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que ese cambio climático, y no sabemos si algún otro tipo de catástrofe natural que pudo afectar directamente al valle del Guadalquivir como se está investigando en los últimos años, supuso el desplazamiento y la ocupación de las tierras más septentrionales y cercanas a la vertiente atlántica, donde surge el denominado Bronce Final Atlántico, un periodo de gran actividad económica como ya se ha aludido. Se da además la circunstancia de que los elementos más sobresalientes del Bronce Final son comunes al ámbito atlántico, caso de las armas de bronce, los oros o las estelas de guerrero, por poner los ejemplos más conocidos, elementos que, paradójicamente, son testimoniales en el valle del Guadalquivir durante el Bronce Final, lo que indica que el eje de la actividad comercial se había trasladado hacia las tierras del interior, donde surgen yacimientos de gran interés en los que ya se documentan objetos de importación procedentes del Mediterráneo. Además, la economía pecuaria predominante facilitó la movilidad de la población y, por consiguiente, el intercambio de productos, lo que justificaría la presencia de armas y otros objetos de prestigio de tipo atlántico en la Meseta. Por último, como veremos más adelante, un fenómeno como las estelas de guerrero, exclusivo en los primeros momentos de las zonas del interior de Portugal y del occidente extremeño, va a suponer una prueba más del comercio atlántico hacia el interior peninsular, pues exhiben objetos, principalmente armas, de evidente origen atlántico, como las espadas de lengua de carpa o el propio escudo escotado, todo un símbolo de estas estelas y de las intensas relaciones atlánticas a larga distancia.

      Una economía que se basaba principalmente en la explotación ganadera debió generar una organización social basada en jefaturas que a su vez necesitarían rodearse de un grupo privilegiado a modo de aristocracia guerrera, dentro del ámbito familiar, para defenderse de las razias para robar el ganado, así como para controlar las vías de comunicación, algunas de las cuales vigilarían otros medios de producción de enorme importancia estratégica como la minería, especialmente la del oro y el estaño, este último muy demandado en esos momentos para la elaboración de las armas de bronce, mientras que el oro sería primordial para fomentar los vínculos sociales entre las jefaturas, ya sea como regalo, como tesoro de la comunidad o como dotes para fomentar los matrimonios mixtos.

      En cuanto a los objetos que caracterizan a estas sociedades del Bronce Final, además de los torques, brazaletes y pendientes de oro macizos, o las armas de bronce (fig. 1), destacan especialmente las cerámicas, porque serán la guía para dibujar un territorio culturalmente homogéneo. Así, las cerámicas de la época se caracterizan por estar elaboradas a mano en hornos de cocción reductora, lo que hace que sus superficies sean de color oscuro. Las formas más comunes son los platos, las copas y, especialmente, las cazuelas, muy características de la época. Los acabados de estas cerámicas suelen ser lisos y muy bruñidos para darles un aspecto metálico que en ocasiones alcanzan calidades extraordinarias; destacan especialmente las decoradas con motivos geométricos en forma de red, las denominadas «retículas bruñidas», a veces decoradas por fuera, otras por el interior y, en alguna ocasión, por ambas superficies, lo que ha permitido crear grupos según su distribución geográfica. Otra característica de los conjuntos cerámicos del Bronce Final del sudoeste es la carencia de grandes contenedores para el transporte y el almacenamiento, lo que indica una escasa actividad comercial de productos alimenticios que demostraría la economía de subsistencia que prevalece en esos momentos. Por último, destacar que el mayor número de cerámicas decoradas con motivos geométricos se atestigua a partir de la colonización fenicia, por lo que no se puede descartar que su generalización se deba a un impulso derivado de las nuevas modas introducidas por los comerciantes mediterráneos, aunque este es un tema muy sensible que aún está en proceso de estudio.

