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muy condicionados, como ya se ha aludido anteriormente, por la hipótesis que Gavala defendió en los años veinte del pasado siglo y que han servido de base argumental para descartar el poblamiento de esta zona por la ocupación del denominado Golfo Tartésico. Sin embargo, en los últimos años la investigación sobre la dinámica costera en el Holoceno ha avanzado sensiblemente, lo que ha permitido rectificar esta hipótesis al detectarse episodios de gran importancia, entre los que destacan los movimientos sísmicos y tsunamis que afectaron en diferentes épocas históricas al sur del litoral atlántico. La evolución del nivel del mar, la aportación de aluviones, la colmatación de las desembocaduras de los ríos y de la propia ensenada hoy ocupada por la marisma de Doñana, así como la formación de las flechas litorales, se encargaron de dibujar el actual paisaje. Por lo tanto, el paisaje que encontraron los fenicios en el sur peninsular fue sensiblemente diferente al que hoy contemplamos, lo que ha podido causar contradicciones entre las descripciones geográficas que nos legaron los autores clásicos y las interpretaciones modernas. Además, en medio siglo se ha pasado de buscar una ciudad legendaria siguiendo esos textos antiguos, a escrutar todo un territorio donde situar los poblados indígenas y las colonias fenicias. Una tarea que aún tiene mucho recorrido, pero que sólo con una visión arqueológica del problema y una interpretación sosegada de las fuentes podemos ir dilucidando.

      Como hemos visto en el apartado anterior, cuando los fenicios llegaron a la península Ibérica ocuparon puntos de la costa meridional cuyos intereses obedecían a diferentes causas; así, las factorías del litoral sudoriental mediterráneo, fundamentalmente el sur de Granada y Málaga, respondieron a intereses económicos que compartieron con los indígenas de la zona, bien establecidos y organizados desde la Edad del Bronce; mientras, en la zona más occidental, al otro lado del estrecho de Gibraltar, los fenicios se encontraron con zonas más despobladas que aprovecharon para llevar a cabo una colonización intensa. De ese modo, distinguiremos tres regiones a la hora de definir los territorios que configuran Tarteso, atendiendo para ello a la distancia de estas con respecto a los nuevos enclaves coloniales fenicios, pues es esta distancia la que marca el grado de influencia o hibridación entre la población fenicia y la sociedad indígena. Así, trataremos las regiones que comprenden el área en torno a Cádiz, Huelva y el interior del Guadalquivir, mientras que dejaremos para el último apartado del capítulo al valle medio del Guadiana, considerado tradicionalmente como la periferia geográfica de Tarteso, pero cuyo estudio debemos abordar de forma independiente en atención a la fuerte personalidad que presenta su territorio.

      A pesar de los trabajos efectuados en las campiñas gaditanas en los últimos años, no son especialmente abundantes los datos acerca del poblamiento tartésico en este territorio, donde apenas contamos con los resultados de las excavaciones realizadas en la necrópolis de las Cumbres y los datos siempre escasos del importante asentamiento de Mesas de Asta, sin duda uno de los centros más importantes de este periodo. La necrópolis de las Cumbres se localiza al norte del yacimiento fenicio del Castillo de Doña Blanca y está compuesta por varias decenas de túmulos, aunque sólo uno de ellos, el Túmulo I, ha sido objeto de excavaciones. Los trabajos sacaron a la luz un total de 62 enterramientos fechados a lo largo del siglo VIII a.C., organizados según criterios de jerarquía y parentesco, y constituidos en torno a un ustrinum que ocupa la parte central del túmulo. Todos los enterramientos documentados son cremaciones depositadas en urna, las más antiguas de tipo à chardon, en vasos de tipología fenicia o en las denominadas urnas tipo «Cruz del Negro»; pero también en pequeñas oquedades en el suelo que, posteriormente, fueron tapadas mediante un encanchado. Los ajuares están compuestos por las pertenencias del difunto, entre los que se documentan broches de cinturón, cuchillos de hierro o fíbulas de doble resorte junto a cerámicas de tradición fenicia y producciones locales fabricadas a mano, así como quemaperfumes o vasos de alabastro.

