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haber estado supeditados a las constantes reformas que sufren los trazados urbanos de las ciudades modernas; y precisamente por este motivo desconocemos la planta de los palacios y santuarios tartésicos urbanos, cuyos materiales constructivos serían seguramente aprovechados para las reconstrucciones y remodelaciones de las nuevas ciudades que se fueron levantando sucesivamente en núcleos como Huelva, Sevilla o Carmona. Tampoco se tiene constancia de restos de edificios públicos de esa naturaleza en Cádiz o en el Castillo de Doña Blanca, donde habría grandes posibilidades de localizarlos, si bien apenas se ha excavado una pequeña parcela de esta última ciudad.

      La adopción de este nuevo modelo tuvo una inmediata repercusión en los pequeños asentamientos del interior, donde se pasó de la cabaña redonda u ovalada característica del Bronce Final a la adopción de estructuras cuadrangulares que permitían gestionar de mejor manera el espacio al poder adosar unos edificios a otros. A estas obras debemos añadir el trazado y posterior pavimentado de las vías principales en los núcleos urbanos, la construcción de estructuras de desagüe y otras obras de infraestructura imprescindibles para el buen funcionamiento y mantenimiento de los poblados. No obstante, todavía no se han localizado grandes poblados amurallados de esta época en las tierras del interior peninsular, de donde se deduce que, a pesar de la influencia oriental detectada, los modelos de asentamiento siguieron manteniendo una estructura muy similar a la existente con anterioridad.

      El aumento del tráfico marítimo, derivado del aumento de las actividades productivas mencionadas y, por ende, del comercio, trajo aparejada una intensa concentración de mano de obra en las áreas de costa, destinada a la construcción o ampliación de los principales puertos del litoral atlántico. El aumento de la actividad comercial supondría la construcción de nuevos muelles para facilitar las tareas de estibación y de almacenes en los que proteger las mercancías. Del mismo modo, parte de esta mano de obra encargada del funcionamiento de los puertos estaría destinada al mantenimiento de la industria naval, lo que supondría la especialización en trabajos relacionados con el empleo de la madera para la construcción de barcos o del tejido del lino para la fabricación de las velas. Es de suponer que toda esta actividad tendría una amplia repercusión ecológica, como la tala de árboles de los bosques cercanos a los puertos.

      Lo que parece claro es que los enormes beneficios generados por el comercio entre el Atlántico y el Mediterráneo y la introducción de novedades tecnológicas fueron las circunstancias que permitieron una estabilidad social en Tarteso hasta su descomposición en el siglo VI a.C., momento en el que la irrupción del poder cartaginés causó el traslado de la estructura socioeconómica hacia la costa mediterránea peninsular, lo que convirtió a Gadir en una potencia renovada ahora de espaldas al antiguo territorio de Tarteso.

      VI. Las manifestaciones artesanales

      La infructuosa búsqueda de la ciudad de Tarteso a través de los textos clásicos durante la primera mitad del siglo XX, dejó de lado su identificación arqueológica; se daba así la paradoja de que se buscaba con ahínco una ciudad de la que se ignoraban los materiales arqueológicos que la caracterizaban. Fue a partir del hallazgo en 1956 de El Carambolo, identificado en un principio con Tarteso, cuando se asimilaron los objetos allí hallados como prototipos de la cultura material tartésica. A partir de ese momento, comenzaron a encajar otros materiales procedentes del sur peninsular hasta esa fecha poco definidos culturalmente, como los tesoros de oro, los jarros de bronce, algunos tipos de cerámicas decoradas, etc. Por último, como se aludirá más adelante, las necrópolis excavadas por Bonsor en el valle del Guadalquivir entre los años finales del siglo XIX y los iniciales del XX pasaron a representar la manifestación de la muerte en Tarteso, incorporándose así una serie de objetos hasta esa fecha poco definidos. A partir de ese momento comenzaron a elaborarse mapas de dispersión de hallazgos basados en los objetos que se definían ya como tartésicos, si bien la mayor parte de ellos eran descubrimientos producidos fuera de cualquier contexto arqueológico. De esta forma, en los mapas donde se intentaba dibujar la presencia de la cultura tartésica se utilizaban tanto las necrópolis como los fragmentos cerámicos dispersos, lo que distorsionaba gravemente la verdadera dimensión de su cultura. Del mismo modo, también se han utilizado esos materiales para configurar un territorio geográfico para Tarteso, sin discriminar los tipos de objetos, cuando sabemos que la capacidad de penetración de un objeto de lujo es muy superior al de los elementos de uso común, que por otra parte siempre son mucho más indicativos.

