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veces, solo en ciertas ocasiones, sentía miedo al confirmar cuánto la conocía Aïne y el poder que podía ejercer sobre ella teniendo tanta información.

      —Más premonition, ní féidir liom a bhraitheann chomh dona15 –no se aguantó; la entendía y la respetaba, pero debía encontrar la forma de traspasar la sensación general de aquella visión: ese joven no era peligroso.

      Pero Aïne fue tajante: “Los seres humanos representan un peligro para nosotros, Máira. Créeme, lo que llegó hasta ti en sueños fue una advertencia. Si ese joven aparece, no puedes caer en su juego”.

      “Jugar su juego para entrar en él”, recordó. ¿Sería posible que Aïne leyera sus pensamientos? No, ese era el poder del aire. Lo que sí era posible es que tuviera razón, la tierra rara vez se equivocaba. Al menos eso creía ella.

      Aun así…

      Aïne señaló el crannog y le dijo que era hora de volver a dormir. En pocas horas llevarían a cabo la celebración de Ostara y debían contar con las energías necesarias para recibir la primavera. Máira asintió y caminaron juntas en silencio. Su mente, en cambio, no dejaba de pensar. Aunque quisiera, no podía olvidar esa sonrisa.

      Salió de la cama con los primeros rayos del sol. El resto de la noche la pasó en vela, pensando en el sueño que se mezclaba con las palabras de Aïne, sin lograr llegar a una conclusión. En esas circunstancias, lo natural hubiera sido que se sintiera cansada, pero no lo estaba. Más bien, se sentía impaciente; si ese joven llegaba, desconocía cuál sería su propia reacción. No tenía la certeza de que ese día lo vería por primera vez –ni siquiera estaba segura de que hubiera sido una premonición–, pero la intuición la llevaba por ese camino de niebla tan espesa como la de su sueño.

      Miró a su alrededor y se percató de que, como cada mañana, Aïne era la primera en levantarse. Síle y Ciara, por el contrario, todavía dormían. Lo más silenciosamente que pudo, se puso su vestido de lino con una manta verdosa encima. Afuera del crannog, parte de los clanes continuaba con los últimos preparativos para la celebración. Algunos decoraban los árboles, envolviéndolos con lanas en tonos dorados y verdes. Otros se dedicaban a ordenar los platos con las primeras frutas de la estación, mientras que un grupo pequeño afinaba los instrumentos para que, más tarde, todos pudieran cantar y bailar, incluso el clan de fuego. Ostara era, sin duda, una fiesta llena de luz que solo podía traer buenos designios. Eso creía Máira.

      Sintió calor sobre su hombro y supo que era Síle. Se dio vuelta y la saludó con una sonrisa que ella devolvió. A diferencia de Aïne, Síle era una igual; trataba a todos con ecuanimidad, incluso a los elementales de fuego. Incluso a Ciara.

      Le dijo que la había escuchado salir del crannog durante la noche y le preguntó si todo andaba bien. “¿Fue una de tus visiones?”. No lo sabía. No tenía idea de quién era ese joven, nunca lo había visto y, como si fuera poco, los mortales no eran bienvenidos en su familia. Entonces, ¿cómo se suponía que podría conocerlo en plena celebración de Ostara? Aún más, ¿cómo podría su sueño ser, a fin de cuentas, una premonición? “No es nada importante. Me parece que fue solo un sueño”, se atrevió a responder, pero su hermana no se notaba muy convencida. En ese momento, Aïne se acercó a ellas. “¿Tú también piensas que fue un sueño?”, le preguntó Síle apenas la tuvo frente a ella. A veces, Máira sentía que sus hermanas la trataban como una niña. Y a veces, solo a veces, le daban ganas de escapar y vivir libremente, sin los miedos feroces que Aïne intentó inculcar alguna vez en ella.

      —An bhfuil a rá?16 –le comentó Aïne como defraudada por haberle mentido a Síle.

      —Sea, mar tá sé fíor: níl a fhios againn do cinnte má bhí sé ina premonition17.

      —Cén fáth Cén fáth eile a bheadh agat dreamed de mortal nach bhfuil a fhios fiú?18

      —An raibh tú fís bheith ag an duine? ¿Anseo? I measc dúinn?19 –preguntó Síle con terror en su mirada. A diferencia de ella, Aïne sí había logrado traspasar sus miedos a la matriarca del aire; además, la misma Síle conservaba algunos recuerdos vagos del ataque a Kene y Bahee.

