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las fuentes originales y, en definitiva, a la interpretación propuesta por Schulten.

      Con este autor se cierra simbólicamente un ciclo plurisecular en la historiografía española que estuvo caracterizado, entre otros, por tres aspectos: 1) el recurso casi exclusivo a los textos clásicos –única fuente de autoridad– en la construcción histórica; 2) la creación de un modelo secuencial en el cual los cartagineses sustituirían a los fenicios en la explotación de los recursos hispanos, repoblando las antiguas colonias fenicias e integrándose en el imperio cartaginés. La documentación arqueológica nunca modificó ni contradijo estos planteamientos pues no se disponían aún de recursos metodológicos ni de capacidad crítica; tan sólo pudo ejercer de complemento etnográfico del discurso historicista; 3) la heterogénea herencia clásica se integraría en una concepción sempiterna de España, como estado prístino habitado por naturales ingenuos y desunidos, hecho que favorecería las cíclicas invasiones, de las que la fenicia y la cartaginesa constituyeron dos episodios más en una larga lista de ocupaciones hasta la unión providencial bajo la monarquía unificadora de los Reyes Católicos. Consecuentemente, ni unos ni otros formaron nunca parte del componente racial y cultural español, salvo para el paréntesis ilustrado. Así, en palabras de J. Guichot, autor de fines del siglo XIX, Cartago «fue más extranjera en España que otro alguno de los pueblos que han dominado la península…»; y 4) las aspiraciones imperiales de Alfonso X, la construcción de la Monarquía Hispánica y del Estado moderno, las disputas con otras naciones europeas, la invasión napoleónica o la creación del Estado nacional, eran los contextos que determinaban los guiones de la historia patria, más atenta al presente que a una construcción histórica verosímil del pasado, en la que fenicios y cartagineses cumplieron siempre un papel secundario.

      Fenicios y púnicos en la península Ibérica

      La obra de García y Bellido Fenicios y cartagineses en Occidente, publicada en 1942, supuso un giro significativo en el desarrollo de los estudios, no tanto por el cambio en el discurso histórico, aún sujeto a la rigidez de la lectura literal de los textos clásicos, sino por la autonomía concedida a la documentación arqueológica como fuente de datos económicos, religiosos, demográficos y artísticos. De hecho, realizó un primer y completo corpus de la cultura material fenicio-púnica de Iberia y de Ibiza, ordenando todos los hallazgos registrados hasta la fecha, con estudios innovadores sobre la economía púnica, en particular sobre las salazones de pescado. Liberada del espíritu posromántico de la tradición decimonónica española y de Schulten, la imagen de los cartagineses se deshizo de los prejuicios racistas y del esencialismo y, en cierta manera, se desideologizó. El éxito de esta versión fue considerable y se puede medir por la pervivencia del esquema hasta los años ochenta del siglo XX y su influencia en autores como A. Blanco, J. M. Blázquez y M. Bendala.

      En esta década y en las sucesivas se ha alcanzado la madurez metodológica, tanto en el análisis crítico de los testimonios literarios como en el estudio e interpretación del registro arqueológico, y lógicamente los avances han sido notables en casi todos los campos. Por un lado, los textos grecolatinos se han «desacralizado» como fuentes de autoridad en el sentido de que no se atiende a su literalidad sin una adecuada exégesis. También se han abandonado casi definitivamente los planteamientos de la arqueología filológica que establecían una jerarquía en la calidad de las fuentes de conocimiento, en la que los datos arqueológicos tenían un papel subsidiario, como mera comprobación de lo que apuntaban los textos.

      Por otro lado, el incremento de la actividad arqueológica como consecuencia de los cambios de legislación sobre patrimonio, del traspaso de las competencias a las administraciones autonómicas y, sobre todo, de la expansión urbanística en estas cuatro últimas décadas y de la profesionalización de la actividad arqueológica, han sido factores coadyuvantes en el desarrollo experimentado por la arqueología fenicio-púnica, no sólo cuantitativo sino, sobre todo, cualitativo. Los avances han sido muchos y los iremos desgranando a lo largo de estos capítulos, pero en este apartado introductorio apuntaremos sólo las líneas generales de esta nueva etapa en la investigación.

