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aparecer en la cafetería, después de dos días sin saber nada de él, fue una sorpresa de esas que hacen que te tiemblen las piernas.

      Mi orgullo se había sentido un poco magullado por no haber tenido noticias suyas después de reconocer que había querido besarme. Cada vez que pensaba en sus palabras notaba un cosquilleo en los labios y se me dibujaba una sonrisa involuntaria. Pero luego me lo imaginaba diciéndole eso mismo a otra mujer y me convencía de que solo era una táctica de experto seductor. Todo en él era una estrategia para, como Jess no se cansaba de repetirme, llevarme a la cama.

      Pero allí estaba de nuevo, y ahí estaban también los nervios y las náuseas que me daban ganas de salir corriendo.

      —Buenos días, Austin —corearon Jess y Melinda.

      —Buenos días, chicas. ¿Qué tal va la semana? —preguntó con cortesía sin apartar sus ojos de mí, que tomaba nota del pedido de la mesa cinco sin prestar demasiada atención a lo que querían los clientes.

      —Calurosa. Está siendo una semana de calor horrible —respondió Melinda, abanicándose—. Y eso que aún no ha llegado el verano.

      —Sí, junio ha entrado con fuerza —coincidió—, pero ya veo que habéis tomado medidas: me gustan los uniformes nuevos.

      «Adulador», pensé. Sus palabras eran como suaves caricias. Solo había que mirar a mi compañera y a mi jefa babeando mientras él hablaba.

      En cuanto al uniforme… Melinda nos había sorprendido a principios de semana con un nuevo vestido. Una pieza única de lunares blancos sobre fondo rosa, con escote halter de corazón, con unos gruesos tirantes que se cogían al cuello. Eran preciosos, y la mirada de Austin lo corroboraba.

      —¿Qué te sirvo, ojazos? —le preguntó Jess.

      —A ella. —Me señaló con un guiño y puse los ojos en blanco mientras terminaba de anotar el pedido—. Y un café para llevar, hoy no puedo quedarme. Tengo una reunión.

      Me acerqué a la barra para darle la nota a Melinda y me enfrenté por fin a la mirada de Austin. Su presencia ralentizaba el tiempo, era la única explicación lógica para entender por qué me costaba tanto ver venir sus intenciones. Antes de que pudiera detenerlo, me dio un beso en la mejilla y rozó sus dedos con los míos.

      —Estás preciosa —murmuró solo para mí.

      Me llevé la mano a la mejilla y me temblaron los labios antes de hablar.

      —¿Por qué has hecho eso?

      —¿Qué he hecho?

      Fingir inocencia se le daba fatal, pero era otra de las cosas de Austin que hacía que el pulso se me acelerase.

      —Me has besado.

      —No, rubia, eso no ha sido un beso —susurró—. El día que te bese… Ese día te temblarán algo más que los labios.

      «Presuntuoso», añadí a mi lista mental, pero la imagen que me vino a la cabeza me desestabilizó. ¿Cómo sería besarlo? ¿Cómo sería que me besara? Por suerte, llegó Jess con los platos de mi comanda y me hizo reaccionar.

      —No sé si te lo han dicho alguna vez, pero tanto ego puede ser perjudicial para la salud —arremetí con una sonrisa de medio lado.

      —De eso nada. Cariño, tú sí que eres perjudicial para mi salud —me rebatió con una fuerte carcajada.

      Me entretuve unos minutos con los clientes de la mesa nueve y, mientras se decidían entre el acompañamiento dulce o el salado, le eché un ojo a Austin. Mantenía una animada conversación con Jess y parecía muy contento. Mi compañera había apoyado el mentón en la palma de la mano mientras él le contaba algo que yo no conseguía escuchar bien.

      Cuando regresé junto a ellos, a Jess le brillaban los ojos y él sonreía como el gato que se comió al canario.

      —Me marcho. Mañana nos vemos —se despidió. Y volvió a hacerlo, como si fuera algo de lo más normal: se acercó y me dejó un suave beso en la mejilla—. Respira, rubia, ya tendrás tiempo de quedarte sin aire.

