Скачать книгу

cosas de ti. —Puse los ojos en blanco—. La hija de uno de los socios del bufete inaugura exposición. Es arte contemporáneo raro. Será divertido.

      —No entiendo mucho de arte, la verdad —comenté cohibida.

      —Yo tampoco. —Me colocó el pelo de la coleta sobre el hombro y sus ojos se desviaron a mi escote—. Estamos un rato y nos vamos. Estoy deseando ver qué puedo hacer para ponerte del lado correcto de la justicia.

      —Ya estoy en el lado correcto, listillo.

      —Me gusta más cuando me llamas nene. —Me cogió de la nuca y besó mi sonrisa con la suya—. Vamos, acabemos con esto. No veo el momento de ver tu traje de justiciera debajo de ese vestido.

      Austin

      Si había algo de ella que me gustaba más que cualquier otra cosa era su capacidad de sorprenderme, de dejarme sin palabras. Esa noche lo había conseguido ya en dos ocasiones: la primera al entrar en el coche con ese vestido que, sin ser demasiado, lo era todo. La segunda, con su apasionada defensa de los superhéroes de DC Comic. Hubiera detenido el tiempo para continuar con el intercambio de pullas durante toda la noche.

      Era evidente que mi jefe no había escatimado para agasajar a su hija. Había prensa a la entrada de la galería, una foto de la artista se proyectaba en la fachada y la alfombra roja le daba al evento un punto más de glamour.

      Y, sin embargo, lo más bonito de aquella fiesta estaba a mi lado, hablando por teléfono con una niña de dos años que no quería comerse la cena.

      —¿Que te cante? ¿Ahora? —Se disculpó con una mirada y se apartó del grupo, que esperaba para saludar a la anfitriona—. Solo un trozo pequeñito, ¿de acuerdo? —susurró al teléfono—. La ranita saltó, saltó dentro de la casa, entró en la cocina, pensó que era un ratón…. Ahora dale el teléfono a la tía Jess.

      Me reí de ella mientras me fusilaba con la mirada, pero tenía su gracia y acabó por darme un manotazo. No paré de reírme a su costa, ni siquiera cuando la esposa de mi jefe vino a saludarme con dos efusivos besos cargados de perfume.

      —¡Austin! No sabes cuánto me alegro de verte. ¡Ven a saludar a Calliope! No ha dejado de preguntar por ti desde que supo que vendrías. —Se enganchó a mi brazo y tiró de mí en dirección a la entrada.

      Prianka Trusk era mi peor pesadilla. Una esposa aburrida, podrida de dinero, que se había dedicado a perseguirme por el bufete de su marido sin que le importaran las apariencias. Era adicta a la cirugía estética; en su cara no había una sola arruga, pese a rondar los sesenta años.

      —Señora Trusk, quiero presentarle a mi acompañante, la señorita Martins, Lydia Martins —pronuncié despacio para que entendiera que no estaba solo. Luego cogí de la mano a Lydia y le expliqué quién era aquella excéntrica mujer—. La señora Trusk es la madre de Calliope, la artista.

      —Y la mujer de tu jefe, pillín. —Me pellizcó la mejilla como a un niño y vi cómo Lydia escondía su sonrisa en mi hombro—. Un pajarito me ha dicho que pronto ocuparás tu sillón de socio. El más joven del bufete.

      —Solo es un rumor.

      Un puñetero rumor que alguien se había encargado de difundir entre el personal. Sí, los jefazos habían estado tanteándome un poco y se decía que siempre me acababa quedando con los mejores clientes porque ellos me los asignaban, pero eran gilipolleces. Mi trabajo hablaba por mí.

      Se nos unieron algunos de mis compañeros del bufete con sus parejas y juntos fuimos a saludar a Calliope. Mi jefe, Sebastian Trusk, uno de los abogados más reconocidos de Illinois, me estrechó la mano al verme y halagó la belleza de Lydia con piropos que la hicieron sonrojar. Por suerte, lo reclamaron en otro corrillo y se despidió con la promesa de tomar una copa juntos en el interior de la galería. Más de la mitad de los presentes se encontraban allí para hablar con él e ignorar a su hija.