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      Fig. 1. Tesoro de Sagrajas (Badajoz), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

      Pero la raquítica documentación que tenemos sobre los poblados y las necrópolis del Bronce Final en el sudoeste no debe llevarnos a pensar en un paisaje desolado y aislado de los circuitos comerciales de la época. Parece que la población se concentró en algunos puntos que, desgraciadamente, están muy poco estudiados, pero sí hay indicios evidentes de población en Huelva, así como en otros puntos del valle del Guadalquivir, algunos de gran interés como Mesas de Asta, Carmona o Setefilla, todos ellos ubicados en sitios altos donde la defensa y el control del territorio son determinantes, pero estrechamente ligados, no obstante, a la explotación pecuaria. También existirían pequeños poblados distribuidos por los valles fluviales dependientes de esos lugares estratégicos ubicados en altura, pero su organización en cabañas redondas o de tendencia oval realizadas con materiales perecederos hace muy difícil detectarlos, destruidos por la intensa y continua labor de los campos en épocas posteriores, por lo que los conjuntos cerámicos son la única guía para detectar su presencia.

      Más complicado aún es reconstruir el rito funerario de estas comunidades, de las que apenas podemos colegir algún dato muy aislado. Esta falta de documentación, que contrasta con los cementerios de cistas de la época anterior o con los túmulos funerarios de la Primera Edad del Hierro, ha disparado las conjeturas sobre el ritual que se llevaría a cabo; además, el desconocimiento que también tenemos de otras zonas de la península no ha ayudado a esclarecer este punto. De haberse practicado de forma sistematizada la inhumación, parece lógico que ya contaríamos con algunos conjuntos funerarios significativos, sin embargo sólo conocemos de forma muy parcial algunos resultados procedentes de la necrópolis de Mesas de Asta, donde se han realizado algunas prospecciones que parecen apuntar en este sentido; otros hallazgos aislados, como las tumbas de Roça do Casal do Meio, en Sesimbra (fig. 2), no ayudan a despejar la incógnita por la peculiaridad de la tumba, más moderna de lo que se pensaba hasta ahora gracias a los recientes análisis radiocarbónicos del conjunto. La idea más generalizada es que ya se practicaría la incineración, si bien, y siempre en función de la ausencia de documentación arqueológica, los restos cremados podrían haberse echado a los ríos, lagos o al mar, en línea con los rituales que más tarde se generalizan en el área atlántica. Pero no falta quienes atribuyen la introducción de la incineración a los fenicios, lo que justificaría la convivencia de ambos ritos en las necrópolis más antiguas de época tartésica.

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      Fig. 2. Tumba de Roça do Casal do Meio (según Spindler, Ferreira y Veiga, 1973).

      Por último, subrayar que a pesar de este panorama algo desolador del Bronce Final, hay indicios de una actividad minera previa a la llegada de los colonizadores mediterráneos, lógica si tenemos en cuenta que la zona de Huelva debió jugar un papel primordial en los intercambios comerciales atlánticos como parece demostrar el impresionante depósito de armas y objetos de adorno de bronce hallado en la ría de Huelva, en concreto en la desembocadura del río Odiel (fig. 3). Por lo tanto, no se trata de otorgar a los fenicios todo el protagonismo del auge económico del sudoeste, sino que su papel fundamental consistió en potenciar las actividades productivas ya existentes, introduciendo los mecanismos y las herramientas más apropiadas para ampliar la explotación minera y agrícola, y, sobre todo, poniendo al servicio de los indígenas una red de distribución comercial que ampliaba sensiblemente su mercado; así, y en poco tiempo, los indígenas vieron las mayores ventajas que reportaba el comercio con el Mediterráneo, volcando toda su actividad hacia el núcleo de Tarteso en detrimento del eje atlántico que, no obstante, jamás abandonó, entre otras cosas porque buena parte de las materias primas que demandaban los fenicios eran originarias de la fachada atlántica peninsular.

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      Fig. 3. Depósito de la ría de Huelva, Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

      Primeros contactos comerciales con el Mediterráneo

      A esta imprecisa fase se la ha venido denominando como «precolonial», un término que sirve para que todos tengamos una referencia cronológica del periodo que queremos abordar, entre los siglos XII y IX a.C., es decir, los tres siglos que anteceden a la colonización fenicia, si bien supone serios problemas interpretativos. En realidad se trata más de unos hallazgos arqueológicos singulares

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