      Como comentamos antes, el espíritu posromántico en la conceptualizacón de España y de los españoles como sujetos transhistóricos, preexistentes a la propia conformación política de la nación, dentro de una visión étnica –e incluso racial– profundamente esencialista, ha ido perdiendo terreno hasta desaparecer en favor de una noción geográfica –la península Ibérica– como solar donde interactuaron comunidades de diverso origen geográfico y cultural. Por tanto, la consideración de los fenicios como pueblos ajenos al «componente racial hispano» ya no tiene sentido, y, una vez asentados en Iberia, ya no tienen por qué ser considerados colonizadores sino «indígenas», aunque esta dicotomía sigue presente en el subconsciente colectivo. Las ciudades púnicas, pasados los siglos arcaicos de dependencia metropolitana, no eran colonias, ni de Tiro ni de Cartago, sino ciudades-estado independientes, como así fue advertido por los testigos griegos y romanos.

      Por tanto, el protagonismo de Cartago ha ido cediendo espacio al de las comunidades púnicas de Iberia como sujetos de su propia historia, independientemente de que las relaciones con la ciudad norteafricana sigan siendo objeto de polémica y de continuas revisiones. Es más, de acuerdo con las tendencias posmodernas, uno de los temas que más atención ha acaparado recientemente es el de la conciencia étnica de estas poblaciones, de los mecanismos de autorreconocimiento como tales y de su huella en el registro literario y arqueológico, particular sobre el que volveremos más adelante.

      Donde más se han hecho notar los avances en la investigación es en la sistematización del registro arqueológico, aunque hay desi­gualdades notables entre áreas geográficas y yacimientos concretos. Esfuerzos individuales y colectivos han permitido que en la actualidad conozcamos mucho mejor el desarrollo y la evolución de los principales centros, Ebusus, Gadir, Malaca, Carteia, Abdera, Baria y Cartagena, los tradicionales en la nómina de ciudades púnicas, pero quizá el fenómeno más llamativo ha sido la extensión geográfica del objeto de estudio a áreas que hace quince o veinte años no se integraban en los límites de la influencia o de la actuación púnica: la costa atlántica de la península, desde el litoral onubense hasta Galicia, y la orilla mediterránea hasta el golfo de León.

      I. Algunas precisiones conceptuales sobre metodología, terminología y cronología

      La consideración de la cultura fenicio-púnica como protohistórica no es del todo correcta por cuanto este concepto engloba a aquellas comunidades ágrafas descritas por testigos ajenos a ellas, o bien a poblaciones con escritura no descifrada aún; en uno y otro caso no dispondríamos de informaciones escritas vernáculas. Sin embargo, la escritura fenicia y sus formas evolucionadas (púnica y neopúnica) son perfectamente legibles, aunque los testimonios, sobre todo los epigráficos, aun siendo abundantes, aportan una información muy limitada. Es conocida, además, la pérdida irrecuperable de fuentes escritas fenicias conservadas en bibliotecas y archivos, o transmitidas por autores de origen fenicio o griegos al servicio de Cartago, como Filino de Agrigento (Polibio I, 14), narrador de los acontecimientos de la Primera Guerra Púnica, Sileno de Calacte, autor de una historia de Cartago (Cicerón, Divinat. Lib. I), o Sósilo de Lacedemonia, profesor de griego e historiógrafo de Aníbal.

      Así, hay referencias textuales de unos Libri Punici (Sal., Bell. Yug., XVII, 7), de una Historia Poenorum (Ps.-Arist., Mir. Ausc. 134) y de una Punica Historia (Serv., in Aen, I, 343), y de ciertos anales púnicos conservados al menos hasta el siglo IV (Avieno, Or. Mar., 414; Agustín de Hipona, Ep. XVII, 2). Las bibliotecas de Cartago debieron sobrevivir a la destrucción de la ciudad en 146 a.C. porque, según Plinio (Nat. XVIII, 22), el Senado romano había regalado los fondos a dinastas africanos, uno de cuyos descendientes, Juba II (ca. 52 a.C.-23 d.C.), aún los pudo consultar.

      Son igualmente numerosos los testimonios directos e indirectos sobre archivos reales y de santuarios, sobre cuerpos de escribas en los templos de las principales ciudades fenicias de oriente y occidente, como tampoco son excepcionales las alusiones a autores de origen fenicio (Sancuniatón de Beritos, Filón de Biblos, Antípatros de Sidón, etc.), y a obras y a escritores de géneros literarios diversos: agronomía (Magón), geografía (en Amiano Marcelino XXII 15, 8; y Solino XXXII 2), filosofía, derecho público e internacional, poesía (Meleagro, Apolonio

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