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área colonizada y habitada por los fenicios desde el siglo IX a.C.

      La frecuentación de las costas ibéricas por navegantes y comerciantes griegos durante los siglos VII y VI a.C. propició la elaboración un mapa geográfico y étnico de Iberia muy esquemático, fijado hacia 500 a.C. en la obra Descripción de la Tierra de Hecateo de Mileto (fig. 1). De esta periégesis han quedado algunos vestigios en obras tardías que pueden dar una idea aproximada de cuál era la imagen del Extremo Occidente al final de la época arcaica. Paradójicamente en ella no hay alusiones a fenicios, pero sí a pueblos y ciudades del litoral meridional y oriental de Iberia: tartesios, elbestios, mastienos e íberos. Este es el esquema étnico que perduró hasta la conquista romana, aunque quedaron huellas de él en obras tardías, como la Ora Maritima de Avieno (siglo IV d.C.). En el siguiente esquema sintetizamos esta información:

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      Fig. 1. Mapa de Hecateo de Mileto (ca. 500 a.C.) y reconstrucción etnogeográfica del litoral meridional de la península Ibérica.

      ¿Cuál es el criterio seguido en estas clasificaciones étnicas? Extraña sin duda la ausencia de los fenicios, sobre todo si nos cercioramos por la documentación arqueológica de que samios y foceos habían frecuentado los activos puertos fenicios del Extremo Occidente y conocían su realidad étnica. La explicación a este enigma podría estar en que, en la elaboración de esta etnografía sintética, no intervinieron criterios de clasificación antropológicos y culturales sino geográficos, de manera que los habitantes de esos parajes serían agrupados según el topónimo de la región donde residían, ya fuera este de origen autóctono (Tarteso, Mastia), o un préstamo procedente de otra parte de la ecúmene (Iberia).

      El criterio seguido fue, por tanto, el habitual entre los marinos y comerciantes que divisaban, describían y sectorizaban la costa teniendo en cuenta grandes hitos geográficos que permitían identificar el recorrido. Así, el litoral meridional y oriental de la península se compartimentaría de oeste a este en cuatro grandes áreas: la de los cinesios o cinetes (Hdt. II 33; IV 49) –cuyo etnónimo evolucionado (conios, cunetes) Estrabón (III 1, 4) relacionaría etimológicamente siglos después con la forma de cuña de la región–, extendida desde el cabo de san Vicente hasta la desembocadura del río Guadiana; Tarteso, desde este punto hasta las Columnas de Heracles, es decir, el golfo de Cádiz; Mastia, desde el estrecho de Gibraltar hasta un punto indeterminado de la costa levantina (¿cabo de Palos?); e Iberia, hasta el golfo de León.

      Esta división étnica no incumbiría, como hemos comentado, a los aspectos antropológicos y culturales de estas poblaciones, pero es posible valorar otras noticias literarias y el registro arqueológico para indagar sobre el componente étnico de ellas. Otros datos extraídos de la obra de Hecateo informan de ciertas ciudades mastienas cuyos nombres se conservaron hasta época romana y son fácilmente identificables con poblaciones actuales: Sualis-Suel-Fuengirola, Sixo-Sexi-Almuñécar y Menobora-Maenoba-Torre del Mar. En los tres casos se trata de fundaciones fenicias. Por otro lado, algunas tradiciones más tardías identifican Tarteso como uno de los nombres de Gades (entre otros, Sall., Hist. II, 5; Plin., Nat. IV, 120; Avieno, Or. Mar. 85), o con Carteia (Mela II, 96; Plin. III, 8, 17), ambas colonias fenicias de época arcaica, o bien apodan al tartesio Argantonio como gaditano (entre otros, Cic. De sen. XIX 69; Plin. Nat., VII 156). Si contrastamos estos datos con el registro arqueológico, testigo irrefutable de la colonización fenicia desde las costas portuguesas hasta la desembocadura del río Segura (Alicante), nos cercioraremos de que cinetes, tartesios y mastienos tenían un componente étnico fenicio o culturalmente mixto, dependiendo del proceso colonizador, de la región y del contexto (urbano o rural).

