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del 50 por 100 de las estelas conocidas; una extensa área de enorme interés geográfico que domina el eje de comunicación sur-norte (Guadalquivir-Guadiana-Tajo) que tanta repercusión tuvo en el inicio del periodo tartésico y que justificaría la aparición de los primeros yacimientos tartésicos de la periferia, donde destaca especialmente Medellín, pero también otros sitios que jalonan tanto el Guadiana como el curso medio del Tajo. Estas estelas ya incorporan la figura del guerrero con las armas y los objetos de adorno que las caracterizan, mientras que pierde protagonismo el escudo, un auténtico símbolo gentilicio de las comunidades representadas en las estelas más antiguas, en favor de nuevos elementos de clara raigambre mediterránea que proceden del comercio cada vez más intenso con el foco tartésico. Además, la aparición de estelas con figuras femeninas o diademadas, ya sea de forma individualizada o compartiendo escena con el guerrero, la introducción de los cascos de cuernos en las estelas más meridionales, la atención a los objetos de claro significado económico como los ponderales o la profusión de escenas de caza o de rituales funerarios, suponen un giro revelador en el simbolismo de las estelas, ya muy alejadas de su significado e incluso de su función original.

      Las primeras estelas, en forma de losa, debieron surgir en torno al siglo X a.C., manteniéndose su composición básica y su distribución geográfica por el interior de Portugal y norte de Extremadura hasta al menos el siglo VIII a.C. aproximadamente. Tras la colonización fenicia y el impacto que supuso para las estructuras socioeconómicas del sudoeste, las estelas alteraron significativamente su composición escénica, primero introduciendo la figura del guerrero, que se convierte en el protagonista absoluto de la composición decorativa, y, paulatinamente, añadiendo elementos exógenos de gran valor simbólico y de prestigio social para las jefaturas de estos territorios periféricos, quienes jugarían un papel primordial en la colonización fenicia como parece avalar la distribución geográfica de las estelas que, en los últimos momentos de su existencia, hacia mediados del siglo VII a.C., se hacen presentes en el mismo valle del Guadalquivir, cuando se las puede denominar como tartésicas. No obstante, como se apuntaba anteriormente, es posible que el fenómeno continúe de forma puntual en algunas zonas del interior, tal vez incluso hasta mediados del siglo VI a.C., momento que coincidiría con la aparición de las estelas con inscripción que, a su vez, marcan el final del periodo tartésico (fig. 5).

      III. La llegada de los fenicios a la península Ibérica

      Por lo general, Tarteso se ha entendido como una cultura indígena influida y transformada por la presencia de los fenicios, quienes inmediatamente crearían una corriente orientalizante en las formas de vida de las comunidades que habitaban el sudoeste peninsular. Estos indígenas del sur peninsular estaban imbuidos por la cultura atlántica, lo que significa que con la llegada de los fenicios el choque de mentalidades debió ser drástico, pues se enfrentaban dos concepciones del mundo muy diferentes. No hay duda de que la aventura iniciada por los fenicios tenía un alto componente económico, pero ¿qué les impulsó a recorrer todo el Mediterráneo para no sólo abastecerse de los productos de los que eran deficitarios, sino para instalarse en colonias que suponía, a la larga, desconectarse de sus lugares de origen? El establecimiento en tierras tan alejadas física y culturalmente de sus metrópolis obedeció también a componentes políticos y sociales que de otro modo no entenderíamos; como tampoco comprenderíamos la rápida adaptación de los fenicios al medio, la decisiva implicación en la dinámica indígena o la hibridación que se produjo con los indígenas en un corto espacio de tiempo y que, a la postre, configuró Tarteso. Debemos reparar pues, y aunque sea brevemente, en cuál era el panorama del Próximo Oriente antes de la colonización fenicia y cuáles fueron las causas que la propiciaron.