      —¿Quieres tomar algo? ¿Un refresco? ¿Un zumo?

      Estaba más callada de lo habitual. La veía mirar a todas partes con los ojos muy abiertos, como si fuera la primera vez que acudía a un evento así, y reaccionaba con un sobresalto cuando alguien reía o levantaba la voz cerca de nosotros. Solo le solté la mano para cogerla de la cintura y pegarla a mí después de que un camarero formara un estruendo de cristales al tropezar y tirar las copas vacías de la bandeja. La gente la empujó al apartarse y eso me dio la oportunidad de estrecharla entre mis brazos sin ninguna excusa.

      —Esta noche, tú y yo… —La besé en el cuello mientras una de mis manos se aventuraba hacia la curva de su trasero—. No veo el momento de quitarte este vestido y…

      —Austin, estamos rodeados de gente…

      —Yo solo te veo a ti —le susurré con los labios pegados al lóbulo de su oreja—. Vámonos.

      —Acabamos de llegar. —Su voz sonó necesitada, ronca y sensual, su piel se tornó cálida y un tanto húmeda, sus manos se aferraron a las solapas de mi chaqueta y me encontré un ruego en el fondo de sus ojos—. Está bien. Vámonos.

      —¡El jodido Austin Gallagher muy bien acompañado! Siempre en su línea —escuché de pronto.

      Cerré los ojos, apoyé la frente en la de Lydia y suspiré.

      —Solo será un minuto.

      Broderick Simmons había sido mi compañero en la universidad, y las casualidades del destino quisieron que acabáramos trabajando codo con codo en Trusk, Eaton and Associates. Él continuaba en penal mientras yo hacía años que me había pasado a mercantil. A pesar de conocernos bien y medio tolerarnos, no éramos amigos. Él andaba buscando cierta rivalidad que yo intentaba esquivar, y la frustración que eso le generaba la disfrazaba con una simpatía que rozaba lo bochornoso.

      —¡Maldito cabronazo! —gritó Broderick al llegar junto a nosotros. Llevaba alguna copa de más y, por instinto, escondí a Lydia detrás de mí—. Les diste bien por el culo a esos hijos de puta de FCC. Astrid me ha contado que ayer te los comiste de un bocado en las negociaciones. ¡Eres el puto embajador del Quan, como Jerry Maguire!

      Astrid era mi pasante desde hacía un par de semanas. Una chica ambiciosa y muy trabajadora, pero también un poco bocazas. La vi acercarse junto a otras dos abogadas del bufete y me disculpé con Lydia por hacerla esperar.

      —Cinco minutos y nos vamos. Te lo prometo.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

/9j/4AAQSkZJRgABAQABLAEsAAD/4QCMRXhpZgAATU0AKgAAAAgABQESAAMAAAABAAEAAAEaAAUA AAABAAAASgEbAAUAAAABAAAAUgEoAAMAAAABAAIAAIdpAAQAAAABAAAAWgAAAAAAAAEsAAAAAQAA ASwAAAABAAOgAQADAAAAAQABAACgAgAEAAAAAQAAB3agAwAEAAAAAQAAC7gAAAAA/+0AOFBob3Rv c2hvcCAzLjAAOEJJTQQEAAAAAAAAOEJJTQQlAAAAAAAQ1B2M2Y8AsgTpgAmY7PhCfv/AABEIC7gH dgMBEQACEQEDEQH/xAAfAAABBQEBAQEBAQAAAAAAAAAAAQIDBAUGBwgJCgv/xAC1EAACAQMDAgQD BQUEBAAAAX0BAgMABBEFEiExQQYTUWEHInEUMoGRoQgjQrHBFVLR8CQzYnKCCQoWFxgZGiUmJygp KjQ1Njc4OTpDREVGR0hJSlNUVVZXWFlaY2RlZmdoaWpzdHV2d3h5eoOEhYaHiImKkpOUlZaXmJma oqOkpaanqKmqsrO0tba3uLm6wsPExcbHyMnK0tPU1dbX2N

Скачать книгу