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fecha de nacimiento ni velas de cumpleaños. Sin lentejuelas, sin push-up, sin botox, sin nada que nos disfrace. Es la reunión de veintiséis personas geniales que simplemente se vieron en la urgencia de narrarse y que, al hacerlo, descubrieron que mostrarse vulnerables era un acto de valentía.

      Chiara Roggero

      ¿Cómo se lee este libro?

      Lo primero que tienes que saber es que todos los relatos que leerás en este libro salieron de las consignas dadas en el taller. Por eso, podrás encontrar (si eres pillo) textos que de alguna manera se relacionan entre sí, con temáticas parecidas, pero siempre abordadas desde un punto de vista distinto. Porque si algo ha caracterizado a nuestros talleres es la mezcla de sus integrantes. Perro, pericote, gato, vaca, dinosaurio y mosquito de madrugada.

      El género con el que hemos venido trabajando ha sido el de la autoficción. Eso quiere decir que nuestros textos se han basado en nuestras propias experiencias de vida, pero con esa cómoda licencia de agregarles una dosis de ficción o, en otros casos, de prescindir de ella, pero secretamente.

      Lo segundo, y quizás lo más importante que debas saber, es que, aunque cada texto corresponde a un autor, hemos decidido guardar celosamente sus identidades. Es decir, leerás un texto y no sabrás de quién es. Podrás suponerlo, pero hay que tener mucho cuidado: el más tímido resultó ser el más coqueto; y el de la moto y casaca de cuero, un osito de peluche. Así que cada adivinanza será una moneda al aire.

      No revelar los nombres de los autores supone dos cosas:

      Uno:

      Cada uno de los veintiséis escritores ha decidido voluntariamente liberarse del ego de firmar sus relatos. Esto no significa que hubiera estado mal poner un nombre y un apellido a aquello que uno escribe con tanta pasión. Pero, en este caso, despojarse de las palmas ha permitido que otros (en los que me incluyo) puedan liberarse y publicar aquello que quizás nunca se hubieran animado a publicar. Las máscaras siempre han sido geniales.

      Dos:

      El anonimato hace que, a fin de cuentas, este libro sea de todos y el texto del otro se sienta como propio. Porque así ha sido este proceso: todos hemos metido mano en el trabajo del otro y todos hemos dejado que nos manoseen títulos y párrafos, los adjetivos y los temidos finales. Entonces, sí, cuando estés leyendo un texto, ten en cuenta que hay un autor o una autora detrás, pero que detrás de ellos estuvimos todos. Extraños pero conocidos.

      ¿Cómo se lee este libro?

      Como tú prefieras. De atrás para adelante, arrancando por el medio, buscando un título que llame tu atención o, si quieres, o si te atreves, dejándoselo al azar. Porque el azar ha cumplido un rol muy importante en nuestros encuentros. Por eso, todos los que formamos parte del taller creemos en la magia. Entonces, este libro, más que un libro de relatos, es un libro de magia. ¿No me crees? Haz la prueba y abre el libro aleatoriamente. No tengo dudas de que te encontrarás con un texto que, de alguna u otra manera, se conectará contigo y con tu historia. Y es que, al final, no somos tan distintos como creemos.

      ¿Qué es verdad y qué es mentira?

      Eso tendrás que decidirlo tú, y aferrarte a esa verdad, porque existe una alta probabilidad de que sea mentira.

      Y viceversa.

Autobiografías

      Uno

      A los 15 años, en una conversación con mi mejor amiga, llegamos a la conclusión de que existían en mí un Bruce Wayne y un Batman. Un lado responsable, racional, que había sido socializado. Y el otro, uno imbécil, hasta el punto del autosabotaje.

      Batman se moría por Antonio, el marihuanero. Bruce sabía que Antonio era un bueno para nada. El consenso, entonces, era que yo saliera con Antonio, pero sin que nadie lo supiera. Bruce mantenía así su imagen corporativa, o, en esa época, de alumna estrella, mientras Batman disfrutaba de las noches en Barranco, Ciudad Gótica.

      Es el equilibrio que encontré entre lo que debo querer para mí y lo que sé que quiero pero no tengo claro cómo termina.

      Hoy, Bruce vive en un penthouse, invierte en la bolsa y tiene una relación de largo plazo y una ahijada. Batman, forzado al celibato y al cumplimiento de las reglas de la cuarentena, se trepa por las paredes. Excepto cuando escribe. Cuando cuenta cosas que avergüenzan a Bruce, y, por extensión, también a mí. Es su venganza. Es su forma de avisarnos que existe y que debe salir pronto.

      La verdad, sería más sencillo vivir sin Batman. Adoptar a Bruce, vivir en ternos Brioni y zapatos italianos. Ser apropiada, culta, respetable. Nunca más dejar que Batman se estrelle contra las paredes, cuando sé que Bruce es quien termina escupiendo los dientes rotos.

      Pero no me sale. Habita en mí la necesidad de saberme profundamente libre, dueña de mi mundo. Batman sabe, y yo también, que todo se puede ir a la mierda mañana, y por eso quiero lo que quiero ávidamente.

      Dos

      En Cusco, no tenía cama. Mi casa era un sleeping bag. En las noches, ayudaba en la barra de Mamáfrica por alguna propina que asegurara la comida del día siguiente. El

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