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Señor, pero había una enorme brecha en medio de su comprensión del evangelio. Así que su vida se convirtió en su mesías personal, dándole lo que nunca fue destinada para dar.

      Cuando Henry salió para nunca volver y tomó literalmente todo con él, Sara no perdió solo a Henry, la casa, y los niños, ella se perdió a sí misma. Mientras escuchaba a Sara hablar, me di cuenta de que lo que hizo que este horrible pecado contra ella fuera aún más devastador, fue que al perder todas estas cosas, Sara perdió a su salvador funcional, y al perder a su salvador funcional, ella perdió su voluntad de continuar. Y fue cuando Sara se apoderó de esta verdad que su corazón comenzó a elevarse, su esperanza comenzó a volver, y ella decidió vivir de nuevo. Realmente es cierto que nunca llegamos con las manos vacías a ninguna experiencia. Y seguramente siempre arrastramos algo al sufrimiento que entra por nuestra puerta. ¿Qué de ti? ¿Que llevas cargando que tiene el poder de causarte problemas en tus propios problemas? ¿Qué tiene el poder para permitirte olvidar que sin importar lo doloroso que sea lo que estés soportando, como hijo de Dios te es imposible soportarlo todo por ti mismo? El que creó este mundo y lo gobierna con sabiduría, justicia y amor está en ti, contigo y por ti, y nada tiene el poder para separarte de Su amor.

      REVISA Y REFLEXIONA

      1. ¿Cómo se conectan la confianza y la identidad? ¿En qué otra cosa has puesto tu confianza aparte de Dios?

      2. Paul Tripp escribe: “Debemos temer nuestra ilusión de fuerza” (p. 27). Teniendo en cuenta el capítulo en su totalidad, ¿qué significa esto?

      3. “La Escritura trabaja para prepararnos, no para que vivamos en temor, sino para que estemos listos para las cosas que todos enfrentaremos” (p. 28). Identifica algunos pasajes o historias bíblicas a los cuales puedes aferrarte en momentos de sufrimiento.

      4. ¿Has cuestionado a Dios por tu sufrimiento porque pensabas que era un castigo? ¿Qué versículos de la Escritura refutan esta creencia?

      5. Considera las cosas que se pueden traer a tu sufrimiento (teología deficiente, dudar de Dios, expectativas poco realistas de la vida y de los demás, orgullo, materialismo y egoísmo). Ora para que el Señor exponga tu debilidad y dependencia y te muestre Su cuidado.

      REAJUSTE DEL CORAZÓN

      Romanos 8:1–4 1 Corintios 12:9 Santiago 1:2–4

      1 Paul David Tripp, Broken-Down House: Living Productively in a World Gone Bad (Wapwallopen, PA: Shepherd Press, 2009).

      3

       La trampa de la conciencia

      El sufrimiento es real. El dolor es real. Los clamores en busca de alivio son normales. Esto es lo que estaba en la mente de Shirley todo el tiempo. Ella se preguntaba si las personas realmente entendían lo real que era todo. El auto que golpeó a Shirley mientras cruzaba la calle en el paseo de compras de verano era real. Las lesiones que sufrió fueron reales y los efectos paralizantes en su vida cotidiana eran tanto reales como ineludibles. Su dolor crónico no era una idea; era un verdadero trauma que la saludaba cada mañana y la seguía a lo largo de su día. Hacía que dormir fuera difícil y mantenerse despierta fuera arduo.

      Cuando Shirley compartía su aflicción con otros, se alejaba pensando que solo escuchaban palabras, conceptos sin mucha realidad. Sentía una y otra vez que personas bien intencionadas pensaban que podían “arreglarla” con palabras. Ella había escuchado cada cliché cristiano y no tan cristiano. Ella no sabía qué hacer con el hecho de que lo que era muy real para ella parecía irreal para las personas a su alrededor.

      Hay miles y miles de Shirleys. Quizás tú eres uno de ellos. Estás muy consciente de que lo que es normal para ti está mucho más allá de lo que es normal para las personas a tu alrededor, que lo que son realidades cotidianas para ti son solo conceptos para ellos, y lo que te dicen nunca tiene el poder de quitar aquello de lo que te gustaría deshacerte, de tu dolor. Sabes que no lo dicen en serio, pero parece que siempre terminan minimizando la gravedad de tu experiencia. Quieren ayudar, ellos creen que han ayudado, pero no lo han hecho. Y estás frustrado que no puedes expresar tu aflicción en palabras que, de una vez por todas, todos entiendan. La distancia entre su comprensión y tu realidad es una de las adiciones dolorosas a lo que ya estás sufriendo.

