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      Fig. 25. Tesoro de la Aliseda (Cáceres), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

      Otros tesoros más recientes también parecen pertenecer a una ocultación junto a importantes poblados de la época; destacan especialmente los aparecidos nuevamente en tierras alejadas de Tarteso, en concreto en el valle del río Tajo, en Talaverilla (Cáceres), y en Villanueva de la Vera, más al norte aun, junto a la sierra de Gredos, fechados hacia los comienzos del siglo VI a.C. Por último, aludir al conjunto de joyas procedente del santuario de Cancho Roano, ya datado en el siglo V a.C., donde sin embargo aparecen arracadas de oro de tradición indígena junto a objetos decorados con filigrana y granulado; pero lo más llamativo de este conjunto es la existencia de dos arracadas geminadas elaboradas a la cera perdida aparecidas dentro de un vaso de plata que a su vez se hallaba dentro de una vasija cerámica en un hoyo bajo la escalera de acceso a la terraza del edificio, lo que sin duda se corresponde con un depósito de fundación para el que se utilizaron piezas realizadas con una técnica propia del Bronce Final.

      En conclusión, podemos decir que a pesar de que hay una significativa presencia de piezas de origen mediterráneo entre los conjuntos de orfebrería tartésica (como los sellos de El Carambolo, los anillos giratorios de la Aliseda, los estuches para amuletos, etc.), la mayor parte de los objetos de oro y plata ofrecen una gran personalidad formal heredera de la tradición indígena, interpretada y enriquecida ahora con elementos iconográficos de origen oriental. Destaca, en este sentido, la diadema de extremos triangulares de claro origen indígena (como las de la Aliseda, Villanueva de la Vera o Ébora), como se pueden ver en las denominadas estelas femeninas o diademadas del Bronce Final; se trata de producciones exclusivas del ámbito tartésico, si bien ahora incorporan para su elaboración las nuevas técnicas introducidas por los fenicios; unas diademas que, por otra parte, perviven en la Cultura ibérica. También son exclusivas del ámbito tartésico las arracadas fusiformes, aunque ahora se adornan con una crestería donde se insertan motivos genuinamente orientales como las flores de loto, las palmetas o los halcones. Pero tampoco existen analogías formales fuera de la península de los brazaletes de El Carambolo o del magnífico cinturón de la Aliseda, un elemento que también aparece representado en las estelas del Bronce Final y al que, sin embargo, se le incorpora una decoración genuinamente oriental compuesta por grifos, palmetas invertidas y una lucha entre un hombre y un león rampante.

      Por último, y a la luz de la importancia de la orfebrería en la periferia geográfica de Tarteso, de donde proceden un buen número de los tesoros localizados, se podría proponer la existencia de talleres de orfebres en el interior, además de los que sin duda existirían desde los primeros momentos de la colonización en las costas del sur. Estos talleres del entorno del Guadiana y del Tajo seguirían la tradición anterior, pero incorporando las nuevas técnicas introducidas por los fenicios hasta conseguir una orfebrería de gran originalidad que debemos clasificar sin ambages como tartésica.

      VII. Tarteso a través de la muerte

      La mejor documentación sobre Tarteso la encontramos a través del mundo de la muerte, la expresión social que nos sirve para valorar algunos comportamientos culturales, además de ser el mejor vehículo para analizar las manifestaciones artesanales de la época, aunque sin olvidar que se tratan de espacios cerrados vinculados con el poder y que, por lo tanto, en absoluto puede extrapolarse al resto de la población. Los rituales funerarios los conocemos exclusivamente por la arqueología, muy activa en este sentido desde que a finales del siglo XIX Bonsor iniciara sus trabajos en las necrópolis de los Alcores, en el valle del Guadalquivir, aunque el arqueólogo de Carmona nunca las relacionara con la cultura tartésica.

