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hasta la época ibérica, circunstancias que han permitido también en este enclave analizar el momento de transición entre el Bronce Final y la llegada de los primeros elementos orientales, marcados por la aparición de las primeras cerámicas a torno y la construcción, sobre cabañas de planta circular, de nuevos edificios rectilíneos construidos a partir de zócalos de piedra y alzados de adobe posteriormente enlucidos. El aumento de los contactos con población de origen oriental conllevó la ampliación del asentamiento y la construcción de una muralla reforzada con bastiones. Pero lo que mejor se conoce de este yacimiento es su área funeraria, articulada a partir de una serie de túmulos de enterramiento de los que se conocen 15, excavados entre los años 1926 y 1927. Cada uno de estos túmulos alberga los enterramientos de grupos familiares que se distribuyen en el espacio atendiendo a su jerarquía y a sus diferencias económicas, lo que ha permitido extraer una radiografía de la organización social de Tarteso.

      El último de los asentamientos tartésicos conocidos en el interior del Guadalquivir es Caura, la antigua Coria del Río. Localizada sobre el Cerro de San Juan, enclavado en pleno casco urbano, ocupa un lugar excelente en el paisaje como referente visual desde el que controlar un extenso territorio en el que se inserta el paso del río Guadalquivir, principal arteria comercial de este territorio. En las intervenciones efectuadas entre los años 1997 y 1998 se han sacado a la luz una serie de restos constructivos de planta rectangular construidos a partir de cimientos de piedra sobre los que se levantan alzados de adobe que dibujan estancias pavimentadas de arcilla roja apisonada sobre un fino lecho de cal. Entre estas construcciones se ha individualizado la existencia de un santuario que cuenta con cinco fases constructivas y cuya cronología abarca entre los siglos VIII-VI a.C. (fig. 18). En su denominada fase III quedó documentado un altar en forma de piel de toro, evidencia que pone este templo en relación con el culto a Baal. Al norte del santuario se documentaron varias viviendas construidas con la misma técnica aplicada en el edificio principal. La documentación de una fase de destrucción intencionada como consecuencia de un incendio en una de estas viviendas en torno al siglo VI a.C., ha puesto en relación el abandono de este enclave con la crisis que Tarteso sufre en esa misma fecha.

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      Fig. 18. Planta del santuario de Caura (según Escacena e Izquierdo, 2001).

      Pero la documentación que podemos extraer de todos estos asentamientos va más allá del nivel cultural, pues nos hablan del desarrollo social e ideológico que experimenta Tarteso. A partir del siglo VIII a.C. se detecta en el poblamiento la aparición de espacios residenciales mejor estructurados que responden a un nuevo orden jerárquico. Un elemento a destacar a este respecto es la aparición de murallas, ausentes en las etapas anteriores a excepción de la muralla de Tejada la Vieja, cuya primera fase constructiva se fecha en el Bronce Final. Dichas murallas nos hablan tanto de la existencia de un interés por preservar los recursos económicos de la comunidad como de la existencia de una organización social más compleja capaz de proyectar una construcción de gran envergadura. Acerca de su construcción se ha debatido mucho, intentando discernir si son resultado de la influencia oriental o no. Lo cierto es que la única muralla de tipo fenicio conocida es la localizada en el Castillo de Doña Blanca, aunque las murallas tartésicas de Niebla, Tejada la Vieja, Carmona, Montemolín y, quizá, Setefilla, presentan muchos rasgos que remiten a las edificaciones fenicias, como son la aparición de bastiones o la construcción a partir del uso de dos paramentos que posteriormente se rellenan de tierra y barro.

      Mucho queda todavía por conocer del modelo urbano tartésico. Si realizamos una recopilación y clasificación de los restos constructivos exhumados hasta la fecha a partir de los cuales hemos reconstruido el modelo constructivo de este periodo, observaremos que en la mayor parte de los casos se trata de áreas con un fuerte papel cultual que poco o nada nos transmiten de la sociedad encargada de la explotación de los recursos o el desarrollo del comercio. Así, somos expertos conocedores de una «arquitectura singular» cuya estructura social aparece muy bien representada en las necrópolis, lo que nos habla de una correspondencia entre ambos ámbitos; no obstante, la lectura de este tipo de construcciones cultuales o palaciales debe ir más allá de una mera funcionalidad religiosa derivada de la aparición de altares en algunas de sus estancias, pues el hecho de ser tan numerosas dentro del territorio de Tarteso nos hace otorgarles una pluralidad en su funcionalidad.