      Una vez finalizada la Guerra de Troya, hacia el 1200 a.C., se produjeron profundas modificaciones en buena parte del Próximo Oriente, sobre todo en el levante, que repercutieron en todo el Mediterráneo. Mientras los dorios propiciaban la caída de Micenas y acababan con su dominio comercial, los continuos y contundentes ataques de los Pueblos del Mar lograron terminar con el poderoso Imperio hitita y destruir Ugarit, la ciudad-estado más importante del Mediterráneo oriental. A pesar de ello, las otras ciudades de la franja levantina, la denominada franja siriopalestina y conocida por los griegos como Fenicia, parece que resistieron la invasión o al menos no fueron objetivo de los conquistadores, probablemente por hallarse bajo la protección del poderoso Imperio asirio, lo que sin duda debió persuadir a los conquistadores. Algunos de estos Pueblos del Mar optaron por asentarse en la franja conquistada, como los arameos, otros prosiguieron sus razias hasta hacer tambalear el Imperio egipcio, aunque finalmente fueron rechazados, propiciando su dispersión por buena parte del Mediterráneo. Es el inicio de lo que conocemos como Época Oscura, una etapa de más de trescientos años que aún resulta complicado reconstruir históricamente. Así, no será hasta los inicios del siglo IX a.C. cuando volvamos a tener noticias fehacientes de la zona gracias a la documentación que conocemos del reinado de Asurbanipal II, por lo tanto, en los momentos previos a la colonización fenicia del Mediterráneo. Pero también disponemos de noticias a través de la Biblia, fechadas hacia mediados del siglo X, donde se nos habla de Hiram I de Tiro y de su contemporáneo el rey Salomón de Israel, quienes parece que compartieron intereses comerciales; el primero aportando mano de obra y madera de cedro procedente de los famosos bosques del Líbano para la construcción del templo de Jerusalén, mientras que los israelíes se ocuparían de abastecer de cereales a los tirios. Los fenicios, que seguían bajo la tutela de los asirios, tenían necesidad de acrecentar sus transacciones comerciales con otros reinos de la zona para aumentar sus beneficios para así contribuir a las arcas asirias, necesitadas de ingentes fondos para construir sus nuevas y opulentas ciudades, mantener la maquinaria de guerra y salvaguardar así su propia soberanía.

      Cada ciudad fenicia era independiente, lo que favorecía su control por parte de los asirios, y aunque compartían una misma lengua y una estructura política similar, las ciudades fenicias tenían sus propios dioses y explotaban sus correspondientes rutas comerciales. Y en este sentido, fue Tiro la que desplegó una política sistemática de fundaciones de colonias por el Mediterráneo aprovechando el vacío que habían dejado Micenas y Ugarit. Por ello, es posible que Tiro se beneficiara de las rutas ya trazadas por los micénicos, que abarcaban al menos todo el Mediterráneo central, y que los fenicios fueron consolidando y ampliando a partir del siglo IX a.C. (fig. 6).

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      Fig. 6. El Mediterráneo en tiempos de la colonización fenicia.

      Por lo tanto, la apertura de rutas comerciales de la mano de los fenicios comenzó hacia el siglo X a.C., primero hacia los puertos del mar Rojo e, inmediatamente después, hacia Chipre, Creta, Rodas y Eubea, donde algunos investigadores creen que surgió el alfabeto griego bajo la influencia del fenicio. Pero estas rutas comerciales nunca estuvieron orientadas a la colonización de los lugares visitados, una circunstancia que sólo se produjo años más tarde, hacia mediados del siglo IX, en la propia Chipre, siendo Kitión el primer emplazamiento que se considera como una auténtica colonia fenicia, en concreto de origen tirio, gracias al interés que despertaría tanto la abundancia de cobre de la isla como su posición estratégica en el Mediterráneo, una puerta ineludible hacia las islas del Mediterráneo central. Quizá, aunque es un tema de debate intenso, esta sea la justificación de la temprana presencia de los objetos chipriotas aparecidos en la península Ibérica, que no serían sino una consecuencia de los tanteos comerciales fenicios en nuestra península a través del interior. Sea como fuere, lo cierto es que a finales del siglo IX los fenicios se instalaron en Nora, al sudeste de Cerdeña, para poco después fundar la que sería su colonia más importante, Sulci. Pero probablemente anteriores son las fundaciones coloniales fenicias del Extremo Occidente, donde destacan especialmente Útica, Cartago y Gadir, gracias, en gran medida, a la navegación de cabotaje por el norte de África, más fácil que atravesar el Mediterráneo hasta recalar en los puertos del Mediterráneo central, donde hasta mediados del siglo VIII no se documentan colonias significativas como Mothia, en Sicilia, o Malta. Una vez consolidadas las colonias del Mediterráneo occidental, hacia principios del siglo VIII a.C., los fenicios afianzaron su presencia colonial al otro lado del estrecho de Gibraltar, aunque hoy sabemos que ya mantuvieron intensos contactos previos con esas zonas, fundando así Mogador, en Marruecos u Olissipo en la actual Lisboa. Reseñar en este

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