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presente. Esta esperanza está arraigada en el hecho de que tu Señor está en ti, Él está contigo, y Él está por ti aquí mismo, ahora mismo. Y esta verdad cambia radicalmente como entendemos, experimentamos y respondemos al sufrimiento que esta o seguramente vendrá en nuestro camino. Así que con el valor del evangelio sigue leyendo, sabiendo que no hay un valle de sufrimiento tan profundo que la gracia en Jesús no sea más profunda.

      REVISA Y REFLEXIONA

      1. ¿Cómo puedes ver la providencia del Señor en la crisis de salud de Paul Tripp?

      2. Paul habla de aferrarse a las promesas de Dios y clamar buscando Su ayuda. ¿Cómo ayuda tener un entendimiento y confianza en Dios en tiempos de sufrimiento?

      3. Paul Tripp afirma que “la Escritura nunca menosprecia al que sufre” (p. 21). ¿Cómo te anima esto?

      4. ¿Alguna vez has considerado que, en su núcleo, el sufrimiento es una guerra espiritual?

      5. Cuando oras para que tu esperanza esté “arraigada en el hecho de que tu Señor está en ti, Él está contigo, y Él está por ti aquí mismo, ahora mismo” (p. 22), ¿cómo puedes ver el sufrimiento de manera diferente?

      REAJUSTE DEL CORAZÓN

      Salmo 13:1–6; 27:1–14 Isaías 43:1

      2

       El sufrimiento nunca es neutral

      Desearía poder decir que mi experiencia de sufrimiento fue neutral, pero no lo fue, y tampoco lo es para nadie más. Esto es lo que todo aquel que sufre tiene que entender: nunca sufres solo aquello por lo que estás sufriendo, sino siempre sufres la manera en la que lo estás sufriendo. Tú y yo nunca venimos a nuestro sufrimiento con las manos vacías. Siempre arrastramos una bolsa llena de experiencias, expectativas, suposiciones, perspectivas, deseos, intenciones, y decisiones a nuestro sufrimiento. Así que nuestras vidas están conformadas no solo por lo que sufrimos sino por lo que traemos a nuestro sufrimiento. Lo que piensas de ti mismo, la vida, Dios y los demás afectarán profundamente la forma en que piensas, interactúas y respondes a la dificultad que se te presente.

      Es humillante admitirlo, pero había dos cosas que no sabía que estaba llevando a mi aflicción física que dieron forma a como caminé a través de la experiencia. Primero fue el orgullo. Yo estaba inconsciente que había mucho orgullo en mí, orgullo en la salud física y logros. Unos tres años antes de que me enfermara, perdí 40 libras, cambié mi relación entera con la comida, y comencé a ejercitarme más agresivamente. Funcionó. Conservé el peso que había logrado y me sentía más joven y con más energía de lo que me había sentido en años. Estaba orgulloso de mi condición física y confiado en la salud de mi cuerpo. Estaba también orgulloso que, ya que físicamente estaba fuerte, podía ser productivo. Viajaba cada fin de semana a conferencias en todo el mundo y escribía libro tras libro entre conferencias. Miro hacia atrás y ahora veo que vivía con apreciaciones de invencibilidad. No era un hombre joven, pero me sentía como si estuviera en la cima de mi juego. La salud y el éxito son intoxicantes, pero también vulnerables.

      Cuando me di cuenta que estaba muy enfermo y que la debilidad y fatiga estarían conmigo por el resto de mi vida, el golpe no fue solo físico, sino también emocional y espiritual. Honestamente, no solo sufrí dolor físico, sino también el dolor aún más profundo de la muerte de mi ilusión de invencibilidad y el orgullo de la productividad. Estos son problemas de identidad sutiles, pero profundamente arraigados. Te habría dicho que mi identidad estaba firmemente arraigada en Cristo, y hay maneras significativas en las que lo estaba, pero debajo eran artefactos de la autosuficiencia.