      Tras la conquista romana hubo un cambio en la nomenclatura de los pueblos del litoral meridional de Hispania: conios o cunetes, turdetanos-túrdulos y bástulos, aunque sería más acertado hablar de evolución si valoramos las hipótesis que establecen un cambio fonético o de trascripción de los mismos etnónimos: de cinetes a cunetes, de tartesios a turdetanos y túrdulos, de mastienos a bástulos. En el caso de estos últimos no hay duda de que ambos constituyen un mismo ethnos porque las ciudades ahora bástulas son las que antes eran consideradas mastienas. Pero observamos una novedad en esta fase: hubo una identificación de los bástulos con las poblaciones fenicio-púnicas, como queda patente en la aparición de étnicos mixtos como blastofenicios (App. Iber. 6) o bástulo-púnicos (Marcian. II 9), o la asimilación expresa de Ptolomeo (II 4, 6) entre bástulos y púnicos. En el cuadro siguiente sintetizamos la etnonimia posterior a la conquista romana:

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      Los bástulos, sin embargo, no eran únicamente oriundos de la antigua región mastiena, ya que compartían con los túrdulos la habitación de la costa occidental de la Bética, la antigua Tarteso (Mela, Chor. II 3; Plin., Nat. III 8). Es más, en la nueva ordenación provincial romana, los bástulos no dispusieron de un territorio étnico administrativamente reconocido sino que se integraron en su mayor parte en Turdetania, en la provincia Ulterior y, tras la reorganización de Augusto, en la Bética y en el conuentus gaditano, aunque otro sector, el más oriental, quedó adscrito a la Citerior, y posteriormente a la provincia Tarraconense.

      No obstante, los autores de época tardohelenística eran plenamente conscientes del peso demográfico y cultural de los fenicios en la configuración étnica de Turdetania-Bética, si atendemos a la cita de Estrabón (III 2, 13) referente a que los habitantes de Iberia «llegaron a estar tan sometidos a los fenicios que la mayor parte de Turdetania y de las regiones vecinas se hallan en la actualidad habitadas por aquellos». Esta es la conclusión a la que llegó el geógrafo de Amasía después de consultar fuentes autópticas (Polibio, Posidonio, Artemidoro) de mediados del siglo II y principios del I a.C., en un momento en el que se estaba produciendo una revalorización de «lo fenicio» en todo el Mediterráneo, y en concreto en Hispania, como un antecedente civilizado de la «romanización».

      La etnonimia del área meridional de Iberia-Hispania es, por tanto, como un palimpsesto donde se pueden advertir estratificadas las fases y los criterios de asignación de étnicos (siempre externos a las poblaciones descritas) a lo largo de más de quinientos años. Cinetes, tartesios y mastienos recibieron sus respectivos etnónimos de las regiones que habitaban, aunque todos compartían en diverso grado un componente étnico y cultural fenicio. Tras la conquista romana, el criterio geográfico dejó paso al étnico, identificándose bástulos con fenicio-púnicos, a la vez que se elaboraba una genealogía y, en cierta manera, una apología de la colonización fenicia de Iberia. Fue entonces, y no antes, cuando los términos «fenicio» y «púnico», casi siempre sinónimos, empezaron a ser usados asiduamente, conscientes de la trascendencia de la colonización fenicia en la historia y en la configuración étnica de las poblaciones meridionales de Hispania.

      En la Antigüedad Tardía (siglos IV-V d.C.) se produciría un fenómeno paradójico, atribuible a la capacidad retroalimentadora de la literatura grecolatina: Avieno resucitaba la clasificación étnica más arcaica, creada novecientos años antes de su época, al mismo tiempo que Marciano de Heraclea, consultando a Ptolomeo, rescribía un periplo, ya anacrónico, en el que se exponía la etnonimia de época tardohelenística.

      Los libiofenicios

      En este sintético esquema étnico hay, sin embargo, una anomalía: la comparecencia de libiofenicios, introducidos en el mapa paleoetnológico por dos autores de época romana, Pseudo-Escimno y Avieno, cuya trascendencia en la historiografía española ha sido inversamente proporcional a la calidad y fiabilidad como fuentes de conocimiento para la descripción étnica de Iberia. El problema de origen reside, como veremos, en la identificación desde el siglo XIX de estos libiofenicios con determinadas cecas neopúnicas del sur de Iberia y, por otro lado, en una lectura exenta de exégesis de estos testimonios literarios. Una y otra han propiciado interpretaciones tan dispares como las que conciben a estos libiofenicios como colonos de Cartago establecidos en el litoral mediterráneo andaluz desde fines del siglo VI a.C. para repoblar los antiguos asentamientos fenicios, explotar las riquezas

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