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si pertenecen a colonos agrícolas fenicios o procedentes de otros puntos del Mediterráneo, o bien si son tumbas de indígenas fuertemente influenciados por la cultura oriental. La primera hipótesis, defendida en los años ochenta del pasado siglo por J. Alvar y C. Gonzalez Wagner, cada día tiene más adeptos, máxime cuando, como decíamos, las fechas de la presencia fenicia son cada vez más antiguas. No obstante, a medida que vamos conociendo más y mejor las necrópolis, nos vamos dando cuenta de que es difícil distinguir entre tumbas tartésicas o fenicias, pues en ambos casos comparten materiales y ritos que les son comunes; además, la diversidad de los rituales funerarios en una misma necrópolis es un síntoma inequívoco de la variedad de procedencias y clanes de los allí enterrados. Por todo ello, parece más idóneo catalogar estas necrópolis como tartésicas, al menos a partir del siglo VII a.C., cuando a pesar de la variedad formal de los rituales, se percibe una homogeneidad en los materiales utilizados en los ajuares funerarios.

      Disponemos, en este sentido, de un ejemplo revelador en la necrópolis de Las Cumbres, junto al poblado de Doña Blanca, en el Puerto de Santa María (Cádiz) (fig. 26). La necrópolis es muy significativa por cuanto documenta la existencia de distintas prácticas rituales en el mismo cementerio. Aunque sólo conocemos un círculo funerario dentro de la extensa área dedicada a los muertos, se trata de una de las necrópolis más antiguas atestiguada hasta el momento, donde el rito de la cremación es exclusivo, y donde aparecieron ajuares cuyos materiales también se han documentado en el poblado. Sin embargo, la jerarquización del espacio funerario, así como la variedad de los rituales, parece que nos remite a la existencia de una sociedad mixta que habrá que estudiar con mayor detenimiento cuando se pueda ampliar la excavación de tan magnífico yacimiento. Lo cierto es que gracias al estudio de las necrópolis tartésicas podemos llevar a cabo, o al menos ensayar con ciertas garantías, la organización social de los vivos. En este sentido, la necrópolis que mejores datos nos ha proporcionado es la de Setefilla, en Lora del Río (Sevilla), fechada a partir del siglo VIII a.C. La necrópolis acoge una serie de túmulos cuya estructura es similar al de otras necrópolis tartésicas. En el centro de estos túmulos funerarios aparece excavado el ustrinum donde se depositaba el cadáver antes de ser cremado. Alrededor del ustrinum se abrían pequeñas fosas donde se colocaban las urnas que guardaban los huesos quemados seleccionados y lavados, así como los objetos de adorno que acompañaban al difunto. Junto a la urna se depositaba el ajuar funerario, compuesto tanto por elementos indígenas como por otros de importación mediterránea. Una vez que el espacio funerario se completó, se procedió a taparlo con piedras y tierra hasta formar el túmulo artificial que ha llegado a nosotros, alcanzando algunos hasta los tres metros de altura. En Setefilla se ha documentado una gran variedad de rituales, lo que incide una vez más en la variedad étnica, al menos en origen, de estas poblaciones; así, se han encontrado tumbas de cámara levantadas con mampuestos; fosas excavadas en la roca; tumbas o cistas limitadas por lajas de piedra que guardaban inhumaciones; y, por último, urnas con los restos de las cremaciones que pertenecen a los enterramientos más antiguos, coincidiendo así con la necrópolis de Las Cumbres, donde a pesar de su antigüedad no se ha detectado ninguna inhumación. Llama poderosamente la atención que los ajuares de estas tumbas están compuestos tanto por materiales típicos del Bronce Final indígena como por elementos de origen fenicio, un dato más para apuntalar la idea de la existencia de una sociedad mixta desde momentos muy tempranos de la colonización.

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      Fig. 26. Necrópolis de Las Cumbres, Puerto de Santa María, Cádiz (según Ruiz Mata y Pérez, 1995).