      V. La economía tartésica

      Aunque el interés por Tarteso parece que radicó fundamentalmente en su riqueza minera, o al menos así lo manifiestan las fuentes clásicas, no cabe duda de que también disponía de otros recursos que despertaron el interés de los fenicios por levantar colonias estables en el sur peninsular. La riqueza de sus filones de piritas con oro, plata y cobre de Riotinto y Sierra Morena, inaccesibles para los fenicios por hallarse en las tierras del interior, se complementaban con su amplia línea de costa con enormes recursos marinos y unas tierras bañadas por el Guadalquivir y los llanos de Huelva de especial feracidad para la explotación agrícola y ganadera, lo que les proporcionaría un rápido desarrollo que no debemos soslayar. Por último, no podemos olvidar la estratégica posición de Tarteso una vez que se regularizó el cruce del estrecho de Gibraltar, cuando adquirió un papel fundamental en el tránsito comercial entre el Atlántico y el Mediterráneo, con un fácil acceso a las tierras del interior a través de los ríos Tajo y Guadiana, de donde procedían las principales materias primas.

      El amplio conocimiento arqueológico que hoy tenemos de esta zona gracias a los análisis del territorio, nos permite acometer y cotejar con ciertas garantías las alusiones que sobre el lugar nos brindan las fuentes filológicas clásicas. Los estudios territoriales no sólo nos están permitiendo conocer mejor la estructura sociopolítica de un espacio geográfico concreto, sino también sus relaciones económicas y culturales con áreas adyacentes, lo que en definitiva permite reconstruir un amplio territorio culturalmente uniforme. Pero como es lógico, Tarteso estaba conformado por diferentes regiones o zonas que tenían sus propias peculiaridades culturales fruto de la actividad económica que desarrollaban; así, se aprecian diferencias sensibles entre las poblaciones con una economía fundamentalmente agrícola de las que se orientaban a la explotación de los recursos marinos o de las que se agrupaban en torno a la explotación minera, pero especialmente de las que centraban su actividad en el comercio exterior, lugares donde además se aglutinaban marineros, comerciantes y artesanos que ofrecerían sus productos a una población de perfil cosmopolita, y donde el intercambio de ideas y la hibridación cultural conseguirían su mayor desarrollo. La definición de todas estas particularidades culturales son las que nos permiten configurar la cultura tartésica.

      A pesar de que las fuentes nos narren la llegada de los primeros navegantes mediterráneos a Tarteso como fruto de la casualidad, lo cierto es que esas navegaciones debieron contar con el soporte y la anuencia de las respectivas metrópolis de donde partían los comerciantes, pues de otra forma es difícil entender una iniciativa privada de esa naturaleza que, con el tiempo, sí pudo desarrollarse una vez abierta la ruta comercial. Pero la elección y el levantamiento de las primeras colonias, así como la enorme inversión que ello supuso en capital económico y humano, debieron estar garantizadas y financia­das por Tiro en el caso de los fenicios, si bien con el tiempo estas colonias adquirirían un rol independiente a medida que se asentaban en el territorio. El primer objetivo de los fenicios, por lo tanto, consistió en entablar una estrecha relación comercial con Huelva como punto de conexión entre el Atlántico y el Mediterráneo, y seguramente con la intención de monopolizar el comercio de estaño hacia el Mediterráneo, lo que justificaría la temprana presencia de cerámicas sardas y sículas en Huelva, así como la presencia de objetos procedentes de Huelva en Sicilia y Cerdeña, donde los fenicios ya habían establecido sus primeras colonias; el siguiente paso fue la fundación de Gadir, cuya colonia pronto se convertiría en el foco y punto de encuentro comercial entre sendos mares.

      Durante el Bronce Final, en los momentos previos a la llegada de los fenicios, la zona que luego ocupó Tarteso se caracterizaba por la elaboración de ostentosos objetos de oro que han sido hallados en buena parte del cuadrante sudoccidental y la fachada atlántica, lo que da una idea de la importancia de la explotación de las placeres de oro en esa época. Pero además, la ingente cantidad de armas y otros elementos de adorno de bronce

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