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de Tejada la Vieja, donde su muralla fue levantada usando técnicas de construcción oriental que sólo pudieron ser introducidas por los agentes fenicios, lo que denota su interés por que el metal llegara en condiciones de máxima seguridad a los principales puertos encargados de su exportación, primero Huelva y Sevilla y más tarde Cádiz; los primeros como nexo de unión entre ambos mares, mientras que el segundo acabó por concentrar todo el tráfico hacía el Mediterráneo, como así nos lo confirma el rápido e intenso desarrollo social y urbano detectado a partir del VII a.C.

      El incremento de la actividad metalúrgica y los beneficios obtenidos por los fenicios en su ejercicio de intermediación en la explotación de las principales regiones mineras del sudoeste y su posterior comercialización, propiciaría la creación de nuevas colonias desde las que controlaría directamente el negocio, intensificando, de ese modo, su presencia en Tarteso. Esta circunstancia aparece unida a la inestabilidad que en esos momentos se vivía en el Mediterráneo oriental, donde el estado asirio presionaba sobre todo el Levante, lo que empujó a una buena parte de la población a emigrar a otros lugares donde ya existían colonias bien asentadas y donde cada día resultaba más necesario la llegada de mano de obra destinada a la explotación de los recursos de la zona, como era el caso de Tarteso. De ese modo, al contingente de artesanos y comerciantes llegados en los primeros momentos de la colonización, pronto se les uniría mano de obra especializada necesaria para el desarrollo urbano, el trabajo en los puertos, las transacciones comerciales o la explotación agrícola. Estos nuevos contingentes de población, entre los que destacarían foceos y samios en el caso de Huelva, se unirían a la población indígena existente, lo que justificaría la personalidad cultural de Tarteso con respecto a otros lugares del Mediterráneo donde también se habían asentado fenicios junto a poblaciones de otros lugares de su entorno.

      La agricultura y la ganadería habían constituido la base económica del sudoeste peninsular durante el Bronce Final. No podemos olvidar cómo las denominadas estelas de guerrero se han puesto en sucesivas ocasiones en relación con la existencia de jefaturas ganaderas, una hipótesis que vendría avalada por la propia dispersión de los monumentos, así como por la escasez de restos funerarios. También las fuentes clásicas sobre el mito de Tarteso nos invitan a considerar la importancia que la ganadería tendría en este territorio, pues no olvidemos que uno de los Trabajos de Hércules consistió, precisamente, en robar los toros de Gerión. También a la agricultura hacen referencia expresa las fuentes, al menos a la expansiva y generadora de excedentes, la cual se comenzaría a desarrollar a partir del reinado del legendario Habis, el rey civilizador a quien se le atribuye la creación de las primeras ciudades tartésicas. Pero detrás del mito hay una realidad evidente que se ve reflejada en la riqueza en pastos y la fertilidad de los territorios que se extienden por la vega de los ríos, caso del Guadalquivir, densamente ocupada pocos años más tarde del comienzo de la colonización, seguramente con el objetivo de producir excedentes que abastecieran a la mano de obra encargada de la explotación de la minas y a los numerosos contingentes que iban llegando desde otras áreas del Mediterráneo oriental. Así, a partir del siglo VIII a.C. comienza a detectarse el establecimiento de grandes poblados asentados en los terrenos más productivos del valle del Guadalquivir, donde Carmona parece convertirse en su núcleo principal.

      Como es lógico, los mayores problemas surgen a la hora de intentar detectar los poblados asociados a la explotación ganadera, donde Setefilla, en Lora del Río, se erige como el único ejemplo a partir del cual podemos interpretar este tipo de sociedad por lo general nómada y socialmente muy jerarquizada, como nos han legado las necrópolis bajo túmulo documentadas en este vasto yacimiento, donde es muy significativo cómo los rituales indígenas se combinan con los ajuares fenicios. La multiplicación de los asentamientos destinados a las actividades agrícolas propiciaron la estabulación ganadera, lo que supuso un sensible aumento de la productividad y la introducción de nuevas especies hasta ese momento menos valoradas o incluso desconocidas, como es el caso de la gallina. Aunque los análisis de fauna son todavía escasos en los poblados tartésicos excavados, se detecta un fuerte aumento de la explotación de cabras y ovejas en detrimento de los bóvidos, predominantes en la dieta de la época anterior y destinados ahora a las tareas agrícolas, aunque pronto serían sustituidos por los burros, que contribuyeron también de forma determinante en el desarrollo del transporte de mercancías. Cabe destacar también el aumento del empleo del cerdo en la alimentación en un momento en el que cabría pensar en el retroceso de su consumo por influencia de poblaciones de origen semita, lo que incide una vez más en la participación de las diferentes identidades a la hora de configurar una nueva cultura; así, los rituales documentados en el último edificio Montemolín son un claro ejemplo de ello.