      Ahora, esto es lo que sucede en tiempos de sufrimiento. Cuando aquello en lo que has estado confiando (ya sea que lo supieras o no) es establecido como desperdicio, no sufres solo la pérdida de eso; también sufres la pérdida de la identidad y seguridad que te brindaba. Puede que esto no tenga sentido para ti si en este momento estás pasando por algo que no habrías planeado para ti mismo, pero la debilidad que ahora es parte de mi vida regular ha sido un gran instrumento de la gracia de Dios (ver 2 Cor. 12: 9). Ha hecho dos cosas para mí. Primero, ha expuesto un ídolo del yo que no conocía que estaba allí. El orgullo en mi salud física y mi capacidad de producir me hicieron tomar crédito por lo que no podría haber producido en mí mismo. Dios creó y controla mi cuerpo físico, y Dios me ha dado los dones que yo empleo todos los días. La salud física y la productividad deben producir gratitud y adoración más profundas, no autosuficiencia y orgullo en la productividad. Estoy agradecido por lo que mi debilidad ha expuesto y de ser liberado por gracia de tener que demostrar por más tiempo que soy lo que creo que soy.

      Pero hay una segunda cosa que ha sido maravilloso entender. Quizás maldecimos la debilidad física porque nos sentimos incómodos con depositar nuestra confianza en Dios. Permíteme explicar. La debilidad simplemente demuestra lo que siempre ha sido verdad: Somos completamente dependientes de Dios para la vida y aliento y todo lo demás. La debilidad no fue el final para mí, sino un nuevo principio, porque la debilidad proporciona el contexto en el que se encuentra la fuerza verdadera. Pablo dice en 2 Corintios 12:9 que se va a gloriar en su debilidad. Suena raro y loco cuando primero lo lees, pero no lo es. Él ha llegado a conocer que el poder de Dios “se perfecciona” en su debilidad. Verás, la debilidad no es lo que tú y yo deberíamos temer. Debemos temer nuestra ilusión de fuerza. Las personas fuertes tienden a no pedir ayuda, porque ellos piensan que no la necesitan. Cuando has sido probado débil, aprovechas los recursos infinitos del poder divino que son tuyos en Cristo. En mi debilidad he conocido la fuerza que nunca había conocido.

      La segunda cosa que moldeó la forma en que sufrí físicamente fueron las expectativas poco realistas. El sufrimiento no debería sorprendernos, pero casi siempre lo hace, y sin duda me sorprendió. Ahora es humillante admitir esto porque escribí un libro sobre cómo vivir con la realidad de la caída a la vista. Entré en mi enfermedad con mi teología en el lugar correcto. Yo creía que vivía en un mundo gimiendo que clama por la redención, pero estaba luchando con algo más dentro de mí. Estaba esta expectativa de que siempre sería como había sido, es decir, que siempre estaría fuerte y sano. Había poco espacio en mi vida, familia y planes de ministerio para la debilidad dentro o problemas fuera. De hecho, no había lugar para ninguna interrupción en lo absoluto. Gran parte del camino que pensaba y planificaba sobre mí estaba basado en la expectativa poco realista de que continuaría escapando de la interrupción regular de la vida de uno y los planes que suceden en un mundo que no opera como Dios lo diseñó para operar.

      No fui destacado; Dios no me había olvidado ni me había dado Su espalda. No estaba siendo castigado por mis elecciones, y no estaba recibiendo las consecuencias esperadas por las malas decisiones. Mi historia es sobre las cosas normales que nos suceden a todos porque vivimos en un mundo que ha sido dañado dramáticamente por el pecado. En este mundo viven las enfermedades y dolencias, y nuestros cuerpos se descomponen o no funcionan correctamente. En este mundo el dolor, a veces crónico y a veces agudo, nos asalta y hace que la vida sea casi imposible de vivir. Vivimos en un mundo roto donde la gente muere, la comida decae, guerras braman, los gobiernos son corruptos, las personas toman lo que no es suyo e infligen violencia unas a otras, los esposos actúan con odio unos hacia otros, los niños son abusados en lugar de ser protegidos, las personas mueren lentamente de inanición o mueren repentinamente de enfermedad, vive la confusión sexual y de género, las drogas causan adicción y destruyen, el chisme destruye reputaciones, la lujuria y codicia controlan corazones, la amargura crece como un cáncer, y la lista podría seguir y seguir.

      La Biblia no se refrena. A cada paso, nos informa y advierte sobre la naturaleza del mundo, que es la dirección donde todos vivimos. Ya sea una narrativa dramática de la vida, o una doctrina que informa, o un principio de sabiduría sobre cómo vivir bien, la Escritura obra para prepararnos, no para que vivamos en temor, sino para que estemos listos para las cosas que todos enfrentaremos. Dios nos da todo lo que necesitamos para que vivamos con

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