre me he relacionado con gente de ingresos mayores que los míos. Desde mi mayoría de edad, o incluso antes, creo, año tras año han aumentado mis deudas; y aunque la muerte de mi anciana prima, la señora Smith, me liberaría de ellas, dado que se trata de un hecho incierto y posiblemente muy lejano, durante algún tiempo había tenido la intención de reconstruir mi situación a través del matrimonio con una mujer rica. Una relación con su hermana no era, por tanto, pensable; y así me encontraba actuando con una mezquindad, egoísmo y crueldad que ninguna mirada de indignación o desprecio, ni siquiera la suya, señorita Dashwood, podría censurar suficientemente, y siempre con el propósito de conquistar su afecto, sin intenciones de corresponderlo. Pero hay una cosa que puede decirse a mi favor, incluso en ese espantoso estado de egoísta vanidad, y es que no sabía la profundidad del daño que hacía, porque en ese entonces no sabía lo que era amar. Pero, ¿alguna vez lo he sabido? Bien puede dudarse de ello, pues si realmente hubiera amado, ¿podría acaso haber sacrificado mis sentimientos a la vanidad, a la avaricia? O, lo que es peor, ¿podría haber sacrificado los suyos? Pero lo he hecho. Para evitar una pobreza relativa, que su afecto y compañía habrían despojado de todos sus horrores, he perdido, elevándome a una situación de fortuna, todo lo que hubiese hecho de ella mi felicidad.

      —Entonces —dijo Elinor, algo sosegada—, sí se sintió durante un tiempo encariñado con ella.

      —¡Haber resistido tantos atractivos, haber rechazado tal ternura! ¡Qué hombre en el mundo lo habría hecho! Sí, poco a poco, sin darme cuenta, me encontré sinceramente enamorado de ella; y las horas más felices de mi vida fueron las que pasé con ella, cuando sentía que mis intenciones eran estrictamente honorables y mis sentimientos intachables. Incluso entonces, sin embargo, cuando estaba completamente decidido a plantearle mi amor, me permití contra todo decoro postergar día a día el momento de hacerlo, llevado por mi renuencia a establecer un compromiso mientras siguiera en tan grandes apuros económicos. No voy a justificar esto... ni la detendré si usted quiere explayarse sobre lo absurdo, y peor que absurdo, de dudar en comprometer mi palabra allí donde mi honor ya estaba comprometido. Los hechos han demostrado cuán neciamente astuto fui, trabajando tanto para regalarme la posibilidad de hacerme despreciable y desgraciado para siempre. Por último, sin embargo, me resolví y decidí que en la primera oportunidad en que pudiera hablarle a solas, justificaría las atenciones que sin cesar le había prodigado y le declararía abiertamente un afecto que ya había hecho tanto por mostrarle. Pero entre tanto, en el intervalo de las pocas horas que transcurrirían antes de que se me presentara la oportunidad de hablar con ella en privado, algo ocurrió, una desafortunada circunstancia que destruyó toda mi resolución y, con ella, todo mi bienestar. Algo se descubrió —aquí vaciló y bajó los ojos—. La señora Smith había sabido, de una u otra forma, me imagino que a través de algún pariente lejano que quería privarme de su favor, sobre un asunto, una relación... pero no es necesario que me extienda sobre eso —añadió, mirándola ruborizado y con aire interrogativo—, a través de su amistad tan íntima... probablemente sabe toda la historia desde hace mucho.

      —Lo sé —respondió Elinor, también subiéndosele los colores, y volviendo a endurecer su corazón contra cualquier sentimiento de compasión hacia él—, estoy enterada de todo. Y de qué forma podrá disculpar con sus explicaciones ni la más pequeña parte de su culpa en ese horrible asunto, es más de lo que puedo imaginar.