      Por último, una consecuencia directa de la multiplicación de los asentamientos destinados a la explotación agrícola de las fértiles tierras de la vega del Guadalquivir fue el cultivo intensivo de especies hasta ese momento desconocidas o explotadas de forma marginal, lo que sin duda contribuyó en la mejora de la dieta alimenticia de los habitantes de Tarteso. A este respecto, cabe reseñar un aumento del cultivo de leguminosas, la introducción de nuevas variedades de cereales y frutales y una intensificación de los productos hortícolas; aunque quizá el mayor desarrollo económico vino de la mano de la introducción de la vid y el olivo, que se extendió rápidamente por todo el sudoeste peninsular y que ha marcado, hasta nuestros días, la economía agrícola de todo este paisaje. La única evidencia acerca de la explotación de la vid en este territorio desde fechas tan antiguas ha sido detectada en Huelva, concretamente en las excavaciones arqueológicas del Seminario, donde según sus excavadores, parece haberse documentado un paleosuelo testigo del desarrollo de dicha actividad.

      La implicación directa de población fenicia en la economía agrícola de Tarteso viene avalada por la introducción e intensificación de los nuevos cultivos, la importación y cría de nuevas especies de ganado pero, sobre todo, por la implantación de nuevas tecnologías para la producción agropecuaria. Esto ha empujado a algunos investigadores a considerar que la causa de la colonización fenicia del valle del Guadalquivir pudo haber sido, precisamente, la disponibilidad de tierras fértiles apenas ocupadas por los indígenas, quienes se sumarían posteriormente a su explotación a tenor de los beneficios que pudo producir en un momento en el que la demanda de alimentos era intensa en todo el Mediterráneo oriental, sumido en una inestabilidad política profunda que seguramente incidió en la emigración de parte de su población hacia las nuevas colonias fenicias de Occidente. No obstante, los ajuares documentados en las numerosas necrópolis del valle del Guadalquivir demuestran que la colonización del campo no estuvo de forma exclusiva en manos de los fenicios, sino que existió una intensa participación de contingentes indígenas que influyeron decididamente en la configuración cultural de Tarteso. Es más, es precisamente en el valle del Guadalquivir donde mejor se perfila la cultura tartésica gracias a la participación fenicia e indígena; sin embargo, en zonas como Cádiz se aprecia con claridad cómo la huella fenicia es más patente; mientras que en Huelva se observa una preponderancia indígena, por lo que el grado de aculturación es algo diferente en sendas zonas. Además, es precisamente la zona del Bajo Guadalquivir la que va a encabezar la verdadera revolución cultural y económica de Tarteso, tanto por su localización geográfica entre Huelva, Cádiz y los territorios del interior, como por presentar una economía diversificada, basada en la explotación agropecuaria y la comercialización del metal y la pesca, convertida en otro foco de inversión económica gracias a la captura del atún y al inicio de su distribución comercial por buena parte del Mediterráneo.

      Como hemos visto, el auge de Tarteso se ha explicado abogando a la riqueza de los metales que guardaba, principalmente la plata, pero también el oro y el estaño. Aunque no cabe duda de que esa sería una de las causas principales que empujaron a los fenicios a llevar a cabo la colonización de la península Ibérica, es lógico también pensar que, una vez consolidada la colonización, los fenicios se vieran obligados a diversificar su economía para evitar los riesgos de una producción basada en un único producto. Así, cobra especial relevancia la explotación de la sal marina, pues debió suponer un incentivo de gran importancia para fomentar el comercio con el interior peninsular y activar así nuevas vías de intercambio. La producción y comercialización de sal marina debieron suponer una revolución dentro de los mecanismos de intercambio con los centros del interior, donde se concentraban precisamente los metales

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