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Solo se lo diría a un extraño. Varios autores
Читать онлайн.Название Solo se lo diría a un extraño
Год выпуска 0
isbn 9786124838323
Автор произведения Varios autores
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
Cuando era niña, decía que de grande quería ser mamá y tener 36 hijos. Vengo de una familia apapachadora. Mis padres están juntos desde los trece años, y de eso ya han pasado más de cincuenta.
Pero ¿qué pasa cuando ese sol se convierte en noche? ¿Cuando la risa es menos fácil que el llanto? ¿Cómo se empieza de nuevo?
Durante mucho tiempo estuve buscando esa respuesta. Fue difícil, porque me convertí en mi peor enemiga. No soportaba verme al espejo, me volví experta en ocultar mi dolor. Yo era un tren a toda máquina, no necesitaba de nada ni de nadie, sola podía con todo. Cansaba mi cuerpo al punto de que solo cayera agotado y no pudiera sentir, pensar. Nada. Eso me llevó a un paseo de tres meses en UCI.
Me tomó un tiempo entender que también era la chica insegura, triste y rota. Pero eso no significaba que hubiera dejado de ser también la mujer entusiasta, fuerte y decidida que disfrutaba la vida. Solo era cuestión de confiar en mí.
Diecisiete
John. John. John. Todo un ser y medio siglo de experiencias en un monosílabo. Cuando terceros hablan de mí, basta con decir mi nombre, quizá junto a algún calificativo, para transmitir toda la descripción de quién soy. O de quién perciben que soy.
¿Quién soy? Yo lo sé perfectamente, pero es difícil sintetizarlo, y la amplitud de mi autoestima me pide mucho más que 250 palabras. He sido siempre el pata bueno, el que hace lo correcto, el que vivió afuera, el que habla siete idiomas, el que decide bien, el exitoso, el que se casó con la chica perfecta, el que toca en discotecas de Asia, el que tiene hijos primeros de la clase y patas de la puta madre.
Pero soy géminis, y a veces intuyo que tengo un lado no tan bacán. Sí, sí, soy lindo y todo eso, pero, en lo que realmente importa, ¿soy bueno? ¿Estuve lo suficiente con el Negro antes de que partiera? ¿O lo postergué un poco mucho, anticipando que se quedaría por más tiempo? ¿Veo lo suficiente a mi mamá? ¿Hice todo lo que pude para tener una relación más cercana con mi viejo? ¿Con mi hermana? ¿Es malo que las respuestas a esas preguntas no me importen tanto?
Supongo que prefiero evitar ese yin y quedarme en el yang del patita bacán y feliz, para evitar perturbarme. Igual, ya gané el primer tiempo y este segundo lo puedo... lo debo jugar más relajado. Al menos eso es lo que creo. Ya veremos.
Dieciocho
Confieso tener una relación adictiva con el hentai, una debilidad ante ese milenario género erótico. Me matan esas hermosas japonesas sublimadas de brillosa mirada, ojos amplios y redondos, tetas inflamadas, gelatinosas, que se alzan juguetonas sobre unos virginales vientres planos.
Admito tener un fetiche con esas fabulosas criaturas asiáticas de pelos multicolores y cinturas contraídas, de amplias y arqueadas caderas bajo las cuales reposan unos culos esféricos de tamaño perfecto. Me son afrodisiacas sus faldas distraídas, sus medias altas, las telas traslúcidas que parecen una segunda piel. Encuentro irresistibles aquellos pezones sediciosos, las hendiduras ninfomaníacas, sus lenguas voraces.
Reconozco que me perturban sus miradas cándidas y a la vez incitantes, su conducta torpe, inexperta, como si estuviesen confundidas, para de pronto transformarse en insaciables máquinas de producir orgasmos explosivos y extrahumectados, siempre de derecha a izquierda, de abajo hacia arriba, de atrás hacia adelante, salpicando en su camino páginas y empuñaduras.
Me tortura su dislexia sexual, me consumen con sus gemidos acentuados, con sus gritos silenciosos “irete hoshii”, “gaman dekinai!”, me pervierten, me envician. Si fuesen fértiles, ya sería padre de medio Yokohama.