      La llegada de los fenicios supuso un avance tecnológico en todos los campos que afectó directamente a las producciones artesanales; a partir de ese momento, la orfebrería, de gran tradición en las tierras del interior durante el Bronce Final, adopta nuevas técnicas de elaboración y decorativas (fig. 20). También se incorporan nuevas técnicas y tipos en la elaboración de los bronces, abandonándose paulatinamente la industria del batido de los vasos de bronce por la del fundido, que permite fabricar vasos mucho más sólidos y sofisticados en su decoración; en este sentido, es muy relevante la introducción del jarro de bronce, uno de los objetos más característico de esta época junto al denominado «braserillo», un conjunto que se ha venido utilizando hasta hace poco como base tipológica para construir una cronología para Tarteso, lo que no deja de ser un error toda vez que estos conjuntos, y fundamentalmente los «braserillos», se siguieron utilizando en época ibérica. También irrumpe con fuerza la eboraria, el trabajo del marfil, con motivos iconográficos de clara influencia mediterránea; es interesante observar cómo en el caso de Tarteso la técnica decorativa empleada en estas decoraciones es la incisión, mientras que en los marfiles del resto del Mediterráneo predomina la decoración en relieve, una muestra de la originalidad de estos marfiles peninsulares que, no obstante, mantienen los motivos orientales en sus ornamentos.

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      Fig. 20. Bronce Carriazo, Museo Arqueológico de Sevilla.

      El avance más significativo en el ámbito artesanal se produce con la introducción del torno de alfarero, una innovación que va a permitir revolucionar la tipología cerámica indígena al poderse crear nuevas formas con pastas más finas y resistentes, además de potenciar su especialización, hasta ese momento restringida al ámbito doméstico o comunal; pero también incidirá en el desarrollo de hornos más potentes capaces de alcanzar altas temperaturas para elaborar estos nuevos productos de calidad; y por último, repercutirá en el fomento de las redes de intercambio, en muchos casos reconstruidas gracias a los vestigios cerámicos de esta época. No obstante, las comunidades indígenas elaboraban ciertos tipos cerámicos que se resistieron a la innovación tecnológica importada; así, por ejemplo, los objetos cerámicos realizados a mano y relacionados con el culto, resistieron hasta épocas más avanzadas, conviviendo con los nuevos vasos introducidos originariamente por los fenicios, por lo que el cambio no sería tan radical como algunos han propuesto. Otros tipos mantienen su formato original procedente del Bronce Final, si bien ya realizados a torno y con decoraciones más acordes con la nueva iconografía de raíz oriental.

      El cambio que se produce en la cerámica es muy significativo, si bien se siguen manteniendo tipos de la época anterior, incluso realizados a mano, destinados principalmente a las tareas de cocina. Es muy revelador el hecho de que a la vez que se produce la colonización fenicia en el valle del Guadalquivir, hagan su aparición los dos tipos cerámicos más característicos vinculados a la cultura tartésica: los vasos con decoración bruñida y los pintados con decoración geométrica, asociados a las poblaciones indígenas y que progresivamente fueron sustituidos por los elaborados a torno. Pero si el primer tipo parece que tiene su raíz en las producciones indígenas del Bronce Final, la decoración geométrica se relaciona con los gustos del protogeométrico griego que se generalizó durante el siglo VIII a.C. en todo el Mediterráneo y que pudo introducirse en el sur peninsular a través de los primeros contactos fenicios antes de la colonización histórica. Pero las cerámicas tartésicas por excelencia son las grises realizadas a torno, continuadoras en las formas de los tipos que ya se elaboraban durante el Bronce Final y que tienen una amplia presencia en el sudoeste peninsular hasta incluso después de la crisis de Tarteso, por lo que han servido de base para sistematizar los estudios sobre el territorio y las relaciones culturales en esta época, pues están muy presente en la periferia geográfica de Tarteso e incluso en el sureste peninsular.

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