      Aïne le contó a Síle el sueño de Máira, al mismo tiempo que ella se arrepintió de haberlo compartido de modo tan detallado con su hermana. Quiso decirle que se detuviera, que no contara todo, que por algo había hablado con ella y no con las demás, pero no lo hizo. No pudo hacerlo. El respeto que sentía por Aïne era mayor y contradecirla solo traería problemas, así que solo se limitó a escuchar, a ser una espectadora de su propia vida.

      “¿Cómo podría ese joven hallarnos, si hace años que nos hemos mantenidas alejadas de los clanes humanos?”, preguntó Síle, y Aïne respondió tan segura de sus palabras que Máira sintió un poco de temor: “Porque ese sueño fue una advertencia”.

      —Agus más dealraitheach, d’intinn agat a dhéanamh?20 –dijo Síle como robándole los pensamientos a Máira.

      —Má cosúil leat a?21 –preguntó Ciara, que intentaba hacerse un espacio entre las tres.

      —Bhuel, an t-am chun deireadh a hullmhúcháin bainte22 –declaró Aïne haciendo, una vez más, caso omiso de los comentarios de Ciara.

      Comenzó a enumerar las tareas de cada clan para dar inicio a Ostara, no dando cabida para que alguna le respondiera a Ciara. Incluso sabiendo lo injusto que podía ser ese trato, Máira se alegró de que por fin había acabado la conversación.

      Solo por un momento quería sentir que su vida era suya y de nadie más.

      Solo por un momento quería ser libre.

      La tarde transcurrió rápida. Había música en el aire y el viento cantaba como si quisiera despertar a la naturaleza. El clan de tierra se encargó de preparar el ritual; el aire de la comida y el agua de la decoración. Incluso el fuego pudo ayudar al clan de Síle y Máira. Como cada Ostara, se respiraba un aire dulce y primaveral que hacía olvidar las penas, ayudando a disfrutar del presente. Sin embargo, bastaba que Máira recordara con detenimiento su sueño y al joven dentro de él, para que el tiempo se ralentizara. Aún no sabía si su sueño había sido una visión o no, pero se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que, en el fondo, quería que lo fuera; necesitaba averiguar quién era ese joven y cómo fue capaz de llegar hasta ella en un plano astral.

      Cuando el sol se comenzó a esconder tras la línea del horizonte, los cuatro clanes se reunieron en el fogón central para darle la bienvenida al equinoccio de primavera. El fuego ardía en la hoguera de modo controlado y artificial. Desde la muerte de sus padres, Ciara no tenía permitido crear el fuego, dado que la mayoría de los elementales veía en ello más peligros que beneficios. Solo si eran atacados por los seres humanos, decretó Aïne, el fuego podía usar su poder, de lo contrario, debía abstenerse por precaución general. Máira creía que esas limitaciones solo creaban trampas y roces entre la comunidad, en especial entre las hermanas. El descontento de Ciara se sentía en sus miradas lacónicas y frases cortas, mientras que el resto de su clan parecía no entender las motivaciones de Aïne. Máira tampoco las comprendía realmente, pero confiaba en la historia que le había contado: en cómo murieron Kene y Bahee, y sobre todo, en el peligro que representaba el fuego.

      A pesar de ello, a Máira le pareció que esa tarde todo era alegría. Los tonos dorados y verdes rodeaban el entorno, y cada elemental llevaba una corona de flores sobre su cabeza haciéndose partícipe de la primavera. Las antorchas brillaban en los costados de las mesas que, a su vez, gozaban de abundantes frutas de la estación, vino y jugos. Daba la sensación de que, en festividades como Ostara, no importaban las diferencias: era un día para celebrar.

      Como era usual, sería Aïne quien dirigiría la bienvenida a una de las ocho fiestas solares, así que las tres hermanas tomaron su lugar justo detrás de ella. Ese gesto bastó para que los clanes supieran que el rito comenzaría y con ello, las conversaciones y risas cesaron.

      La mujer de tierra habló con su voz alta y fuerte:

      Is Ostara am dóchais.

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