Hace unos años, una diosa oriental de carne y hueso apareció en mi vida. Poseía una gracia singular, tenía la piel afelpada, pelvis compacta, una cintura extraflexible, un cuello estilizado precioso, una sexualidad magnética. Tomaba clases de danza y era estudiante de intercambio en la facultad de Psicología. Swan era un precioso cisne nipón, y yo andaba absolutamente intoxicado con ella. Nuestras aventuras sexuales merecen ser inmortalizadas por el propio Osamu Tezuka en un manga hentai – edición especial. Terminando el ciclo, tuvo que regresar a Japón, y así terminó aquella mágica historia.
Es a ella a quien busco dentro de los animes, es su cuerpo el que pretendo rearmar entre esas ilustraciones, dedicándole mil puñetas y fantasías, reviviendo una fábula tan real como esta confesión.
Diecinueve
Soñaba con pintar con spray las paredes de mi colegio-burbuja. Romper, al menos, una regla. Pero yo siempre fui un chiquillo respetuoso. Y aunque nunca dejó de revolotearme la tentación de la transgresión, el autoritarismo de mi madre y el “qué dirán” se encargaron de mantenerme siempre en el camino del bien.
Un diagnóstico de fiebre reumática tardío me dejó postrado seis meses en cama. Sumado a eso, las intempestivas muertes de seres queridos impregnaron en mí, desde los trece años, el temor a quedarme solo.
En mis veintes fui dichoso (o, al menos, eso creía). Festejé como un niño en cumpleaños, disfruté cada día como si fuera nuevo en eso de vivir, acumulé trabajos y experiencias. La verdad es que me escondía. Huía de esa desabrida felicidad que te hace pensar que tener privilegios lo es todo. Disfrutaba sin cuestionarme, saciándome de apariencias. Elegí un camino sin salida, sin encanto.
Hasta que, un día, esa abundancia de apariencias estalló como un huevo al tirarlo contra un muro. Me fui a ser uno más. Uno que no pudiera llegar a ser Presidente con tres llamadas telefónicas. Me fui a buscar ser yo mismo. Fue entonces que comencé a cuestionarme. Me tracé objetivos y enfrenté la soledad en muchedumbre. Me perdí conociéndome, queriéndome y sintiéndome querido en aquella soledad.
El sufrimiento se mantiene y la ansiedad decae, pero, igual, de vez en cuando me visita por las noches. Descubrirme amado solo por el hecho de estar aquí me ha dado paz y seguridad. Hoy, bordeo los cincuenta y siento que alcanzaré nuevos objetivos, abrazo nuevos amores y amistades sinceras, y quiero desafiar mi equilibrio actual, porque si algo aprendí en la soledad es que no nací para quedarme quieto.
Veinte
Te despiertas a las nueve, cuando Feli, tu nana de toda la vida, entra para llevarse a Lollipop a dar su paseo matutino. Reniegas, jalas las sábanas de algodón egipcio por encima de tu cabeza y tratas de seguir durmiendo, pero la luz, todo lo que tienes que hacer hoy y tu gato, que se acerca impregnado de olor a Chanel por todo el amor que le das, te lo impiden.
Te paras de la cama, coges el vaso de jugo de naranja que Feli ha dejado en tu mesa de noche, caminas hacia el baño y te desvistes. Te miras al espejo. Aún se te ven las costillas. Puedes seguir tragando Nutella con cuchara una semana más.
Justo antes de meterte a la ducha, cambias de opinión. Regresas a tu cuarto y eliges un par de juguetes: no los más nuevos, pero sí tus favoritos. Vuelves al baño, coges tu teléfono y entras a la página de porno ético y feminista que encontraste hace poco —y que no te gusta precisamente por lo ético o feminista, sino porque todo parece real y eso te calienta más.
Terminas rápido, te bañas, te vistes y te sientas frente a la computadora. Hay varias cosas que hacer hoy, pero últimamente te sientes un poco bajoneada. Abres, sin pensarlo, la página de Latam. Barcelona, tecleas rápido, y compras un pasaje, solo de ida. Felizmente, tu asiento de siempre, el A1, está disponible. No te sorprende. Siempre has tenido muy buena suerte.
Veintiuno
La tristeza de mi madre me atravesó como la bala perdida que recibes en un fuego cruzado. Quema y calienta por dentro. No mata. Solo hiere.
He tratado, con todos los versos del mundo, de sosegar tu tristeza, alegrar tu existencia con tarjetas