      La necrópolis de Setefilla también nos ha proporcionado valiosos datos sobre la organización social de estas gentes; en concreto a partir del túmulo B de la necrópolis, donde se excavaron un importante número de cremaciones depositadas en urnas y distribuidas en el espacio de una manera jerárquica (fig. 27). Así, los enterramientos con los ajuares más ricos se ubicaban en el centro del túmulo, pertenecientes a hombres adultos, rodeados de otros enterramientos femeninos también con destacados ajuares. A medida que las tumbas se iban alejando del círculo funerario, los ajuares eran más modestos, algunos de ellos pertenecientes a nonatos. Esta jerarquización coincide con la estructura social de estas comunidades de base económica ganadera, consistente en jefaturas familiares que debieron ser preponderantes entre los indígenas antes de la colonización, cuando ya cobra más valor la agricultura y la explotación de los recursos mineros y marinos. Por último, gracias a los análisis realizados en varias tumbas, sabemos que la edad media de los habitantes de Setefilla no rebasaba los treinta años de edad, cuando tan solo tres generaciones después, y en zonas con economías de base agrícola como Medellín, la edad se elevó hasta casi los cuarenta, sin duda debido a la estabilización de los poblados tartesios en torno a la agricultura, la pesca o la explotación de la sal, pero también al consumo de nuevos productos alimenticios introducidos por los fenicios que consiguieron una dieta mucho más rica y variada.

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      Fig. 27. Túmulo B de Setefilla, Lora del Río, Sevilla, (según Aubet, 1978).

      Pero el conjunto funerario más amplio se ha documentado dentro del paisaje eminentemente agrícola de Los Alcores, donde Carmona, en una excelente posición estratégica, se erige como el eje poblacional en torno al cual se organizaron un buen número de túmulos funerarios. La necrópolis más significativa es la de La Cruz del Negro, de la que conocemos más de un centenar de tumbas que nos permite analizar con ciertas garantías sobre la organización social de la zona, pero también sobre sus ritos funerarios. En sintonía con las necrópolis ya mencionadas de Las Cumbres y Setefilla, las tumbas más antiguas de La Cruz del Negro, del siglo VIII a.C., son también de cremación, siendo muy escasas las inhumaciones, ya a partir del siglo VII a.C. y relacionadas con mujeres y niños principalmente. De nuevo el ustrinum rectangular de tamaño humano es la estructura principal de estos túmulos donde se recogían algunos huesos calcinados para depositarlos en urnas cerámicas que se depositaban en huecos realizados en la roca. Las urnas, cuyo tipo característico, junto con las de cerámica gris, es el denominado «Cruz del Negro» por ser en esta necrópolis donde primero se documentaron, se han convertido en un símbolo de la identidad cultural de Tarteso, pues se extienden por todo el ámbito del sudoeste peninsular, pero también por las zonas periféricas de los valles del Tajo y Guadiana e incluso por el Levante peninsular e Ibiza, lo que ha servido para configurar el mapa de dispersión de la cultura tartésica y su capacidad de influencia. No obstante, este tipo de urna también se documenta por buena parte del Mediterráneo central y el norte de África, mientras que son escasas, curiosamente, en contextos puramente fenicios. Pero lo que nos interesa señalar es que la profusión de este tipo de urna coincide con el momento de mayor esplendor de la cultura tartésica, armonizando con la exposición de ajuares repletos de objetos de origen Mediterráneo o de estilo Orientalizante, ya realizados en talleres peninsulares, caso de los marfiles, los broches de cinturón, las fíbulas, la rica orfebrería, los vidrios o los jarros de bronce, por poner los ejemplos más conocidos.

      Por último, recientemente se ha excavado una nueva necrópolis que ha ayudado a entender mejor el significado social y ritual de estos sitios. Se trata de la Angorrilla, en Lora del Río (Sevilla), junto al Guadalquivir, una necrópolis con más de sesenta tumbas cubiertas por un túmulo artificial hoy perdido. Las tumbas más antiguas datan del VIII a.C., pero sin duda lo más llamativo es que ya en esas fechas se practicaba también la inhumación, un hecho prácticamente inédito hasta ahora que nos invita a pensar que se podría tratar de un rito ya practicado con anterioridad por las poblaciones indígenas. Por su parte, la jerarquización del espacio y los rituales llevados a cabo no desentonan con el resto de las necrópolis tartésicas.

      Uno de los focos más importantes de la cultura tartésica es sin duda la ciudad de Huelva, donde no se puede atestiguar de forma fehaciente la existencia de una colonia fenicia, aunque sí la de un importante asentamiento fenicio que estaría relacionado con el intercambio comercial entre el Atlántico y el Mediterráneo, seguramente vinculado a la explotación metalúrgica desde los momentos más antiguos de la colonización como demuestran los objetos recuperados en el solar Méndez Núñez-Plaza de las Monjas de la ciudad. De aquí deriva precisamente

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