      El yacimiento de Mesas de Asta se localiza próximo al estuario del río Guadalete, en la margen izquierda del que pudo muy bien ser el antiguo Golfo Tartésico. Fue objeto de excavaciones arqueológicas en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, sin embargo, son muy escasos los datos acerca del hábitat que caracteriza a este enclave, pues desde las mencionadas labores arqueológicas no se han vuelto a efectuar tareas de documentación en el mismo, a excepción de unos trabajos de prospección efectuados en los años noventa gracias a los cuales fue parcialmente probada su necrópolis. La importancia estratégica de este enclave es evidente, tanto por su ubicación geográfica, que le permite controlar la actividad costera y la desarrollada en las tierras del interior, como por la importancia de los restos materiales recuperados, entre los que cabe citar las cerámicas de tradición local, pintadas tipo Carambolo o bruñidas; pero también productos fenicios como la cerámica de barniz rojo, las ánforas R1, los cuencos pintados a bandas o los quemaperfumes, a los que podemos añadir las tradicionales urnas tipo Cruz del Negro, algunos fragmentos de pithoi o diversos objetos de marfil sin decorar.

      Por su parte, Huelva parece responder a un espacio independiente y de enorme significado para entender la formación y desarrollo de la cultura tartésica. No cabe duda de que el hallazgo del depósito de la ría de Huelva ya le confiere al sitio una gran relevancia como posible centro de intercambio comercial entre el Atlántico y el Mediterráneo durante el Bronce Final, lo que sin duda atrajo el temprano interés de los fenicios por la zona, donde no debemos olvidar que se han encontrado los restos fenicios más antiguos de la peninsular hasta el momento.

      Localizada junto a la desembocadura de los río Tinto y Odiel, frente a un amplio golfo en el que se hallaba la isla de Saltés, la topografía de la ciudad de Huelva se caracteriza por su articulación en torno a una serie de «cabezos» o cerros testigos donde se han excavado las necrópolis más conocidas, pero también se ha documentado parte de su hábitat en el denominado Cabezo de San Pedro. Las excavaciones efectuadas en este último han dejado entrever la existencia de una ocupación anterior a la llegada del elemento fenicio que se deja sentir a partir de la primera mitad del siglo VIII a.C. gracias a la presencia de materiales fenicios y la aparición de un muro construido con una técnica fenicia en la ladera occidental del cabezo a modo de aterrazamiento para salvar la inestabilidad de la elevación. Poco es lo que se sabe de la organización indígena de este enclave anterior a la presencia fenicia, pues no es mucho lo que se ha excavado en el cabezo, así como por las alteraciones antrópicas que la elevación ha sufrido con el paso de los años. En cuanto a sus necrópolis, son varias las conocidas, aunque sin duda la más representativa es la de La Joya, a la que dedicamos un apartado en el epígrafe correspondiente con el mundo funerario.

      La riqueza de Huelva, transmitida principalmente por la majestuosidad de sus necrópolis, le viene dada por el papel que juega en el control de la explotación metalúrgica, concretamente en lo que a la explotación de la plata se refiere, hecho por el cual debía poseer un intenso control sobre la zona portuaria donde se efectuarían los intercambios. Prueba de ello son los restos arqueológicos documentados en las excavaciones de la zona baja de la ciudad, donde se han documentado áreas de viviendas, almacenes y santuarios que nos hablan en favor de la existencia, en este enclave, de un importante emporio visitado por diferentes poblaciones llegadas de diversos puntos del Mediterráneo (fig. 14).

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      Fig. 14. Plano de Huelva de 1875. Archivo del Museo de Huelva.

      Por consiguiente, Huelva ofrece los ingredientes necesarios para asumir la compleja organización que requerían los fenicios para su expansión comercial; y precisamente por ello, sería aquí donde la interacción y la hibridación entre ambas comunidades, oriental e indígena, sería más equitativa. En este contexto, Huelva puede entenderse como uno de los centros tartésicos de mayor importancia, donde sus jefaturas se encargarían del control tanto de la explotación de las minas como del desplazamiento del metal hasta el puerto de la ciudad, donde los fenicios esperarían para llevar a cabo las diversas transacciones bajo la protección de la divinidad, por las que las elites locales recibirían todo tipo de objetos de prestigio y productos de lujo.

      Dentro del territorio controlado por Huelva y en estrecha relación con la explotación de los recursos mineros de la zona, como se verá en el epígrafe correspondiente a la economía tartésica, destacan los asentamientos de Niebla, San Bartolomé de Almonte y Tejada la Vieja, que durante

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