      ¡Mierda! Había contenido el aliento como una idiota. ¡Jodido Austin y sus confianzas!

      Austin

      Mi cuñado Nick tenía unas ideas cojonudas muy en consonancia con su mente maravillosa, pero era un desastre en lo que a negociaciones se refería.

      La Fundación Nicholas Slater había adquirido el edificio contiguo al Hospital Northwestern y la obra de rehabilitación iba a ser monumental. Después de acompañar a la junta directiva de la fundación al banco para la formalización del préstamo, Nick me pidió que estuviera presente en la reunión con el contratista y, una hora después de que hubiera finalizado, mientras tomábamos un bocado en la cafetería del hospital, aún me palmeaba la espalda en agradecimiento por haber conseguido el mejor trato con la empresa de rehabilitación del edificio.

      —Ven a cenar a casa mañana por la noche. A Megan le gustará verte el pelo. Últimamente no sabemos mucho de ti.

      —No creas que no sé lo que eso significa: mi hermana va a cocinar y estás acojonado. —Nick se rio, pero me dio la razón con un asentimiento—. Un consejo: ten a mano el teléfono de Tyler por si hay que llamar a los bomberos y el de urgencias de tu hospital por si te hace falta una ambulancia.

      —¿Eso es una negativa a mi invitación?

      —Créeme, me encantaría unirme a vuestro suicidio colectivo, pero mañana tengo una cita.

      —De acuerdo. Pero dame un poco de envidia antes de irte y dime quién es la afortunada. —Levantó las cejas, insinuante—. ¿Alguna letrada de armas tomar? ¿Una jueza de toga ligera?

      —Nada de eso. Solo es una chica normal.

      No sé si fue mi manera de expresarlo o el hecho de que no le riera la gracia, pero Nick me sujetó por el brazo y me tocó un poco los cojones con su mirada insistente y su gesto de asombro.

      —¡Oh, joder! ¡Joder, joder, joder! —exclamó. Se le estaba pegando el vocabulario de los Gallagher, no había duda—. ¿Qué tenemos aquí?

      —No te flipes, Slater.

      —¡Oh, sí! Sí me flipo, Gallagher. Hoy no tienes esa cara de guapito que está de vuelta. ¡A ti te gusta esa chica!

      —Me gustan todas las chicas. ¿Qué tiene eso de raro?

      Intenté parecer el mismo tío con suerte: despreocupado, pagado de mí mismo, pero el jodido Nick negó como si supiera que mentía. Y mentía, joder, eso era lo peor.

      —¿A dónde la llevarás? ¿Algo convencional? No, no te veo yendo al cine y comprando palomitas. No te pega. Te va más el lujo y la ostentación. ¡Venga, vamos, dame detalles!

      —Me largo. Que te sea leve la guardia y la cena de mañana.

      —Austin Gallagher huyendo despavorido de una conversación sobre mujeres. ¿Qué estás ocultando? —preguntó suspicaz, y yo lo miré como si quiera degollarlo—. ¡Oh! ¿Eso que veo en tu cara es… incomodidad? ¡Te ha molestado! Esto es nuevo. ¿Será que la chica es «la elegida»? —anunció con un gesto de las manos—. Espera que se lo cuente a Megan.

      —¿Qué coño es eso de «la elegida»? ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer que hablar de mí?

      —Eres un tema de conversación que da mucho juego, la verdad —respondió.

      —Pues dejad de ser tan cotillas y dadme un sobrino, joder —lo apremié. Sabía que no le gustaba que tocase ese tema. A mi hermana tampoco—. No sé por qué cojones estáis esperando tanto. Me haré viejo para ser tío…

      —Te das cuenta de que pareces tu madre, ¿verdad? Que me ataques con eso en vez de presumir de lo grandes que tiene las tetas o de las ideas que te sugieren la forma de sus labios dice mucho de lo que sientes por esa chica.

      «Jodido

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