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para la bebita. Psst... Kike dice que no la quiere. Pero tú no le creas, ¿ya? Todos estamos bien. Mejor no le doy bola a Silvia porque quiere que te diga que llora como cebolla y que le reza a la Virgen nosequé para que no la cambies. Pero yo no noto nada. Maa, porfa, ríete mucho, mucho, para que tu leche no se poinga como limón. Gregoria dice que, si no, no le va a gustar a la bebita.

      Un día después de mi nacimiento, mi mamá desplegaba tres cartitas mal dobladas, salpicadas de manchas, llenas de corazoncitos extraviados y escritas con letras borrachas que me daban la bienvenida.

      Sus tres diablillos (disfrazados de Reyes Magos) le hacían llegar, uno por uno, su ofrenda de palabritas, sin saber que esas cartas caracterizarían por siempre mi historia familiar y personal.

      El 7 de marzo, llegué cuarta a la línea de atención de mi madre. Primera al orgulloso estreno de mi padre. Primerísima a los miedos y escrutinio de mis tres medio hermanos.

      Con los años, casi nada cambiaría entre nosotros.

      Crecimos juntos y mal revueltos, en un caserón donde residían personajes de Macondo, Todas las sangres y la Saga de los Nibelungos. Éramos quince, entre abuelos omitidos, padres distraídos, hijos enredados, tías postizas, primos prestados, nanas, cocineras, jardineros, fantasmas muertos en vida y espíritus renegados.

      Ese primer 25 por ciento de mi vida contrapuesta, anónima y libre de supervisión me enseñó las ventajas del sigilo y las medias tintas, a medir mis fuerzas y a templarme. Pero también me instigó a explorar el mundo en búsqueda de mi individualidad.

      El 75 por ciento restante me ha llevado a absorber, casi aburrida, todas esas culturas y países en los que he vivido. Y a reconocer el hogar de mi infancia como la más aguda maestra. No aguanto ni llorones ni verdades absolutas. No busco el balance, veo en el cambio la fuente de vida. Desprecio la indiferencia y el miedo a lo nuevo. Y sé que donde hay conflictos, hay energía.

      Siete

      Juan me contó que existían asociaciones anónimas para adictos a las relaciones. Sin entender bien a qué se refería, no tuve dudas de que yo cumpliría con todos los requisitos para ocupar una de las sillas, acomodadas en círculo, en alguna cancha de básquet venida a menos.

      El sexo me fascina, me permite deshacerme de la banda presidencial y cumplir el rol del subordinado. Pero el sexo nunca será tan sexy como las relaciones; esas que incluyen despedidas desgarradoras, peleas a los gritos, cartas de amor, rupturas para siempre que jamás son para siempre.

      Conmigo nunca nada termina.

      Colecciono hombres que tuve que dejar ir pero nunca abandoné del todo. Son mi archipiélago de endorfina, mi hamaca para un ego insaciable que, lejos de engordar con la lista de asociados, se adelgaza y pide más.

      Pero no se confundan: mi corazón es noble y mi contrato, justo. A mis chicos los cuido y los quiero; me preocupo por sus mujeres, sus hijos, sus trabajos. En ocasiones, los busco. Les devuelvo un poco de vida mientras les lamo las heridas que solo me dejan ver a mí.

      Para el día en que vaya a una de esas reuniones para adictos a las relaciones, ya tengo planeado mi debut. Empezaré confesando mi mayor fantasía erótica, esa que nunca le he dicho a nadie. Quiero morirme de pronto, para que mis chicos se junten en una sala fría de velatorio y, como masones, se reconozcan. Quiero que se emborrachen y me lloren juntos: Juan y el resto de mis apóstoles.

      Ocho

      Cortar las raíces de un niño y extraerlo del Perú, teniendo cuidado en retirar su colegio y sus veranos en Santa María. Inmediatamente después, llevarlo a una isla caribeña y dejarlo remojar durante tres años en un colegio mixto de monjas. Batir vigorosamente hasta eliminar los grumos del shock cultural. Sazonar con repartición de periódicos, armado de aviones a escala y juegos bajo el sol y la lluvia. Espolvorear con infelicidad parental.