      Aquí está mi experiencia. Cuando las personas me preguntan cómo estoy, no sé cómo responder. Cuando digo que estoy mejor, me escuchan decir que estoy bien cuando en realidad no estoy bien. Viviré por siempre con las implicaciones y resultados del daño renal que he sufrido. Si alguien con conocimiento de mis problemas médicos me pregunta si me estoy enfrentando a otra cirugía, y digo que no, piensan que mis problemas físicos han sido resueltos, y que he seguido adelante. Es difícil saber qué comunicar que le dé a las personas un sentido de aquello con lo que sigo lidiando sin sonar demasiado dramático. Estoy agradecido de no estar frente a otra cirugía en este punto. Estoy agradecido de que me siento mejor, pero también estoy muy consciente de los límites con los que viviré por el resto de mi vida y el hecho de que los que me rodean realmente no entienden la dificultad de vivir con esos límites.

      El sufrimiento es real y sus efectos físicos, espirituales y relacionales son reales. Todos debemos consolarnos en el hecho de que la Biblia nunca trata el sufrimiento como algo menos que una experiencia humana real, significativa y, a menudo, que cambia la vida. El contenido de la Biblia está una y otra vez salpicado de historias de sufrimiento. La Escritura registra las aflicciones reales de personas reales. Enfermedad, violación, debilidad, asesinato, gobiernos corruptos, racismo, hambre, violencia doméstica, injusticia, guerra, tortura, traición, pobreza y muerte son algunas de las cosas que la Biblia presenta como el sufrimiento real de personas reales.

      No solo la Escritura registra la historia de quienes sufren, sino que también una gran parte de la Escritura está dedicada a dar voz a sus clamores. Siempre he pensado que los Salmos están en la Biblia para mantenernos honestos sobre la naturaleza desordenada de la fe en este mundo quebrantado. El mayor cuerpo de contenido en los salmos es dado al lamento, en el que el salmista “se lamenta” o llora por la situación en la que él está adentro y la angustia que enfrenta. Hay unos sesenta y siete Salmos de lamento. Eso significa que aproximadamente el 44 por ciento del contenido de los Salmos es dado a los salmos de sufrimiento y de dolor. La Biblia no solo no minimiza nuestro sufrimiento, sino que también da mucho espacio para la expresión de nuestros clamores. De una manera real los salmos graban el drama emocional y espiritual de todos aquellos quienes alguna vez han sufrido.

      Pero la Biblia hace aún más que eso, nos presenta un Salvador sufriente. No hubo alivio para la aflicción de Jesús. Comenzó con las condiciones ignominiosas de Su nacimiento, a tener que huir inmediatamente por Su vida con Sus padres, a estar esencialmente sin hogar, a ser despreciados y rechazados, a enfrentar injusticias crueles mientras era traicionado y abandonado por los más cercanos a Él, a enfrentar tortura y la crucifixión y, finalmente, la máxima tortura de tener al Padre dándole la espalda. Ninguno de nosotros estaría dispuesto a intercambiar nuestra vida, sin importar lo difícil que haya sido, por la vida de Jesús mientras estuvo aquí en la tierra. No sufrió solo de una manera, sino en todas las maneras, y sufrió no solo por un período de tiempo, sino durante toda Su vida. Aquel a quien clamamos cuando gritamos de dolor conoce nuestro dolor porque el sufrimiento de algún tipo fue Su experiencia desde el momento de Su nacimiento hasta Su último aliento.

       La Guerra Bajo la Batalla

      La razón por la que me he tomado el tiempo aquí para escribir sobre cómo el sufrimiento es una experiencia real que la Escritura de ninguna manera minimiza es porque este libro no se centrará, principalmente, en los aspectos físicos del sufrimiento sino en la guerra espiritual debajo de él. Al hacer esto, no quiero que pienses que estoy minimizando tu dolor. Mi suposición es que el dolor, a veces dolor indescriptible, nos inflige a todos nosotros de alguna manera. Quiero que pienses

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