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encantada de acogerme. Viuda, sin hijos y con una cafetería en el centro de Chicago.

      —Melinda.

      —Melinda, sí. A ella se lo debo todo. Le debo un techo, un empleo y una vida digna para criar a mi hija.

      —¿Y tus padres nunca intentaron volver a contactar contigo? —Negó con tristeza—. ¿Ni siquiera tu madre? Al fin y al cabo, ella te ayudó. Ahora mismo podrías estar viviendo bajo un puente de no haber sido por ella.

      —Ni llamó ni escribió ni volví a saber nada hasta que murieron en un accidente. Fui al entierro embarazada de seis meses, pero allí ya no quedaba para mí. La casa, los bienes, el dinero… todo fue a parar a manos de la iglesia. Así lo estipuló mi padre en su testamento.

      —Y luego nació Sophia. —Sonreí.

      Lo más bonito de aquella triste historia era ese diablillo de ojos enormes.

      —Sí, luego llegó mi princesa con todos esos llantos desgarradores y ese nervio que no puede controlar. Es una niña muy lista y curiosa, pero tiene algunos problemas de atención y, bueno, ya has visto las rabietas que pilla. Es increíble, pero agotadora.

      —Y es preciosa. Como tú.

      Le acaricié la mejilla y me salté mis propias restricciones. Sin embargo, dado que Lydia cerró los ojos a mi contacto y suspiró de placer, lo di por válido, como si hubiera sido ella la que me lo hubiera pedido.

      —Austin… —musitó mientras mi pulgar le rozaba los labios—, la niña…

      —Lo sé. Tranquila.

      - 13 -

      Lydia

      —¿Tienes los pañales?

      —En la bolsa de Sophia —respondió Jess al tiempo que ponía los ojos en blanco.

      —¿Y su ranita?

      —En la bolsa.

      —¿Has cogido el chupete de repuesto? Ya sabes que si no…

      —¡Está todo en la bolsa! —gruñó—. ¿A qué hora viene Austin a recogerte?

      Miré el reloj del móvil y emití un grito. Eran casi las nueve y aún tenía que secarme el pelo, cambiarme, maquillarme… ¡Joder!

      —¿De verdad que no te importa pasar tu viernes libre con Sophia? —Jess no trabajaba al día siguiente y había sido ella la que se había ofrecido a quedarse con la niña—. Puedo ir a buscarla mañana por la mañana para llevarla a la guardería.

      —Ni hablar. Lo pasaremos en grande. —Le mostró la palma de la mano a Sophia y ella se la palmeó como le había enseñado.

      —Eres increíble. —Nos abrazamos con cariño—. Gracias.

      —¡No me las des! Quiero todos los detalles de primera mano. Y ahora ve a vestirte o lo harás esperar. Nosotras ya lo tenemos todo, y si falta algo improvisaré. —Sophia empezó a dar botes en su silla de paseo y a parlotear nerviosa. Estaba emocionada por irse con la tía Jess—. ¿Tú crees que nos falta algo, peque?

      —¿Colate Ophia?

      —¡Nada de chocolate! —exclamé desde el dormitorio mientras abría y cerraba el armario, convencida de que había algo que no había metido en la bolsa de viaje.

      Era la primera vez que Jess se llevaba a Sophia a pasar la noche en su casa y me sentía nerviosa, muy nerviosa. También porque esta sería mi cuarta cita con Austin y me había pedido que me arreglara un poco más de lo habitual. La verdad era que, salvando el vestido rojo que me puse para ir a cenar a su terraza, el resto de mis looks habían consistido en vaqueros y alguna parte de arriba bonita que también me había prestado Jess. Pero esta noche iba a ser «la noche» y mi querida amiga, que tenía un imán para los saldos, había desempolvado un vestido negro que parecía estar hecho a mi medida. Era sexy, arrebatador y con un detalle de encaje en el escote que le daba el punto sensual que requería la ocasión.

      —¿Crees que le gustará? —dudé al tocar la tela.

      —Recógete el pelo en una coleta bien estirada y deja que vea ese escote. Querrá desnudarte antes de que le digas «hola», te lo aseguro.

      La expresión en el rostro de Austin cuando subí al coche me hizo reír y sonrojarme al mismo tiempo. Jess tenía razón: sus ojos me decían que ese vestido era perfecto y que se estaba planteando no salir esa noche.

      Sin embargo, había preparado otra cita sorpresa y nos tuvimos que conformar con un beso que comenzó con timidez y terminó con más pintalabios alrededor de su boca que en la mía.

      —No sé ni si preguntarte a dónde vamos. Sé que me vas a decir que es una sorpresa.

      Hizo una mueca muy graciosa y chasqueó la lengua con fastidio.

      —Reconozco que he tenido que cambiar de planes en el último momento. Espero que no te importe. Es un compromiso al que no puedo faltar, pero creo que te gustará.

      —¿Y puedo saber de qué trata ese compromiso o seguimos con la incógnita?

      —Seguimos con la incógnita —respondió con un guiño—. Cuéntame qué ha dicho Sophia. ¿Se ha enfadado?

      —¿Por ir a dormir a casa de tía Jess que, además de tener un jardín con una piscina hinchable, le dará chocolate y le hará pedorretas hasta que muera de cansancio?

      —¿Eso es que no?

      —Eso es que se ha ido encantada, te lo aseguro —respondí un poco triste—. Tiene dos años, pero a veces pienso que crece más rápido de lo normal.

      De repente, el estridente sonido de guitarra eléctrica y de la batería al inicio de Live to rise, de Soundgarden, desató entre nosotros un debate acerca de la eterna rivalidad entre Marvel y DC Comics. Austin desplegó todos sus argumentos para convencerme de que Capitán América o Iron Man eran mejores que Superman, Batman o Flash, y lo que no sabía era que ni su verborrea de abogado ni su encanto arrebatador me iban a hacer cambiar de opinión.

      —¿Cómo puedes pensar eso siquiera? Todo el mundo sabe que Los Vengadores se comen con patatas a La Liga de la Justicia —dijo con arrogancia—. Son superiores, simplemente.

      —¿Superiores? ¡Anda ya! —exclamé—. Superman no tardaría ni un segundo en cargarse a Thor por mucho martillo que use tu musculitos.

      —Eso siempre que mi musculitos —puntualizó— no tenga un poco de esa kryptonita que idiotiza a ese patán de calzoncillos rojos.

      —No me hables de calzoncillos, nene. —Lo señalé con un dedo y él intentó cazarlo mientras seguía conduciendo—. No creo que el Capitán América o Spiderman hayan marcado tendencia en el mundo de la moda.

      —¡Los míos llevan trajes especiales, rubia!

      —¿Y los míos qué llevan? ¿Pijamas?

      —Pijamas feos que no se pondría nadie para dormir —respondió provocador.

      —No te los pondrás tú.

      —Desde luego. —Levantó las cejas un par de veces y añadió—: Yo no uso pijama.

      —Qué típico…

      Disimulé el rubor con algunas carcajadas, pero Austin me miraba de reojo y podía leer en mí como en un libro abierto. Imaginarlo sin pijama fue… demasiado sugerente.

      —¿Crees que tu Mujer Maravilla aguantaría un par de asaltos con mi Hulk? —preguntó insinuante.

      —Tu Hulk no tiene nada que hacer con Wonder Woman, es demasiado para ese engendro.

      —Engendro, ¿eh? Eso decís todas, pero luego el tamaño os importa más de lo que decís.

      —¡Serás…!

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