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sobre los que se levantan alzados de abobe. Su estructura interna se ordena en torno a un patio enlosado con lajas de pizarra, herencia de los santuarios del Guadalquivir, en torno al cual se organizan el resto de estancias. La habitación principal de los tres santuarios, H-7, funciona como un adyton y se corresponde con un espacio amplio de similares dimensiones que se respeta en las tres construcciones documentadas, en cuyo centro y en el mismo eje vertical se levantaron sendos altares de adobe. El altar del edificio más antiguo, Cancho Roano ‘C’, es circular y está rematado por un triángulo en cuyo centro se localizó un vaso cerámico donde se verterían los líquidos de los sacrificios, una forma que recuerda al Schen egipcio; el del segundo santuario, o Cancho Roano ‘B’, tiene forma de piel de toro extendida y sobre su plataforma se llevaron a cabo rituales de incineración; por último, el altar del último edificio, o Cancho Roano ‘A’, consistía en un gran pilar cuadrangular de abobe enlucido de blanco cuyo remate superior se ha perdido, pero que seguramente se prolongaría hacia un piso superior también desaparecido. Los tres edificios están orientados al este y disponen de una sola entrada flanqueada por dos torres. El santuario se encuentra rodeado por un foso, al menos en los edificios ‘A’ y ‘B’, que aprovecha la vena de agua para alimentarse, la misma que surte a los dos profundos pozos, uno localizado en el centro del patio interior y otro al exterior, en uno de los extremos del foso. Entre el edificio principal y el foso se construyeron una serie de estancias perimetrales, a modo de «capillas», en las que se documentaron interesantes conjuntos de ofrendas junto a los restos de huesos de animales procedentes de los distintos rituales de sacrificio. Junto al material de las estancias perimetrales, en el interior del edificio principal se documentaron interesantes conjuntos de materiales suntuosos y otros relacionados con el culto, entre los que destaca la gran cantidad de cerámica griega o los objetos de origen itálico que demuestran la capacidad comercial del enclave (fig. 31).

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      Fig. 31. Santuarios de Cancho Roano (según Celestino, 2001).

      Quizá uno de los datos más interesantes aportados por Cancho Roano es el de su destrucción intencionada a partir de un ritual en el que debieron participar las comunidades de su entorno. En la ceremonia se sacrificaron unos sesenta animales, principalmente ovejas, vacas y cerdos, cuyos restos fueron arrojados al foso con la cerámica utilizada para su ingesta; aunque lo que llama poderosamente la atención es el sacrificio de dieciséis équidos cuyas cabezas fueron cortadas y depositadas en un extremo del foso. Tras los rituales y la deposición de las ofrendas, el ritual finalizó con la destrucción e incendio del santuario, posteriormente tapado con una gruesa capa de tierra que ha permitido su excepcional conservación hasta nuestros días.

      Cancho Roano fue clasificado por su primer excavador, Maluquer de Motes, como un palacio-santuario, denominación en la que se aunaba tanto la monumentalidad del edificio como su marcado carácter sacro. Al ser el primer edificio excavado de esta naturaleza, se buscó su origen por todo el Mediterráneo, de tal modo que mientras para algunos derivaba de los hilani de la región sirio-palestina, para otros mostraba mayores analogías con los enclaves comerciales griegos o los santuarios etruscos. Sin embargo, el hallazgo de nuevos edificios en el valle del Guadalquivir, caso de Coria del Río, El Carambolo o el ejemplo de Abul en la costa atlántica de Portugal, demostraron que su construcción y funcionalidad derivaba de estos santuarios tartésicos, centros con un importante papel dentro del sistema comercial cuya arquitectura, en origen, es marcadamente mediterránea.

      No existen ya dudas para especular acerca de la funcionalidad de Cancho Roano, al que se le ha otorgado un papel sacro como así lo dejan entrever la aparición de una sucesión de tres altares en la estancia principal del edificio, diferentes materiales relacionados con las actividades cultuales o la abundante presencia de huesos de animales procedentes de los sacrificios. El sitio sirvió de centro de intercambio comercial en un terreno neutral alejado de los grandes centros de poder, aislado en un paisaje de dehesa que le hace pasar completamente desapercibido. De ese modo, las hipótesis que defienden su función palacial apenas se sostienen, pues ni ha sido construido en un núcleo urbano, ni cubre un amplio abanico de servicios ni se conocen ejemplos en los que los bienes de un palacio que iba a ser destruido hayan sido protegidos y ocultados con tal intencionalidad, un acto que sólo puede ir vinculado a un fuerte componente religioso.