      Alcanzado el termino medio, llevarlo a Venezuela por aproximadamente ocho años a fuego alto. Aderezar su colegio con valores jesuitas e hidratar constantemente mientras se añade agua turquesa de playas y vegetación de montañas, sin tapar, hasta que se evapore del todo. Dejar fluir su adolescencia con grandes amigos, drogas, música de los ochenta y ron con Coca Cola. Sellar con una ruptura de corazón. Revolver todo hasta obtener una masa homogénea.

      Sin engrasar el molde, regresarlo al Perú. Colocar la masa en una olla de presión durante cinco años de estudios de Economía hasta el quinto superior de cocción. Humedecer a gusto y rociar los fines de semana con arena del desierto en moto y salpicar con un chorrito de chicas vainilla. Mezclar lentamente.

      Con la base y el relleno a punto, ya debe apreciarse su completa transformación. Es momento de ahumarlo con trabajos en bancos y un MBA fuera. Finalizar la reducción casándolo, reproduciéndolo y pasándolo por una trituradora corporativa y empresarial hasta que suelte todo su jugo y esencia.

      Dejar reposar para que alcance el color deseado y la textura correcta. Servir con un aderezo de orgullo, miedo y felicidad.

      Comerlo lentamente con una pizca de sal.

      * Advertencia: algunos ingredientes se sirven semicrudos y pueden causar reacciones tóxicas en determinadas personas.

      Nueve

      En el cole siempre me consideré un buen tipo. Estaba equivocado. Fui abusivo. No de los que te pegaban o te robaban la lonchera, sino de los que te hacían sentir mal conociendo tus debilidades. Soy el huevonazo que le decía bruta a la amiga que había jalado con cero cinco y le robaba su examen para leer las respuestas y humillarla frente a todos.

      Ahora soy egoísta, cínico, ingrato. Me sobrevaloro y no soy honesto conmigo mismo. Dejo todo para último momento y hago el mínimo esfuerzo para terminar una tarea. Me comprometo y no cumplo. Me embarco, pero me bajo sin avisar. Soy exhibicionista y soberbio. Cuando corría olas, lo que más me emocionaba era saber que había gente en la orilla mirándome. Soy machito para tirarme del cerro y romperme los huesos, pero soy un cobarde en el momento de tomar las riendas de mi vida y enfrentar las decisiones importantes.

      Me gustan las drogas y el alcohol, tanto por el placer inmediato como por la escapada efímera que me regalan.

      Le huyo al conflicto. Tengo la cualidad de intuir lo que las personas necesitan escuchar y he sabido aprovecharlo para caer bien, jugar el juego y avanzar en el mundo corporativo. Siempre flotando, como la caca.

      Hace poco, me di cuenta de algo: si mi vida fuera una película, yo sería uno de los malos.

      Diez

      Soy como un porfiado: no me puedo caer. Además, nadie me va a sostener. Me inclino de un lado a otro, buscando contención, pasando por mi centro, sintiendo siempre el golpe, hasta estacionarme y entenderlo otra vez. He aprendido a convivir con el hecho de tener que hacerme cargo de mí misma.

      He crecido en una familia impulsiva, inestable, dramática, pero principalmente plagada de artistas. Cargo una mochila con muchos duelos. Pérdidas y ausencias que me generan dolor y un vacío que me habita.

      Los libros para mí han sido un tibio refugio. También escribirme cartas, en las que huía y me abrazaba. Soy la que sostiene y la que se encarga. En mi familia no encuentro soporte, pero sí en mis buenos amigos, los que nunca se van, los solitarios. Me ha costado años darme cuenta y aceptar que compartíamos tanto. Cada uno en su casa vacía, con sus cajones vacíos, con sus familias ausentes.

      Descubrí mi necesidad de analizarlo todo, de llegar a la médula, a la verdad, a la justicia de las cosas. Detesto la mentira porque he vivido en ella: mi papá tenía dos familias. Nadie hablaba del tema. La mentira nos alejó y, como decía mi viejo, el cáncer nos volvió a unir. Todavía puedo escucharlo agradeciéndole a la enfermedad. Aprendí a perdonar sin juzgar. En poco tiempo, logramos ser una familia disfuncional que partía del amor. Duró poco, y ese recuerdo es mi gran tesoro.

      El cáncer nos enseñó a estar unidos. La muerte me enseñó que uno se puede reír de todo.

      Por

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