      En contraste con la escasa información que tenemos de los rituales funerarios en el Bronce Final, con la colonización comienzan a detectarse un buen número de necrópolis fenicias en el sur peninsular que han servido para dibujar el mapa de la dispersión de las primeras colonias de origen mediterráneo. El impacto de la colonización fue de tal calibre que consiguió alterar las tradiciones locales, al menos entre las jefaturas y los personajes más destacados de esa sociedad, que incorporaron en sus rituales funerarios nuevas formas de enterramiento a imagen y semejanza de los que llevaban a cabo los fenicios; no obstante, las nuevas necrópolis que surgen a partir del siglo VIII a.C. gozan de una innegable originalidad como consecuencia de la conservación de sus propias tradiciones ancestrales. Por otra parte, y aunque en muchas ocasiones se mantiene el rito de la inhumación, se impone claramente la cremación y el sistema de ofrenda y ajuar de origen mediterráneo, una simbiosis que coincide con el final de las tumbas genuinamente fenicias para dar paso a una nueva expresión del ritual de la muerte que ya podemos definir como tartésico.

      La escasa información que tenemos de las necrópolis fenicias del Levante mediterráneo perjudica el estudio comparativo del fenómeno con la península Ibérica; no obstante, de los datos disponibles de algunos lugares del Líbano e Israel se pueden extraer algunas conclusiones generales sobre el ritual que se llevó a cabo, que, por otra parte, es muy homogéneo. Aunque el rito generalizado es la cremación, también se han detectado algunas inhumaciones en cementerios como el de Achziv, en el norte de Israel. La información más completa procede de las excavaciones que M. E. Aubet realiza en la necrópolis de Tiro, donde parece detectarse un ritual funerario más complejo del que hasta ahora se atribuía a los fenicios. Las necrópolis fenicias se disponen junto al mar, alejadas del centro urbano; las urnas con los restos cremados seleccionados aparecen siempre tapadas generalmente con platos y enterradas en fosas, a veces señalizadas por estelas de piedra, aunque muchas otras pudieron estar igualmente señalizadas mediante estela de madera hoy desaparecidas. Las urnas suelen estar acompañadas de los típicos jarros de anillo junto al cuello, los de boca trilobulada y de los cuencos para beber, una vajilla que es muy común en todas las necrópolis fenicias de esa zona y que transcenderá a las necrópolis más antiguas de sus colonias occidentales.

      La mayor parte de las necrópolis fenicias halladas en la península Ibérica se han localizado también junto al mar, en concreto en la costa sudoriental peninsular, en las provincias de Málaga y Granada, donde parece que comienzan a funcionar a partir del siglo VIII a.C. Los tipos de enterramientos son variados, aunque predominan las cremaciones guardadas en urna enterradas en pozos; si bien los más destacados son los que se disponen en cámaras o hipogeos como en la necrópolis de Trayamar. Suelen ser pequeñas concentraciones dispersas, de no más de veinte tumbas, que parecen responder a espacios familiares, mientras que los hipogeos funcionarían como verdaderos panteones de determinadas familias de colonos. A partir del siglo VII, buena parte de las cremaciones fueron depositadas en vasos de alabastro importados de Egipto, lo que da una idea de la fluidez de las relaciones comerciales de los fe­nicios de Occidente con el resto del Mediterráneo. También los ajuares de estas tumbas son muy homogéneos, destacando, además de las urnas de alabastro, los platos y los jarros de boca de seta o de bo­ca trilobulada de barniz rojo, pero también son comunes las ánforas de saco, los pithoi, los cuencos y determinadas joyas. A partir del siglo VII, la tipología de estas necrópolis varía sensiblemente como consecuencia de la incorporación de las comunidades indígenas, lo que dio lugar a rituales más complejos que terminarán por definir el ritual tartésico de la muerte. Además, las peculiaridades que presentan las diferentes necrópolis tartésicas, y a pesar de que compartan rasgos comunes en el ritual y en los materiales depositados en ellas, nos permiten delimitar territorios, pues los ritos funerarios son también uno de los mejores marcadores de la identidad de una comunidad.

      La primera dificultad para realizar un análisis de la evolución del ritual funerario en Tarteso la encontramos, precisamente, en su origen. No son pocos los que defienden que el rito de la cremación, el más extendido en Tarteso, proviene de los Campos de Urnas del nordeste peninsular; mientras que otros defienden su introducción y rápida aceptación gracias a la colonización fenicia. Sin embargo, y a tenor de la rapidez con la que se extendió el rito por todo el sur peninsular a partir del siglo VIII a.C., y ante la ausencia de inhumaciones que se puedan datar con anterioridad a este siglo en el sudoeste, parece que la irrupción de la cremación, o al menos su generalización, se debió a los fenicios, que no sólo introducirían una nueva forma de tratar el cadáver, sino todo el ritual que lo acompañaba. La

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