      En definitiva, la construcción de los primeros santuarios fenicios en los enclaves coloniales del sur peninsular, cuya finalidad era dar seguridad y ofrecer un lugar de intercambio comercial para los indígenas, abrió paso a la adaptación de estas construcciones al modelo tartésico, momento en el que el santuario ganará una importancia y un protagonismo muy relevante como integrador de ambas sociedades, así como intermediario en las relaciones entre fenicios e indígenas dentro de las transacciones comerciales, una importancia que paulatinamente se irá extendiendo hasta conseguir un papel preponderante y estratégico en el control del territorio colonizado. Así, el santuario se convierte en un elemento fundamental para conocer la formación y el sincretismo de Tarteso, al erigirse como objeto integrador de culturas.

      La crisis del siglo VI a.C. y la configuración de una nueva realidad territorial para Tarteso

      El esplendor de la cultura tartésica llega a su fin hacia finales del siglo VI a.C. Son varias las causas que se atribuyen a este proceso de transformación que dará como resultado el surgimiento de la cultura turdetana en el conocido como núcleo de Tarteso, al coincidir este episodio con acontecimientos de carácter internacional que condicionarían principalmente la economía de Tarteso y, con ello, su evolución cultural. Su final se ha establecido tradicionalmente en el año 535 a.C., coincidiendo con el final de la batalla de Alalia, momento en el que Tarteso desaparece de las fuentes escritas, apareciendo sólo de forma indirecta en algunos textos latinos. Otras de las causas aducidas para justificar su crisis es la que se refiere al cambio de estrategia económica y al exceso de mano de obra que se debió producir en todos los sectores económicos, principalmente en la agricultura y la minería, lo que explicaría el inicio y desarrollo de este proceso que culminaría con el traslado de la población de Tarteso hacia las regiones del interior, principalmente al valle medio del Guadiana, en busca de un lugar más estable y con ricos recursos para explotar. Así, se pasaría de una etapa de esplendor cultural en el núcleo de Tarteso a una fase de decadencia que es perceptible en el registro arqueológico, lo que recuerda al vacío de información que caracteriza al Bronce Final del sudoeste peninsular; no obstante, y aunque es evidente la crisis aguda del sistema que sufrió la zona a partir del siglo VI, tampoco podemos olvidar que en este territorio ocupado en su momento por el núcleo de Tarteso surgió la cultura turdetana, de la que se ocupan en otro capítulo de este volumen.

      Tarteso parece ser una civilización truncada, pues su desarrollo no resulta equiparable a otras regiones del Mediterráneo que despuntan en estos momentos; el dominio cartaginés, la inestabilidad política de la cuenca mediterránea y el cambio de estrategia geopolítica, así como la posibilidad de que se produjese una catástrofe natural, frustraron su definitivo desarrollo. Por todo ello, podemos decir que la cultura tartésica se estancó en su periodo Arcaico, a punto de alcanzar su periodo clásico, un momento de gran desarrollo cultural que, sin embargo, sí está presente en otras culturas del Mediterráneo como la griega o la etrusca.

      Pero la crisis de Tarteso no sólo trajo aparejado el inicio de una etapa de decadencia en su territorio nuclear, sino que al mismo tiempo asistimos al surgimiento de una nueva realidad territorial, independiente de Tarteso, caracterizada por la construcción de grandes edificios que posteriormente quedan ocultos bajo un túmulo de tierra artificial desde los que se ejercería un importante control de las amplias zonas agrícolas que los rodeaban. Este nuevo modelo territorial supondrá la etapa de mayor desarrollo socioeconómico del valle medio del Guadiana, considerado una «periferia» de Tarteso, heredero de las manifestaciones culturales de este, pero de marcada personalidad, pues nos enfrentamos al estudio de un mismo fenómeno dentro de dos regiones completamente distintas, con un sustrato y unas raíces indígenas que plantean amplias diferencias.

      La absorción del excedente de población tartésica incidió positivamente en la extensión de las áreas de explotación agrícola, lo que a su vez quedará reflejado en la aparición de nuevos enclaves tanto en el valle del Tajo como en

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