      —Recuerde —exclamó Willoughby—, por boca de quién le contó esa historia. ¿Podía acaso ser imparcial? De acuerdo que debí respetar la condición y la persona misma de esa joven. No es mi intención justificarme, pero tampoco puedo permitirle a usted suponer que no tengo nada que argumentar; que porque sufrió, era irreprochable; y que porque yo era un malvado, ella debía ser una santa. Si el ardor de sus pasiones, la debilidad de su entendimiento... pero no quiero defenderme. Su afecto por mí mereció un mejor trato, y frecuentemente recuerdo con enormes sentimientos de culpa esa ternura que durante un muy breve lapso tuvo el poder de crear en mí una réplica. Cómo quisiera, de todo corazón, que ello nunca hubiera sucedido. Pero el daño que me hice a mí es mayor que el suyo; y he dañado a alguien cuyo afecto por mí (¿puedo decirlo?) era apenas menos ardiente que el de ella, y cuya inteligencia... ¡Ah! ¡Cuán infinitamente superior!

      —Pero su indiferencia hacia esa desdichada niña..., debo decirlo, por desagradable que me sea discutir un asunto como este..., su indiferencia no es excusa para la cruel manera en que la abandonó. No imagine que ninguna debilidad, ninguna carencia natural de entendimiento en ella, disculpa la insensible crueldad que usted mostró. Usted tiene que haber sabido que mientras se divertía en Devonshire con nuevos planes, siempre alegre, siempre feliz, ella se veía reducida a la más total indigencia.

      —Pero, le doy mi palabra, yo lo desconocía —replicó Willoughby con extraordinarias fuerzas—; no recordaba no haberle dado mi dirección, y el simple sentido común le debería haber indicado cómo encontrarla.

      —Bien, señor, ¿y qué dijo la señora Smith?

      —De inmediato me censuró la ofensa que había inferido, y puede deducirse cuán grande fue mi aturdimiento. La pureza de su vida, sus ideas convencionales, su ignorancia del mundo... todo estaba en contra mía. No podía yo negar el hecho, y vanos fueron todos mis esfuerzos por suavizarlo. Estaba predispuesta de antemano, según creo, a dudar de la moralidad de mi conducta en general, y además estaba disgustada con la muy escasa atención, el brevísimo tiempo que le había dedicado en esa visita mía. En pocas palabras, terminó en una ruptura total. Una sola cosa me habría salvado. En lo más extremado de su moralidad, ¡pobre mujer!, ofreció olvidar el pasado si me casaba con Eliza. Eso era impensable... y así fui formalmente despechado de su favor y de su casa. Debía salir de allí a la mañana siguiente, y la noche anterior la pasé meditando en cuál debía ser mi conducta futura. La lucha fue grande..., pero terminó demasiado pronto. Mi afecto por Marianne, mi total seguridad sobre el cariño de ella, todo no fue bastante para contrarrestar el miedo a la pobreza, o hacer mella en esas falsas ideas sobre la necesidad de riqueza que tan innatas me eran, y que una sociedad malgastadora me había enseñado a cultivar. Tenía motivos para creerme seguro de la aceptación de mi actual esposa, si optaba por ella, y conseguí convencerme de que esa era la única salida que la prudencia común aconsejaba. Todavía, sin embargo, me aguardaba una dura situación antes de poder partir de Devonshire; estaba comprometido a cenar con ustedes ese mismo día y, por tanto, necesitaba una excusa para faltar a ese compromiso. Me debatí durante mucho tiempo entre escribir esa excusa o presentarla en persona. Sentía que sería espantoso ver a Marianne, e incluso dudaba si podría verla otra vez y seguir siendo capaz de persistir en mi plan. En ese punto, sin embargo, subestimé mi propia capacidad, según ha sido demostrado por los hechos; porque fui, la vi, vi que no era feliz, y la dejé desdichada... y la dejé, esperando no verla nunca más.

      —Pero, ¿por qué fue, señor Willoughby? —dijo Elinor, con tono de recriminación—. Una nota habría sido suficiente. ¿Por qué fue necesario presentarse en persona?

      —Fue necesario a mi orgullo. No soportaba irme de allí en una forma que permitiera que ustedes, o el resto de los vecinos,

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